Desde el umbral un hombre está mirando
Sin lograr reconocer la casa.
Como una fuga fue su partida,
Por doquier huellas de devastación.
Reina el caos en las estancias.
Las lágrimas y la migraña
Le impiden abarcar
Todo el alcance del desastre.
Desde la mañana, los oídos
Le zumban sin cesar. ¿Es realidad
O bien lo sueña? Y ¿por qué le asalta
De continuo el incansable recuerdo de la mar?
Cuando la escarcha que cubre la ventana
No le permite ver la luz del día,
La angustia de la desesperada situación
Se asemeja más a los desiertos de la mar.
Le había sido tan querida
Que el más pequeño de sus rasgos
Era como la huella que el oleaje
Deja en la arena de la orilla.
Lo mismo que después de la borrasca
Los juncos se sumergen en las ondas,
Se hundieron en el fondo de su alma
Todos sus contornos y sus rasgos.
En los años de las calamidades,
En los tiempos de una existencia inconcebible,
Las olas del destino la arrancaron
Del fondo para reincorporarla a él.
Entre obstáculos sin cuento,
Superando riesgos numerosos,
Las olas la arrastraron,
Logrando unirla estrechamente a él.
Y ahora, en contra de su deseo,
Ha partido ella, quizás.
El dolor de su separación
La vida de los dos devorará.
Y el hombre mira a su alrededor.
Ella, en el momento de partir,
De los cajones de la cómoda, todo
Lo sacó, poniéndolo patas arriba.
Y él se mueve de un lado para otro,
Y hasta entrada la noche coloca
En los cajones las desperdigadas telas
E incluso de la costura el patrón.
Y al clavarse una aguja,
Olvidada en una de las prendas,
Se le aparece de repente ella
Y unas silenciosas lágrimas le caen.