13. Cuento

En tiempos muy remotos,

En un país de leyenda,

En medio de la bardana,

Un jinete cabalgaba.

A batallar se apremiaba,

Y ante el polvo de la estepa,

Vio cómo a sus ojos crecía

Lejano un oscuro bosque.

Una insistente voz

El corazón le roía:

Recela del abrevadero

Y mantén firme la montura.

Sordo el jinete a la voz,

Espoleando el caballo,

Con ímpetu penetró

En el montículo forestal.

Rodeando el altozano,

En el yermo valle se adentró.

Dejó a un lado el calvero

Y el monte franqueó.

Avanzó por la quebrada,

Y por un sendero forestal,

Tras las huellas de las fieras

Con el aguadero fue a topar.

Y sin escuchar la prevención

Ni prestar oídos a su instinto

Llevó a su cabalgadura

A beber en el torrente.

En el torrente una gruta,

Y ante la gruta un vado.

Como con llama de azufre

Se iluminaba el acceso.

Y en la púrpura humareda

Que velaba la visión,

Una lejana llamada

En el bosque resonó.

Y en aquel preciso instante,

Estremecido en el barranco,

Encaminó raudo el jinete

Su montura hacia el lugar.

Y después de enristrar

Su lanza el caballero,

Avistó la cabeza, la cola

Y las escamas del dragón.

Sus llameantes fauces

Esparcían luz alrededor,

Dejando ver que con su cresta

A una doncella envolvía.

Como de un látigo el extremo

El torso del reptil se retorcía

Rodeando por los hombros

De la joven la garganta.

Era costumbre en el país

Ofrecer en holocausto

Una bella prisionera

A ese monstruo forestal.

Era el precio que la bestia

Había establecido

Para dejar tranquilas las cabañas

De los habitantes del lugar.

Por el dragón la virgen

Era el tributo exigido.

Enlazó sus brazos el reptil

Y el cuello le estrujó.

Dirigiendo al cielo

Una mirada ferviente,

Enristró el jinete

Para el combate la lanza.

Los párpados cerrados.

Los cielos. Las nubes.

Las aguas. Los vados y los ríos.

Los años y los siglos.

Rueda por tierra el jinete

Junto al yelmo derribado.

El fiel caballo a su lado

Pisotea con los cascos la serpiente.

El caballo y el cadáver del dragón

Juntos permanecen en la arena.

Inconsciente está el jinete

Y desvanecida la virgen.

Brilla con azules suaves

El firmamento al mediodía.

¿Quién es ella? ¿Hija del zar?

¿O de la tierra? ¿Una princesa, quizás?

Ora torrentes de lágrimas,

Prueba de enorme felicidad,

Ora del alma se adueñan

El sueño y el sopor.

Ora la vitalidad retorna,

Ora se inmovilizan las arterias

Por la sangre derramada

Y el esfuerzo realizado.

Pero el corazón les late,

Y ora ella, ora él

Se esfuerzan por despertar

Mas caen de nuevo en el sueño.

Los párpados cerrados.

Los cielos. Las nubes.

Las aguas. Los vados y los ríos.

Los años y los siglos.