En tiempos muy remotos,
En un país de leyenda,
En medio de la bardana,
Un jinete cabalgaba.
A batallar se apremiaba,
Y ante el polvo de la estepa,
Vio cómo a sus ojos crecía
Lejano un oscuro bosque.
Una insistente voz
El corazón le roía:
Recela del abrevadero
Y mantén firme la montura.
Sordo el jinete a la voz,
Espoleando el caballo,
Con ímpetu penetró
En el montículo forestal.
Rodeando el altozano,
En el yermo valle se adentró.
Dejó a un lado el calvero
Y el monte franqueó.
Avanzó por la quebrada,
Y por un sendero forestal,
Tras las huellas de las fieras
Con el aguadero fue a topar.
Y sin escuchar la prevención
Ni prestar oídos a su instinto
Llevó a su cabalgadura
A beber en el torrente.
En el torrente una gruta,
Y ante la gruta un vado.
Como con llama de azufre
Se iluminaba el acceso.
Y en la púrpura humareda
Que velaba la visión,
Una lejana llamada
En el bosque resonó.
Y en aquel preciso instante,
Estremecido en el barranco,
Encaminó raudo el jinete
Su montura hacia el lugar.
Y después de enristrar
Su lanza el caballero,
Avistó la cabeza, la cola
Y las escamas del dragón.
Sus llameantes fauces
Esparcían luz alrededor,
Dejando ver que con su cresta
A una doncella envolvía.
Como de un látigo el extremo
El torso del reptil se retorcía
Rodeando por los hombros
De la joven la garganta.
Era costumbre en el país
Ofrecer en holocausto
Una bella prisionera
A ese monstruo forestal.
Era el precio que la bestia
Había establecido
Para dejar tranquilas las cabañas
De los habitantes del lugar.
Por el dragón la virgen
Era el tributo exigido.
Enlazó sus brazos el reptil
Y el cuello le estrujó.
Dirigiendo al cielo
Una mirada ferviente,
Enristró el jinete
Para el combate la lanza.
Los párpados cerrados.
Los cielos. Las nubes.
Las aguas. Los vados y los ríos.
Los años y los siglos.
Rueda por tierra el jinete
Junto al yelmo derribado.
El fiel caballo a su lado
Pisotea con los cascos la serpiente.
El caballo y el cadáver del dragón
Juntos permanecen en la arena.
Inconsciente está el jinete
Y desvanecida la virgen.
Brilla con azules suaves
El firmamento al mediodía.
¿Quién es ella? ¿Hija del zar?
¿O de la tierra? ¿Una princesa, quizás?
Ora torrentes de lágrimas,
Prueba de enorme felicidad,
Ora del alma se adueñan
El sueño y el sopor.
Ora la vitalidad retorna,
Ora se inmovilizan las arterias
Por la sangre derramada
Y el esfuerzo realizado.
Pero el corazón les late,
Y ora ella, ora él
Se esfuerzan por despertar
Mas caen de nuevo en el sueño.
Los párpados cerrados.
Los cielos. Las nubes.
Las aguas. Los vados y los ríos.
Los años y los siglos.