Atravesando el extremo del corral
Van los invitados a casa de la novia
La fiesta a celebrar
Con un acordeón hasta el alborear.
Tras las cerradas puertas
De fieltro revestidas del hogar
De una a siete enmudecen
Los retazos de la conversación.
Pero al alba, en pleno sueño,
Cuando lo que uno quiere es dormir
Vuelve a sonar el acordeón.
Al alejarse del festín.
Y difunde el acordeonista
De nuevo con su baián[103]
El batido de las palmas, el brillo
De los collares y el ruido de la diversión.
Y otra, y otra, y otra vez,
El rumor de las canciones
Irrumpe desde la orgía
En el lecho del durmiente.
Y una moza de níveo blancor,
Entre ruidos, silbidos y algazara,
Se contonea y gira sin cesar
Con singular prestancia.
Con la mano y la cabeza
Invita a todos a danzar
Y a salir a la calzada
El baile a continuar.
De pronto, el ímpetu de la diversión
Y del coro el pataleo
Cual tragados por la tierra
Sin dejar huella se esfuman.
Despierta el patio y sus ruidos.
De las tareas el eco
Fúndese ahora con la charla
Y con las ruidosas carcajadas.
Por la inmensidad del cielo
Cual vórtice de manchas grises
Bandadas de palomas vuelan
Abandonando el palomar.
Como si tras las huellas de la boda,
Adormilado y soñoliento alguien,
Advertido de repente, las lanzara
Para expresar a los novios votos de felicidad.
La vida no es más que un instante,
La elemental disolución
De nosotros en todos los demás,
Como si de una ofrenda se tratase.
Sólo la boda irrumpiendo
Desde abajo en las ventanas,
Sólo sueños y canciones,
Sólo palomas cenicientas.