11. La Boda

Atravesando el extremo del corral

Van los invitados a casa de la novia

La fiesta a celebrar

Con un acordeón hasta el alborear.

Tras las cerradas puertas

De fieltro revestidas del hogar

De una a siete enmudecen

Los retazos de la conversación.

Pero al alba, en pleno sueño,

Cuando lo que uno quiere es dormir

Vuelve a sonar el acordeón.

Al alejarse del festín.

Y difunde el acordeonista

De nuevo con su baián[103]

El batido de las palmas, el brillo

De los collares y el ruido de la diversión.

Y otra, y otra, y otra vez,

El rumor de las canciones

Irrumpe desde la orgía

En el lecho del durmiente.

Y una moza de níveo blancor,

Entre ruidos, silbidos y algazara,

Se contonea y gira sin cesar

Con singular prestancia.

Con la mano y la cabeza

Invita a todos a danzar

Y a salir a la calzada

El baile a continuar.

De pronto, el ímpetu de la diversión

Y del coro el pataleo

Cual tragados por la tierra

Sin dejar huella se esfuman.

Despierta el patio y sus ruidos.

De las tareas el eco

Fúndese ahora con la charla

Y con las ruidosas carcajadas.

Por la inmensidad del cielo

Cual vórtice de manchas grises

Bandadas de palomas vuelan

Abandonando el palomar.

Como si tras las huellas de la boda,

Adormilado y soñoliento alguien,

Advertido de repente, las lanzara

Para expresar a los novios votos de felicidad.

La vida no es más que un instante,

La elemental disolución

De nosotros en todos los demás,

Como si de una ofrenda se tratase.

Sólo la boda irrumpiendo

Desde abajo en las ventanas,

Sólo sueños y canciones,

Sólo palomas cenicientas.