La vida retornó sin causa alguna
Lo mismo que una vez de extraño modo se paró,
E igual que entonces me hallo en la vieja calle
El mismo día y a la misma hora estival.
Las mismas gentes y las mismas inquietudes
Y el fuego del ocaso aún sin apagar.
Igual que entonces en la pared del Picadero[102]
La tarde de la muerte precipitadamente lo clavó.
Con vestidos raídos las mujeres
Arrastran por las calles el calzado,
Para verse crucificadas nuevamente
En las cubiertas de palastro de un desván.
Una de ellas, con andares fatigados
Alcanza lentamente el umbral
Y emergiendo de un oscuro sótano
Atraviesa el patio hasta el final.
De nuevo excusas busco yo
Y de nuevo me es todo indiferente
Y franqueando el traspatio déjanos
A solas la vecina a los dos.
* * *
No llores, no frunzas tus labios tumefactos,
No dejes que las arrugas los contraigan.
Se te abrirán de nuevo las resecas huellas
De la desazón primaveral.
Aparta de mi pecho la palma de tu mano.
Somos hilos por los que fluye la corriente.
El azar, sin que quizá nos demos cuenta,
Una en brazos del otro nos empujará.
Transcurrirán los años, te desposarás,
Y caerán en el olvido tus desvelos.
Que ser mujer es algo grande
Y heroísmo hacer enloquecer.
Y yo, ante el prodigio de las femeninas
Manos, de su cuello, sus espaldas
Y sus hombros, toda mi existencia
Con fervor de siervo reverencio.
Pero por mucho que de angustia la noche
Con su anillo me encadene,
Más fuerte es el impulso de escaparme
Y más me incita a la ruptura la pasión.