5. Lodazales de la primavera

Se extinguían las luces del crepúsculo.

Por la enfangada senda de un perdido bosque

Hacia un lejano caserío uraliano

Se arrastraba un jinete en su caballo.

Resonaba el vientre del animal,

Y el sonido del chapoteo de los cascos

Lo perseguía como un eco el agua

Al salpicar en las charcas del camino.

Pero en cuanto aflojó las riendas

El jinete y puso el caballo al paso

Dejóse oír el rumor de la crecida

Retumbando estrepitosamente su caudal.

Reía alguno, sollozaba otro,

Rompíanse las piedras al chocar

Y caían en los remolinos

Arrancados los tocones de raíz.

Y entre el fuego del anochecer,

En el lejano negrear de la enramada,

Como campana que a rebato toca

Oíase el frenético cantar de un ruiseñor.

Donde el sauce su viudal velo

Inclinaba, perdido en el barranco,

Silbaba el pájaro sobre las Siete Encinas

Como si fuera el Bandolero Ruiseñor[101].

¿A qué infortunio, a qué pasión

Tan vivo ardor estaba destinado?

¿Contra quién descargaba en la espesura

Las gruesas postas de su mosquetón?

Al parecer, oculto en la guarida

De fugitivos presidiarios, iba a salir

Silvano a recibir a las patrullas

De montados o pedestres partisanos.

Y tierra y cielo, campo y bosque

Percibían tan extraño son,

Esos fragmentos cadenciosos

De locura, tormento, ventura y dolor.