Lejanos tiempos me vienen a la mente,
Una casa en un lugar de Petersburgo.
Hija de una modestísima hacendada,
Eres de Kursk y estudias en los cursos.
Eres atractiva y no te faltan pretendientes.
En esta noche blanca, los dos juntos,
En tu alféizar apoyados,
Miramos desde tu rascacielos hacia abajo.
Con su primer temblor roza la aurora,
Cual mariposas de gas unos faroles.
Lo que yo te susurro se asemeja
Mucho a las soñolientas lejanías.
Y precisamente nos domina
Esa inexplicable dependencia del misterio,
Igual que a Petersburgo en su paisaje
Que se extiende allende el Nievá ilimitado.
A lo lejos, tras impenetrables bosques,
En esta primaveral y blanca noche
Inundan los ruiseñores con estrepitosas
Loas de la floresta los confines.
El alocado trino se difunde,
La voz del diminuto y grácil pajarillo
Despierta la embriaguez y el entusiasmo
En la profundidad de la espesura.
Descalza, se filtra peregrina
A lo largo de la cerca la noche,
Y tras ella, desde el alféizar se desliza
El rumor de la sorprendida charla.
Entre el eco de las palabras pronunciadas,
En los huertos vallados con tablillas
Las ramas de manzanos y cerezos
Se visten de colores blanquecinos.
Y cual blancos fantasmas, penden
Sobre el sendero los árboles a miríadas,
Como si desearan despedirse
De la blanca noche, que tanto ha contemplado.