4. La noche blanca

Lejanos tiempos me vienen a la mente,

Una casa en un lugar de Petersburgo.

Hija de una modestísima hacendada,

Eres de Kursk y estudias en los cursos.

Eres atractiva y no te faltan pretendientes.

En esta noche blanca, los dos juntos,

En tu alféizar apoyados,

Miramos desde tu rascacielos hacia abajo.

Con su primer temblor roza la aurora,

Cual mariposas de gas unos faroles.

Lo que yo te susurro se asemeja

Mucho a las soñolientas lejanías.

Y precisamente nos domina

Esa inexplicable dependencia del misterio,

Igual que a Petersburgo en su paisaje

Que se extiende allende el Nievá ilimitado.

A lo lejos, tras impenetrables bosques,

En esta primaveral y blanca noche

Inundan los ruiseñores con estrepitosas

Loas de la floresta los confines.

El alocado trino se difunde,

La voz del diminuto y grácil pajarillo

Despierta la embriaguez y el entusiasmo

En la profundidad de la espesura.

Descalza, se filtra peregrina

A lo largo de la cerca la noche,

Y tras ella, desde el alféizar se desliza

El rumor de la sorprendida charla.

Entre el eco de las palabras pronunciadas,

En los huertos vallados con tablillas

Las ramas de manzanos y cerezos

Se visten de colores blanquecinos.

Y cual blancos fantasmas, penden

Sobre el sendero los árboles a miríadas,

Como si desearan despedirse

De la blanca noche, que tanto ha contemplado.