[MARCA: 23.59.01]
El mundo jamás había tenido un aspecto tan lóbrego. Es imposible determinar dónde termina la negrura del mar y comienza la oscuridad retorcida del cielo.
Sólo queda la estrella, brillante y nociva, semejante a un ojo maligno que reluce a través del humo y de la niebla.
Varan el esquife en una playa de guijarros y desembarcan. Oll comprueba la brújula. Comienzan a cruzar la playa en dirección al interior de la isla.
—¿Dónde estamos? —pregunta Bale Rane.
—Al norte, en la costa Sátrica. La gran meseta se encuentra hacia allí —le explica Oll. Señala hacia la oscuridad—. Es un paisaje precioso. ¿Has subido alguna vez hasta allí?
Rane niega con la cabeza.
—¿Qué estamos haciendo aquí? —quiere saber Zybes.
Unas extrañas voces demoníacas aúllan y gorgotean a lo lejos. El eco resuena en la bahía.
Zybes repite la pregunta con más insistencia.
—No lo entiendo. ¡Hemos venido hasta aquí en este maldito bote! ¿Para qué? Aquí no estamos más a salvo. ¡De hecho, suena peor, si eso es posible!
Oll lo mira, cansado e impaciente.
—Hemos venido porque es el único lugar por el que podemos salir. El único lugar. Es la única oportunidad que tenemos de sobrevivir y hacer algo.
—Hacer ¿qué? —le pregunta Krank.
—Algo que importe —le contesta sin escucharlo realmente.
Ha visto algo. Algo en la playa al lado del bote.
—¿Quién es, soldado Persson? —le pregunta Graft.
Hay un hombre en la playa a su espalda. Los está siguiendo. Pasa al lado del esquife caminando con rapidez. Otro bote pequeño, probablemente en el que ha llegado hasta aquí, gira lentamente en el agua negra cerca de la orilla, abandonado.
—Mierda —murmura Oll—. Poneos detrás de mí, todos vosotros. Seguid avanzando.
Se da la vuelta y se lleva el rifle al hombro.
Criol Fowst es una mancha negra sobre negro, la sombra de una figura. Sólo su rostro es pálido, con la piel blanca tensa y cubierta de manchas de la sangre que le ha salido de la herida de la cabeza. Se acerca, y sus pies hacen crujir los guijarros de la playa. Lleva una pistola láser en la mano derecha. Oll se enfrenta a él con el arma preparada.
—¡No te acerques! —lo amenaza Oll.
—¡Devuélvemelo! —le grita Fowst—. ¡Devuélvemelo!
—No quiero disparar ni derramar sangre aquí —le advierte Oll—. Pero lo haré si me obligas. Vete y déjanos en paz.
—Dame mi cuchillo. Mi cuchillo.
—Vete.
Fowst da otro paso.
—Ellos pueden olerlo, ¿sabes? —le sisea—. Pueden olerlo.
—Pues que lo huelan.
—Vendrán. ¿No querrás que vengan?
—Que vengan.
—No querrás que vengan, viejo. Devuélvemelo. Lo necesito.
—Yo lo necesito más —le replica Oll—. Lo necesito para algo. Por eso vine aquí. Lo necesito para algo más importante de lo que jamás te podrías imaginar.
—Nada es más importante de lo que yo me puedo imaginar.
—Ultima oportunidad —le advierte Oll.
Fowst chilla. Chilla con toda la fuerza de sus pulmones.
—¡Está aquí! ¡Aquí! ¡Aquí mismo! ¡Venid a por él! ¡Venid y devoradlo! ¡Aquí! ¡Aquí!
El rifle chasquea. Fowst enmudece y se desploma de espalda sobre las piedras de la playa.
Pero algo se mueve. Criaturas atraídas por los gritos de Fowst y el ruido del disparo. Oll es capaz de oírlas. Oye cómo agitan sus alas de murciélago en la oscuridad. Cómo raspan las pezuñas contra la piedra, cómo se deslizan sus escamas. Unas voces murmullan y gruñen sonidos inhumanos.
—¡Eh! —grita a sus compañeros, quienes están agazapados en mitad de la oscuridad—. ¡Venid aquí! Venid aquí. Agrupaos.
Se apresuran a acercarse. Krank y Rane. Zybes. La chica. Graft es el más lento.
—¿Qué es eso? —le pregunta Krank, quien también oye los ruidos de las criaturas mientras se les acercan en la oscuridad—. ¿Qué es lo que está haciendo ese ruido?
—No pienses en eso —le contesta Oll mientras se esfuerza por recordar una sencilla serie de gestos—. Tú quédate cerca de mí. Puede que aquí valga. Puede que sea lo bastante delgado.
—¿Qué es lo que puede que sea lo bastante delgado? —le pregunta Rane.
—¿Qué es lo que está haciendo ese ruido? —repite Krank, nervioso.
—Viene algo —dice Zybes.
—No pasa nada —lo tranquiliza—. Nos vamos ya. —Tiene la daga en la mano. El athame. Murmura una oración a su dios pidiendo protección y perdón. Luego hace un corte.
—¿Cómo lo has hecho? —le pregunta Katt.
Todos la miran.
Oll sonríe.
—Confía en mí.
Empuja con más fuerza la daga y hace un corte más profundo. El corte es vertical, del tamaño de un ser humano. Es en el aire, por lo que la realidad se divide.
El sonido de los demonios suena más cercano.
Oll tira del borde del corte como si fuera una cortina. Todos profieren una exclamación al ver lo que hay al otro lado. No está aquí. No es Calth. No es una playa de guijarros negros.
Oll los mira.
—No voy a fingir que esto va a ser fácil, porque no lo es. Pero es mejor que quedarse aquí.
Todos lo miran.
—Seguidme —les dice.