[MARCA: 20.59.10]

El destino se ha torcido, se ha dislocado. Erebus lo puede ver claramente. No le importa, y no está sorprendido. Las formas cambian. Él lo sabe. Es una de las primeras verdades que la oscuridad le enseñó.

Calth está muerto. La XIII Legión está destrozada y acabada. Su ritual está completo, y es completamente exitoso. La Tormenta de Ruina se eleva, una tormenta de disformidad más allá de cualquier actividad espacial de la que haya sido testigo la humanidad desde la Era de los Conflictos. Romperá en pedazos el vacío. Dividirá la galaxia en dos. Hará que grandes extensiones del Imperio sean intransitables durante siglos.

Aislará y atrapará las fuerzas leales del Emperador. Las dividirá, y bloqueará sus intentos de unirse y ayudarse las unas a las otras. Destruirá las comunicaciones y las cadenas de contacto. Incluso les impedirá advertirse mutuamente de la guerra herética que está estallando por todo el Imperio. La Tormenta de Ruina paralizará a las fuerzas leales y dejará aislada y sola a Terra, infinitamente vulnerable a la amenazadora sombra de Horus.

* * *

Pero… de alguna manera el enemigo ha rescatado algo. Fueron derrotados desde un principio, y permanecieron derrotados durante todo el tiempo, y en los periodos posteriores, los Portadores de la Palabra podrán derramar sal sobre los huesos esparcidos. Sin embargo, ganaron algo a cambio. Alguna medida de castigo. Un cierto grado de orgullo. No cedieron, y se vieron obligados a pagar un precio sorprendente por sus vidas. Erebus lamenta dejar a alguno de ellos con vida. Se dice que siempre se debe acabar con los enemigos. Los Ultramarines. Si uno de ellos se convierte en tu enemigo, no permitas que siga viviendo. No lo perdones. Deja a un ultramarine con vida y dejarás espacio para la venganza. Sólo cuando está muerto, estás a salvo de cualquier daño. Eso es lo que se dice. Son unas sabias palabras. El alarde orgulloso de una legión arrogante. No quiere decir mucho. Los Ultramarines están acabados. Calth los ha aplastado. Nunca más volverán a ser una fuerza con la que contar.

Horus ya no tendrá que volver a preocuparse nunca más por la amenaza de la XIII Legión.

La venenosa luz del sol cae sobre la Meseta Satric. Erebus disfruta del sol. Levanta las manos. Los demonios cantan en señal de adulación.

El apóstol de la oscuridad siente los crecientes vientos de la Tormenta de Ruina intentando arrebatarle la capa. Él ya ha acabado aquí. Ha llevado a cabo la tarea que le fue encomendada por Lorgar. Es la hora de su partida.

La realidad se ha desgastado en el borde del círculo de piedra de color negro, fina como una tela blanqueada y antigua. Erebus saca su propia daga y hace un corte en el tejido material del universo. Lo atraviesa.