[MARCA: 20.24.10]

La sala de control principal está ardiendo. Las llamas y el humo inundan rápidamente los hábitats del muelle Zetsun Verid. Thiel y el resto de la escuadra de combate se retiran rápidamente hacia la cubierta de reunión. Forman un apretado grupo alrededor del maltrecho y renquante primarca.

—La nave insignia está llegando —le comunica Thiel.

Guilliman asiente. Parece estar recuperando las fuerzas.

—El sol —murmura un miembro de la escuadra.

Miran a través del enorme puerto de observación de cristalflex y ven la estrella Veridian. Está arrasada, con una luz fea y enferma. Una erupción bubónica de manchas solares motea su superficie.

—Creo que hemos ganado algo justo a tiempo para perderlo todo —comenta Guilliman.

Thiel le pregunta lo que deberían hacer, pero el primarca no lo está escuchando. Ha dirigido su atención hacia abajo, hacia algo que ve en el nivel intermedio debajo de la cubierta de reunión.

—¡Cabrones! —susurra entre dientes—. ¿No pueden simplemente quemarlo?

Thiel mira.

Ve a media docena de portadores de la palabra supervivientes. Llevan el ensangrentado cadáver de Kor Phaeron. Sin embargo, el repugnante señor de la fe parece estar vivo, a pesar del hecho de que Guilliman le arrancó el corazón principal. Tiembla, se retuerce.

Dirigiendo el grupo, Thiel ve al portador de la palabra al que cortó el casco y el cráneo.

Tchure se vuelve para mirarlos. Un lado de su cara está cubierto de sangre, con los dientes y los huesos al aire.

Thiel levanta su bólter, recargado con munición de un hermano caído. Los otros ultramarines comienzan también a disparar.

Los portadores de la palabra parecen brillar. Un frío espontáneo crepita en un círculo alrededor de sus pies, y los vientos cargados de energía mística se arremolinan a su alrededor. Se desvanecen en un centelleo de energía de teletransporte.

—¡Gage! ¡Gage! —grita Guilliman.

—¡Mi primarca! —le responde Gage a través del enlace de comunicaciones.

—Kor Phaeron está huyendo. ¡Se ha ido de aquí, teletransportado! Se estará dirigiendo hacia su nave.

—Sí, mi señor.

—Detenlo, Marius. Matadlo y enviadlo al infierno.

—Mi primarca…

—Marius Gage, es una orden.

—¿Y qué hay de vos, mi señor? Nos dirigimos hacia el astillero para rescataros.

—Hay algunas naves ancladas aquí —le contesta Guilliman—. El Samotracia y un par de naves de escolta. Subiremos a bordo de una de ellas y estaremos lo suficientemente seguros. Tú atrápalo, Marius. Persigue al jodido Infidus Imperator.