[MARCA: 20.13.29]
La daga lo muerde. La sangre de Guilliman brota de la carne seccionada. Gruñe apretando los dientes.
—Déjate ir —susurra Kor Phaeron—. Éste es el principio de la sabiduría.
Guilliman murmura algo como respuesta.
—¿Qué? —le pregunta Kor Phaeron, ahuecando una mano en su oído, burlándose de él—. ¿Qué has dicho, Roboute?
Cada palabra le supone un enorme esfuerzo.
—Has cometido un error —le dice Guilliman entre jadeos.
—¿Un error?
—Elegiste la práctica equivocada. Podías elegir. Jugar conmigo. Matarme. Elegiste la equivocada.
—¿De verdad? —sonríe Kor Phaeron.
—No deberías haberme dejado con vida.
—Te dejé vivir para que pudiéramos compartir la verdad, Roboute.
—Sí —dice Guilliman, tragando sangre en cada respiración entrecortada—. Pero al mismo tiempo que estoy vivo, puedo hacer esto.
Se oye un ruido seco. Un crujido repentino y húmedo. Una explosiva lluvia de sangre, como si una bolsa de piel llena de vino tinto hubiera explotado entre ellos. Kor Phaeron hace un pequeño ruido; un sonido fino, como el que hace un dedo húmedo deslizándose por el borde de una copa de cristal.
Guilliman se levanta. Aunque la energía hace tiempo que sufrió un cortocircuito y falló, ha conseguido enterrar la garra de la armadura en el pecho de Kor Phaeron. Ha atravesado la placa pectoral, el músculo, las costillas reforzadas. Kor Phaeron se retuerce, clavado en el puño de Guilliman. Sus pies no tocan el suelo de la cubierta, tiene los codos clavados en sus costados. Se estremece, dejando caer la cabeza sobre el pecho.
La daga resbala de entre sus dedos y rebota en la cubierta. Sorot Tchure oye el ruido que hace su señor. Está concentrado en su combate con los invasores ultramarines, pero no puede evitar volver la mirada durante un segundo. Un microsegundo.
Thiel ve su oportunidad. Su práctica. Es infinitesimal, una diminuta grieta en la defensa del portador de la palabra. Sólo dura un microsegundo, y puede que no se vuelva a repetir. Lo golpea con su espada.
La espada larga secciona el lado derecho del casco de Tchure. Mejilla, oreja y una parte del cráneo se separan con él. Tchure tropieza, desconcertado por el dolor, por la conmoción, por la desorientación.
Por un momento, Tchure piensa que se trata de Luciel. Cree que es Luciel quien se ha levantado para castigarlo por haber traicionado tan miserablemente su confianza.
Thiel lo empuja con el hombro hacia un lado, contra otro de los portadores de la palabra, salpicando sangre sobre todos ellos. Esquiva la espada del tercero y le corta la cabeza.
Él es el primero en liberarse y correr al lado de Guilliman.
Guilliman mira a Kor Phaeron a los ojos. Los labios del traidor tiemblan. Parpadea con fuerza y se forman burbujas de saliva alrededor de las comisuras de su temblorosa boca.
Guilliman arranca la garra, que está aprisionando el corazón de Kor Phaeron.
El portador de la palabra se estrella contra la cubierta, la amarga sangre de color negro corre bajo él en todas direcciones. Vomita, y cubre el suelo de repugnantes salpicones lácticos.
Guilliman tira el corazón arrancado a un lado.
Thiel lo sostiene para evitar que se caiga.
—No te preocupes por mí, sargento —le dice Guilliman con tono áspero—. Acaba con los malditos sistemas. Haz lo que vinimos a hacer.
Thiel corre hacia las consolas del sistema. Los bancos de cogitación de bronce del motor de datos crujen y rechinan frente a él. No sabe por dónde empezar.
—En nombre de Terra —gruñe Guilliman—. ¡Thiel, dispara a ese puñetero trasto!
Thiel no tiene munición. Pero tiene su espada. Le queda un trabajo más por hacer hoy.