[MARCA: 20.06.23]
La casa gremial tiembla. Los titanes están disparando contra ella.
—¡Necesito una actualización! —grita Ventanus en el comunicador mientras el huracán de vidrio y mampostería se arremolina a su alrededor.
Se ha quedado en la superficie para comandar la resistencia al ataque. Selaton ha entrado en el bunker blindado con Tawren. Todos los enlaces de datos de Leptius Numinus se interrumpieron hace alrededor de cinco minutos. El palacio ha caído. El único apoyo que tiene son las comunicaciones de corto alcance con su compañía.
—La servidora ha activado el motor —contesta Selaton por el comunicador—. Está estableciendo la conexión. Se está conectando a la unidad principal.
—¿Funciona? —pregunta Ventanus.
—No sé qué aspecto tendría si funcionara —declara Selaton.
—¡Puedo garantizar que se vería mejor de lo que está ahora! —responde Ventanus.
Los blindados leales a los Portadores de la Palabra avanzan de un modo incesante y arrasan sus posiciones con una lluvia de proyectiles y una gran cantidad de rayos láser. El humo y la lluvia casi no han restado visibilidad. Los edificios del extremo de la carretera se han derrumbado envueltos en un caos de llamas y piedras. Dos titanes Reavers, con las armas brillando por la incesante descarga, se aproximan con grandes pasos a través del humo.
Cyramica ha muerto. Lorchas está muerto. Sparzi esté también muerto. Ventanus no puede encontrar a Greavus ni a Sydance. La línea de la compañía está rota. La 4.ª Compañía ha hecho todo lo que ha podido.
No puede hacer frente a la extraordinaria fuerza de la ofensiva de Hol Beloth.
—La servidora ha lanzado el código asesino —informa Selaton—. Lo está lanzando hacia el interior del sistema de la red. Está preparando una purga.
Ventanus se agacha mientras el fuego de los titanes lanza un Land Raider al aire unas decenas de metros por delante de él. El vehículo cae ardiendo, retorcido, golpeando el suelo tan ruidosamente que parece como si el cielo se estuviese derrumbando.
El cielo se está derrumbando, por supuesto. Un fuego blanquiazul crepita por encima de la lluvia. Las erupciones solares están abrasando la parte superior de la atmósfera de Calth, irradiando el asolado mundo, desencadenando una enorme y antinatural aurora que muestra cómo las partículas energéticamente cargadas acribillan la termosfera. Luces y colores saltan y giran alrededor de Ventanus: la luz de las explosiones, una luz procedente del cielo moribundo.
—Eso es bueno, ¿no? —contesta Ventanus a través del comunicador—. ¿Es bueno?
—Sí, capitán —le responde Selaton—, pero resulta inútil sin control. Ella no puede tomar el control de la red hasta que se lo arrebatemos al enemigo. Y eso no ha sucedido. Tawren me confirma que eso no ha ocurrido.
Una de las bestias de Gal Vorbak aparece delante de Ventanus a través de la oscuridad blandiendo un hacha de energía. No lleva casco. Su rostro no es… humano.
Ventanus hace frente a su carga y coloca su espada en perpendicular al mango del hacha, bloqueando el golpe. Forcejean. Ventanus se ve impulsado hacia atrás por la enorme fuerza del monstruo. Las armas se separan, y Ventanus se agacha ágilmente para esquivar el golpe segador que viene a continuación.
Se recupera rápidamente y lo embiste con la espada levantada. La punta de la hoja rebota en el hacha del Gal Vorbak, se desvía hacia la boca de su enemigo, y le atraviesa la cabeza.
El guerrero de los Gal Vorbak no muere. No lo suficientemente rápido. Suelta una carcajada a pesar de la cuchilla que le cruza la boca. La sangre oscura chorrea a lo largo de la empuñadura de la espada y la mano y el brazo de Ventanus. El guerrero enemigo hunde profundamente su hacha en el costado de Ventanus.
Luego, acepta su sino y muere.
Ventanus se apoya en una rodilla.
—¿A… algo? —titubea por el transmisor.
—¿Capitán? ¿Está bien? —quiere saber Selaton.
—¿Hay algo ya?
—Su voz suena algo extraña.
—Selaton, ¿lo ha conseguido ya? —gruñe Ventanus.
—No, señor. El control enemigo continúa estando en su lugar.
Ahora los titanes están más cerca. El último Shadowsword que queda con la 4.ª Compañía abre fuego y destroza uno de los gigantes que avanzan a grandes zancadas, pero el resto responden al fuego conjuntamente y convierten el superpesado tanque en un enorme incendio que se iguala a los de los bloques de edificios de la ciudad.
No viene nadie más. Ninguno de los apoyos que esperaban que pudieran llegar para situarse junto a ellos. Ninguno de los refuerzos.
Su esperanza era una buena esperanza, pero no lo suficientemente fuerte.
La XVII Legión ha ganado la batalla de Calth.