[MARCA: 20.01.23]

Los estallidos del teletransporte abrasan y sacuden cada una de las moléculas de sus cuerpos.

Es una operación extremadamente arriesgada. Una considerable distancia de espacio interior. Un enorme gasto de energía. De transferencia de masa. Toda una escuadra de combate completamente armada. Una zona de «aterrizaje» comparativa pequeña.

Thiel detesta el teletransporte. Se siente como si estuviera siendo empujado a través de la malla de un tamiz electrificado. Inevitablemente siente una explosión como de una bomba de fusión en el cerebro. Siempre le queda un mal sabor en la boca parecido al de la bilis y el papel quemado.

Se materializan.

Se tambalea, pero recupera el equilibrio en un segundo. Está en una cubierta. Oye un grito.

Dado el factor de riesgo y los escasísimos márgenes de error, el teletransporte puede ser considerado todo un éxito. Cuarenta y seis miembros de la escuadra han aparecido con Guilliman en la cubierta de montaje transversal del muelle Zetsun Verid Yard. Han perdido a cuatro guerreros. Dos de ellos están fundidos con el muro que tienen detrás, y partes de sus viseras, guantes y rodillas sobresalen entre el adamantium gris. Otro ha quedado reducido a un lodo de color rojo brillante por un fallo en la reformación. Está esparcido a lo ancho de una amplia zona.

Un cuarto, el hermano Verkus, se ha materializado unido a las placas de cubierta de la cintura para abajo. Él es quien está gritando. Imposible separarlo. Él es ahora la cubierta, y la cubierta es él.

Resulta desconcertante oír a un legionario gritando con tal falta de contención, pero se dice que la superposición de teletransportación es un dolor inimaginable.

Guilliman le sostiene la cabeza y lo mata rápidamente para poner fin a su sufrimiento.

—Moveos —ordena a la escuadra.

No hay tiempo para reflexionar, no hay tiempo para tomar aliento. No hay tiempo para sobreponerse del molesto escozor de la transferencia. La escuadra confirma su lugar de llegada en los esquemas del muelle y se despliega. Avanzan con cuidado, pero sin perder el paso. Son seres sobrehumanos que avanzan con toda la velocidad y eficiencia que poseen.

La cubierta de reunión fue elegida porque es el espacio interior más grande, y por lo tanto posibilitaba una mayor precisión en la transferencia. El objetivo de su asalto es la sala de control principal del astillero, dos cubiertas más arriba.

Los Portadores de la Palabra deben haber percibido la llamarada del teletransporte. No se puede ocultar una señal de energía como ésa.

Heutonicus confirma al Honor de Macragge la transferencia por el comunicador. Gage le contesta que no disponen de suficiente energía para realizar una segunda transferencia. La escuadra de combate de Empion no los seguirá, al menos durante un tiempo.

Se desplazan a través de los pórticos de la cubierta, pasada la enorme compuerta y los muelles donde las naves están atracadas. La superestructura interior está brillantemente iluminada y repleta de una extensa red de tubos cromados, barras y cableado. Los Portadores de la Palabra abren fuego contra ellos desde arriba.

Los disparos les pasan rozando, explotando contra el metal y el recubrimiento de ceramita. Las explosiones y los impactos provocan unos sonidos retumbantes en el interior de la estructura artificial.

Dos ultramarines, Pelius y Dyractus, mueren bajo la primera lluvia de proyectiles. Son atravesados por la cortina de fuego sostenido. Después, el hermano Lycidor se derrumba sobre una barandilla con un disparo en la cabeza. Su figura azul cobalto se estrella en la zona inferior con los brazos extendidos.

Los ultramarines contraatacan, acribillando las estructuras por encima de ellos con una nube de explosiones de bólter. Los portadores de la palabra retroceden, pero hay más para ocupar sus lugares. Muchos más.

Guilliman les lanza un grito desafiante. Los condena a muerte. Condena a su señor a un destino aún peor.

Se lanza contra ellos.

Thiel se da cuenta de que el primarca es, sin duda, su gran baza. No por su superioridad física, aunque eso es difícil de sobreestimar.

Es debido a que él es el primarca. Porque él es Roboute Guilliman. Porque él es simplemente el más grande de los guerreros del Imperio. ¿Cuántos seres podrían medirse con posibilidades contra él? ¿Sinceramente? ¿Sus diecisiete hermanos? No todos los diecisiete. Nada que ver con diecisiete. Cuatro o cinco como mucho. En el mejor de los casos.

Los portadores de la palabra apostados en las estructuras superiores lo ven venir. Tienen la fuerza de una escuadra de combate por lo menos, probablemente la mayor parte de una compañía completa. Al menos, una buena proporción de ellos pertenecen a la tan alabada élite de los Gal Vorbak.

Pero lo ven aproximarse y saben lo que eso significa. No importa qué clase de demencia cósmica ha corrompido sus mentes y sus almas. No importa qué promesas eternas les están susurrando en los oídos los Dioses Oscuros. No importa qué exagerada valentía ha vertido la disformidad en el interior de sus venas junto con la locura.

Guilliman de Ultramar se dirige directamente hacia ellos. Para matarlos. Para acabar con todos ellos.

A pesar de que tienen la posibilidad de herirlo, la desperdician. Retroceden. Durante un segundo, sus retorcidos corazones saben lo que es el miedo. El verdadero miedo.

A continuación los alcanza.

Seguidamente los mata.

—¡Con él! ¡Con él! —grita Thiel.

Se lanzan hacia adelante. Los destrozados portadores de la palabra salen volando o se estrellan contra las cubiertas del nivel inferior. Cuando Thiel llega al lado de su primarca, Guilliman ya ha acabado con al menos una docena de ellos. Su bólter sigue rugiendo. Su puño de combate rechina cubierto de sangre quemada.

El combate cuerpo a cuerpo es brutal. Thiel empuña la exótica espada larga que le ha servido tan bien en éste, el más oscuro de los días. La empuña a dos manos, cortando la ceramita de color carmesí como si fuera seda. La sangre de los portadores de la palabra parece de color negro, como si estuviera agria y contaminada. Thiel se coloca a un lado de su primarca, avanzando firmemente junto al ataque a la escotilla principal.

Han perdido ocho hombres. Ocho ultramarines. Pero se abren paso y llegan a la sala de control principal dejando una alfombra de enemigos muertos a su paso.

El verdadero combate los aguarda allí.

Un impresionante aluvión de disparos de bólter los recibe, acabando con Stetius y matando a Ascretis y a Heutonicus.

Kor Phaeron, el señor de la fe oscura, señor de la innombrable palabra, ordena a sus hombres que avancen.

A continuación se lanza contra Guilliman dejando un rastro de vapor oscuro, chispeando con las energías negras arrancadas de los pozos de la disformidad.

—¡Cabrón! —grita Guilliman.

No se acobarda.

Ni por un instante.