[MARCA: 19.39.12]

Sullus escucha el sonido de la lluvia golpeando sobre el tejado mientras observa a la magos Uldort trabajando en comunión con el motor de datos. Es como si estuviese en trance. Los datos parlotean y chirrían. Sus manos hacen movimientos táctiles a través de un panel invisible.

Sullus está herido. Nunca le dijo a Ventanus ni a nadie los daños que había sufrido. Puede sentir sus huesos molidos, negándose a soldarse del todo a pesar del calor febril de la reparación biológica palpitando a través de su cuerpo.

Dolor, muerte… no le teme a nada de eso. Únicamente al fracaso. El enlace de su casco comienza a emitir un pitido. Se pone en pie, coge su espada y su bólter, y camina cojeando por el pasillo hacia la entrada oeste.

Bajo la lluvia, los jardines destrozados y la fachada derruida del palacio parecen incluso más lúgubres. El agua corre y cae desde el tejado destrozado, golpeando sobre las enormes baldosas y mosaicos, bajando como cascadas por las escaleras de marquetería, convirtiendo las cortinas y los tapices caídos en flácidos sudarios.

Camina cojeando entre los escombros. La lluvia repica sobre su armadura. El sol, de un azul tóxico, arde maliciosamente a través de la capa de nubes.

Arook Serotid lo está esperando.

—Ya están aquí —le dice el señor de los skitarii.

Sullus mira a través de la lluvia. Más allá de los derruidos muros, más allá del terraplén de la zanja, el enemigo se ha reunido. Han llegado silenciosamente bajo el aguacero. No entonan sus cánticos. Las oscuras figuras de las hermandades se alinean en la zanja en filas de un centenar de fondo, pero detrás de ellos se observan las sombras de las máquinas de guerra y el brillo siniestro de las armaduras rojas.

Tras toda esa muchedumbre se vislumbran unos bultos aún más grandes. Gigantescos, oscurecidos por la lluvia, cornudos y encorvados.

Hay incluso más de los que Sullus imaginaba. Las fuerzas de asalto de Foedral Fell ascienden a decenas de miles.

—Esto es el fin —dice Arook.

Sullus desenvaina su espada.

—Oh, por favor, skitarii —le replica con la cabeza alta—. Esto es sólo el comienzo.