[MARCA: 12. 42.16]
No hay ningún lugar adonde ir. Los portadores de la palabra salen en tromba de los hangares de carga acribillando la zona con sus armas de fuego.
Thiel se agacha y los esquiva. Los disparos pasan junto a él en silenciosos rayos de fuego.
Su escuadra de combate está acabada. La misión ha terminado. Los riesgos son demasiado grandes.
—¡Replegaos! —grita por el comunicador, y activa su arnés de vacío.
La violenta aceleración lo levanta formando una amplia curva y lo lleva hacia atrás, lo que lo saca de la zona de combate. Cuatro, o tal vez cinco de los guerreros de su escuadra se elevan junto él. Zaridus, el último en llegar, recibe un disparo y su cuerpo inerte sale dando vueltas hacia las estrellas, sacudiéndose cuando los reactores del arnés se atascan y fallan en el encendido.
Los disparos los persiguen. Echándose a un lado, Thiel ve los destellos de luces silenciosas golpeando con fuerza contra el casco del buque insignia que se encuentra por debajo de él, arrancado los contrafuertes y los puntales.
Aterriza, con la esperanza de tener buena cobertura. Tiene que recargar. Trata de calcular la dispersión del enemigo y evalúa los ángulos por los que aparecerán. Da las órdenes para el reagrupamiento a los miembros supervivientes de su escuadra.
De todos modos, los portadores de la palabra se le echan encima. Dos de ellos llegan hasta la parte superior de un respiradero térmico, otros dos a un lado del búfer de amortiguación. Recibe dos disparos. Algo lo golpea en el hombro.
No, es una mano. Una mano arrastrándolo hacia atrás.
Guilliman aparta a Thiel y se lanza hacia los portadores de la palabra. Sus pies blindados hincan los dientes en la piel del casco a medida que gana tracción. Parece enorme, como un titán. No como una máquina de Marte: un titán mitológico.
Lleva la cabeza desnuda. Imposible. Su carne está pálida por el frío. Su boca se abre en un grito silencioso cuando choca contra ellos.
Mata a uno. Aplasta la cabeza del legionario contra su pecho con la base de su puño. La sangre se derrama por los lados. El cuerpo cae al suelo lentamente.
Guilliman se vuelve, se encuentra con otro, perfora el torso del legionario con su gigantesco puño y tira de él, arrancándole la columna vertebral. Llega un tercero, ansioso por obtener la gloria de matar a un primarca. Thiel lo elimina con un disparo de su bólter, que sujeta firmemente con las dos manos y con los pies clavados en el suelo.
El cuarto se abalanza contra el primarca.
Guilliman se da la vuelta y lo golpea en la cabeza. Se la arranca. La cabeza y el casco salen rodando, dando botes como una pelota y dejando rastros de sangre.
Llegan refuerzos. Otra escuadra de combate finalmente llega hasta la sección del casco. Una feroz y silenciosa batalla de bólters que cruzan disparos hacia adelante y hacia atrás a través de un cañón intercambiador de calor. Cuerpos golpeados, y fluidos internos, se internan en la helada oscuridad.
Thiel triangula su posición. Hace una señal al puente para que abran la puerta Babor 88.
Mira a Guilliman. Señala hacia la puerta.
El primarca quiere luchar. Thiel conoce esa mirada. Esa necesidad. Guilliman quiere continuar luchando. La sangre lo rodea como si fueran pétalos de rosa de color rojo, y quiere aumentarla.
Sin embargo, ya es hora de poner fin a esta lucha y combatir contra lo que realmente importa.