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Un golpeteo sordo. Como si sus oídos estuvieran taponados. Como si todo estuviera nublado. Como la sangre que le gotea por las sienes.
Un ruido. Un ruido estridente y agudo. Es un comunicador. El comunicador de su casco. Una transmisión. ¿Qué dice?
Ventanus trata de responder. Tiene la boca flácida, adormecida. Está boca abajo. Siente el olor a sangre. De su propia sangre.
¿Qué es esa transmisión? ¿Qué significa ese mensaje? Tan metálico, tan lejano, tan apagado.
Se esfuerza por escuchar. Comienza a hacerse más fuerte, más fuerte, comienza a destacar entre las capas que lo debilitan, como el sonido que se transmite bajo el agua, hasta que se hace claro, alto y comprensible.
—Samus. Ése es el único nombre que oirás. Samus. Significa el final y la muerte. Samus. Yo soy Samus. Samus está por todas partes. Samus es el hombre que está a tu lado. Samus te roerá los huesos. ¡Ten cuidado! Samus está aquí.
—¿Quién habla? ¿Quién es? —balbucea Ventanus—. ¿Quién está usando este canal? ¡Identifíquese!
Está tumbado en el suelo sobre una pendiente de hierba pisoteada y escombros. Está en los jardines del palacio de Leptius Numinus.
Se pone en pie. Hay dos ultramarines muertos por allí cerca, uno de ellos aplastado; el otro, partido por la mitad.
Ventanus comienza a recordar. Recuerda la metamorfosis de Cxir. Mira a su alrededor.
El demonio es enorme. Tiene unos brazos inmensamente largos, delgados y huesudos, y camina sobre ellos de la misma forma en la que un murciélago se apoya en sus alas plegadas para caminar. Los dos cuernos que tiene sobre la cabeza son tremendamente grandes.
Está atacando el palacio. Está derribando los muros delanteros, que al caer provocan enormes torrentes de piedra y yeso.
Los hermanos de batalla y los soldados del ejército se apartan y retroceden a su paso, disparándole con todo lo que tienen: bólters, armas láser, armas de plasma, proyectiles sólidos. Los disparos acribillan y perforan el grotesco bulto de color negro, pero no parece sentir dolor. Ventanus puede oír su voz en su oído, murmurando a través del comunicador.
—Samus. Significa el final y la muerte. Samus. Yo soy Samus. Samus te roerá los huesos. ¡Ten cuidado! Samus está aquí.
Ventanus ve a Sullus. Sullus ha cogido su espada, la espada que usó para matar a Cxir. Ventanus lo sabe, simplemente lo sabe. Sullus está tratando de reparar el mal que su error ha provocado.
Sullus se abalanza contra el demonio y le propina un rajo tras otro.
Ventanus avanza. Comienza a correr.
—¡Sullus! —le grita.
Sullus no lo escucha. Está cubierto de salpicaduras de icor y no deja de destrozarle la carne rancia a esa cosa.
El demonio finalmente parece darse cuenta de la figura vestida de color azul cobalto que está descuartizando la base de su columna vertebral.
Lo pisotea.
Entonces comienza a moverse, ajeno a los proyectiles explosivos que le sacuden la carne. Otra parte de la fachada del palacio se derrumba.
Ventanus alcanza a Sullus. Su cuerpo está comprimido contra el suelo en una humeante y chamuscada depresión que rezuma baba. Trata de sacarlo. Sullus está aún vivo. Su armadura lo ha protegido, aunque tiene lesiones por aplastamiento. Los huesos están rotos.
Ventanus oye un choque y el sonido de cadenas. Uno de los Shadowswords se precipita contra los jardines del palacio. Ha llegado por el puente y se estrella contra la garita para adentrarse en el complejo. Ha derribado la puerta en la que los Portadores de la Palabra perdieron a cientos de guerreros tratando de destruirla.
El vehículo superpesado retumba a través de los jardines destrozados, arrasando algunos de los emplazamientos de los soldados de Sparzi. Apunta con su cañón volcano. Ventanus oye el característico «suspiro-lamento» de los capacitadores cargándose para disparar.
La explosión es bestial. Un destello luminoso. Un rayo abrasador alcanza al demonio en el cuerpo. La cegadora luz brillante parece retorcerse contra la oscuridad del demonio y lo envuelve. El cuerpo de la criatura desprende oscuras ráfagas de vapor, pero no muestra ningún signo de deterioro.
Se vuelve hacia el tanque.
Ventanus comienza a correr de nuevo a través del destrozado jardín, esquivando los cuerpos de los hombres asesinados por el demonio, hacia el muro del palacio. Tiene una teoría. No es mucho, pero es todo lo que tiene. El demonio es insensible a los daños producidos en su cuerpo, pero su cabeza podría ser vulnerable. Los daños en el cerebro o en el cráneo podrían frenarlo o perjudicar su funcionamiento. Tal vez incluso ahuyentar a ese maldito ser.
Se ha apoderado del Shadowsword. El vehículo superpesado trata de recargar su cañón, pero ese famoso ritmo de fuego lento…
El demonio agarra el tanque por la parte delantera del casco, doblando los faldones de la armadura y rasgando los protectores de seguimiento. Empuja hacia atrás el tanque de trescientas toneladas, arrancando la hierba como si fuera mantequilla. El tanque acelera, soltando chorros de gases, tratando de embestir al astado ser, las cadenas resbalan y se tuercen. Salpica barro. Los remaches salen volando. El Shadowsword trata de girar la torreta para disparar contra el demonio a quemarropa. El ser golpea la enorme boca del cañón destrozando todo el ensamblaje de alrededor. Ventanus oye todo el engranaje interno y los controladores de rotación triturarse y apagarse. La montura del cañón se afloja, quedando colgada del poderoso chasis, y el arma se desliza hacia un lado.
El demonio se agacha, resoplando, y muerde el casco. A continuación empuja el tanque de nuevo, llevándolo hasta un huerto ornamental de árboles frutales y aplastándolo contra el muro adosado.
Ventanus corre por una pendiente de escombros. Salta, con los brazos abiertos, y aterriza en el techo plano de un pórtico de jardín. Corre por todo el tejado y evita un trozo de muro derribado por el ataque del demonio, y luego vuelve a saltar de nuevo, esta vez sobre el parapeto de mármol del tejado del palacio. Continúa corriendo por el tejado hasta llegar a la altura del demonio, casi sobre él. Está acabando con el tanque, destrozándolo como un perro de caza acaba con un conejo.
Ventanus puede verle la nuca, arrugada y pálida, casi humana. Ve los mechones de su asqueroso pelo negro y la parte posterior del cráneo, donde la piel manchada cuelga floja detrás del abultamiento de los absurdos cuernos.
Ventanus acelera su marcha. Alarga la mano hacia la espada, pero la vaina está vacía.
Lo único que tiene es el cuchillo ritual de Cxir.
Lo saca, lo agarra con ambas manos, con la punta de la hoja hacia abajo, y salta del tejado con los brazos levantados por encima de la cabeza.