[MARCA: 12. 40.22]

Oll Persson se baja del esquife en el embarcadero. Lleva su fusil láser.

Con su calloso pulgar derecho, quita el seguro con un chasquido y deja preparada el arma. Oll ni siquiera la mira. Está mirando hacia el frente, hacia la inmensidad del embarcadero, mirando las figuras reunidas allí. Su rostro está triste, lo que endurece sus líneas de expresión. El ceño fruncido le hace entornar los ojos, como si el sol brillara demasiado.

No duda. Un paso, dos, y luego comienza a ir más rápido, después a correr, a correr directamente hacia el embarcadero con el rifle apoyado en el hombro, presionándolo contra la mejilla y apuntando mientras corre.

El primer disparo alcanza a un hermano de cuchillo en la columna vertebral, entre los omoplatos, justo antes de que apuñale en el cuello a Krank, que grita como un loco. El segundo y tercer disparo, dan a un hermano de cuchillo en la cara, el hombre que se esfuerza por mantener inmovilizado a Krank. Cuarto disparo. Otro hermano de cuchillo en la parte baja de la mandíbula mientras se vuelve, tirándolo de espaldas al agua. Quinto, sexto y séptimo disparos. A dos hermanos de cuchillo que se daban la vuelta con sus rifles. La ráfaga de tres disparos los atraviesa a ambos.

Dos más comienzan a devolverle los disparos desde la parte baja del embarcadero. El disparo número ocho hiere a uno de los tiradores. Disparo número nueve. Lo mata. El décimo disparo alcanza al otro tirador en la parte superior de la cabeza.

Disparo número once. No hay. El cargador está vacío. Lleva disparando durante todo el día. Expulsa el cargador sin dejar de correr por el embarcadero, y lo deja caer sobre el suelo de madera. Mete uno nuevo.

Los alcanza. Está entre ellos. En combate cuerpo a cuerpo. Oll esquiva un golpe y le asesta un culatazo en la cara. Estilo de guerra de trincheras, como los adiestraron todos aquellos años antes en el lodo a las afueras de… ¿Verdún? ¡Ah, lo que daría por una bayoneta! Tendrá que hacerlo la bocacha del cañón del arma. Parte una frente.

Una patada lateral rompe un tobillo, y otro golpe violento destroza una mejilla. Bloquea una puñalada con el rifle como si éste fuera una lanza larga, girándolo a un lado. Dispara de nuevo. A quemarropa. Le atraviesa el esternón. La sangre sale a chorros por la espalda.

Los disparos de rayos láser lo rozan en la oscuridad. No se inmuta. Cuatro hermanos de cuchillo trepan por las barandillas de la parte final del embarcadero para unirse a la lucha, para llegar hasta él.

Oll se vuelve, con el rifle láser apoyado en la cadera y el pulgar en el disparo automático. Una ráfaga. El destello estalla como una luz estroboscópica.

Oye un crujir de huesos a su espalda. Oll se da la vuelta rápidamente. Un adorador al que no había visto yace sobre un enorme charco de sangre. Graft lo ha golpeado con uno de sus miembros mecánicos.

—Gracias —dice Oll.

—Iba a hacerte daño, soldado Persson.

En momentos como éste, Oll querría haber enseñado a disparar al viejo servidor de trabajo.

En momentos como éste…

¿Cuántas veces ha rezado para que no hubiera nunca más un momento como éste? La triste verdad del asunto es que sólo hay guerra. Siempre hay otra guerra en la que luchar. Oll lo sabe. Lo sabe mejor que nadie.

Tal vez sea eso. Tal vez Grammaticus tenía razón, por una vez. Tal vez éste es el fin de la guerra. Quizá ésta sea la última batalla.

Krank está tratando de levantarse. Está aturdido. Oll mira a su alrededor en busca de Rane. Ve como el chico está siendo arrastrado por algo hacia las sombras.

—¡Lo ha atrapado, lo ha atrapado! —balbucea Krank.

—Está bien —le dice Oll sin mirarlo, mirando únicamente a Rane—. Coged el agua. Id hasta la lancha. Nos vamos.

El chico podría estar muerto. O simplemente podría estar desmayado Un rifle láser no servirá de nada ahora. El ser que lo ha atrapado ha salido directamente de la disformidad. Oll no sabe lo que Rane o Krank están viendo. Probablemente, algo salido de un bestiario iluminado. Oll ve lo que realmente es. Materia inmunda fusionada en una forma humanoide, vestida con la suntuosidad de una pesadilla. Es bastante real, lo suficientemente real como para matar, pero a pesar de todo no es real. Es sólo un reflejo en la energía de este mundo de algo de fuera del inmaterium. Algo hambriento, inquieto, e impaciente por entrar.

Llámalo demonio, si prefieres. Una palabra demasiado específica, en realidad, aunque tal vez eso es todo lo que los demonios son.

Oll mira los cuerpos de los que ha matado, los harapientos guerreros vestidos de negro. Conocían la magia de la disformidad. No mucho, pero suficiente para juguetear con ella. Suficiente para creer que habían encontrado una verdad insoportable. Suficiente como para formar una secta, una religión. Suficiente para volverse locos. Como los idiotas de los Portadores de la Palabra. La materia de la disformidad es perjudicial. Una vez que la tocas, se te adhiere. Será difícil que te vuelva a soltar alguna vez de nuevo.

Los cuchillos de color negro de su hermandad. Cuchillos rituales. Athames. Agarra uno de ellos, el más cercano, e introduce la empuñadura en el cañón del rifle. Una improvisada bayoneta lo sacará del apuro. Se las arregló bastante bien en Austerlitz.

Oll se queda bloqueado, entonces da un paso al frente y clava la oscura cuchilla en el ser que tiene atrapado a Rane. Unas luces de color negro salen despedidas en todas direcciones. La nube de humo apesta a huevos podridos y carne putrefacta.

La demoníaca criatura chilla como una mujer, luego muere, y la materia de su interior se derrumba en el negro fango y cubre a Rane. El muchacho está fuera de combate. Pero todavía tiene pulso.

Oll mira a su alrededor. La chica, Katt, está detrás de él, mirando fijamente a Rane.

—Ayúdame a llevarlo —le pide Oll.

Ella no dice nada, pero agarra a Rane por los pies. Aparece Zybes, con el miedo reflejado en su mirada, y ayuda a la muchacha con el chico.

Oll saca de un tirón lo que queda del cuchillo, y lo lanza al agua sucia. Toca el símbolo que lleva colgado en el cuello y susurra unas palabras de agradecimiento a su dios por la liberación. La adrenalina sube por sus viejos miembros. Odia su rapidez, su intensidad. Creía que estaba más allá de todas esas tonterías.

Regresa a la barca. El tiroteo habrá llamado la atención, pero reconoce que tienen tiempo de dirigirse hacia el canal.

Ve al hermano de cuchillo al que Graft ha derribado. Un comandante, un oficial, el líder de la manada. Un majir. Boca abajo. Hay sangre por todas partes procedente de la herida de su cabeza. A su lado, sobre el entablado, hay un cuchillo, otro athame.

Pero el del líder es uno de los buenos. Fabricado a mano. Uno especial para destacar su autoridad e importancia. Es algo más delicado que las toscas puntas rituales que los demás empuñan, si algo tan inherentemente retorcido y endemoniado se puede considerar delicado.

Puede que no sea exactamente lo que Oll está buscando, pero es lo más parecido que ha encontrado hasta ahora, y estaría loco si lo dejara.

Lo coge, lo envuelve en un trapo, y lo mete en el bolsillo del muslo.

Tres minutos después, el motor de la barca vuelve a la vida, y el bote avanza hacia las oscuras aguas, alejándose del embarcadero.

* * *

Criol Fowst se despierta de golpe. Se sienta y aparta la cara de la fresca y húmeda cubierta. Hay sangre por rodas partes, por todo su cuerpo. Se toca el cuero cabelludo con los dedos, y se da cuenta de que un trozo de su cráneo está realmente dañado y no debería moverlo.

Vomita varias veces.

Sabe que le han quitado algo, algo muy especial y valioso, algo que le había dado Arune Xen. El futuro de Fowst dependía de ello. Lo necesitaba para conseguir todo el poder y el control que soñaba poseer.

Alguien va a morir por cogerlo.

No, peor que morir.