[MARCA: 12.20.59]
Oll Persson les dice que esperen.
El humo cubre el río, los muelles, los diques. Dos naves portacontenedores están ardiendo en el estuario, provocando una borrosa danza de color amarillo entre la niebla estancada. Es como si el mundo entero se estuviera reduciendo a un estado vaporoso.
Les pide que esperen: Graft, Zybes, los dos soldados y la chica silenciosa. Se refugian en la casa de un piloto con vistas a la pista de aterrizaje. Están armados, excepto Graft y la chica. Ella aún no ha pronunciado ni una sola palabra ni ha mirado a nadie a los ojos.
Oll se cuelga el rifle al hombro y encuentra un lugar tranquilo en una de las naves de embalaje. En su día, solía ir a Punta Neride para los mercados. Siempre había pescado fresco, aunque los espacios de los muelles eran, sobre todo, de uso industrial. Cientos de barcos se balanceaban en el agua junto a los muelles y los embarcaderos entre los enormes contenedores.
Ahora está todo hecho un lío. Una ola enorme ha arrastrado a los barcos hasta las calles y los ha aplastado contra los habitáculos y las estructuras de las fábricas. Las calles están mojadas y cubiertas de basura y escombros hasta la altura de los tobillos. El agua está aun peor. Es como aceite de color marrón, y hay cuerpos flotando sobre ella, miles de cuerpos, taponando los desembarcaderos y bajo los paseos del muelle y los puentes, amontonados por las corrientes dominantes como basura desechada.
El lugar huele a muerte. Una inundación de muerte.
Oll se sienta y abre su viejo petate. Saca las pocas cosas que pudo rescatar de su habitación y rebusca entre ellos en la parte superior de una vieja caja.
Hay una pequeña lata, una lata de tabaco para cortar la hoja de lho en bruto. Hace mucho tiempo que no fuma, pero varias versiones más antiguas de él sí lo hicieron. Abre la lata, huele el aroma de lho atrapado en su interior, y coloca el envoltorio de tela en la palma de su mano. Lo abre.
Están justo como los recordaba. Una pequeña brújula de plata y un péndulo de azabache. Bueno, parecen de plata y azabache, y nunca corrigió a nadie que lo dijera. La piedra de azabache cuelga de una fina cadena de plata. Hace años que usó estos objetos por última vez. Oll cree que podrían ser más de un centenar, pero la esfera de color negro brillante en el extremo de la cadena está caliente.
La brújula tiene la forma de un cráneo humano, una hermosa pieza de orfebrería no más grande que un pulgar. El cráneo es ligeramente alargado, ligeramente más largo que las proporciones humanas normales, lo que sugiere que no era en realidad un cráneo humano lo que se usó como modelo. El cráneo, una caja, se abre a lo largo de la mandíbula mediante unas bisagras minuciosamente diseñadas, de tal forma que la parte superior de la boca aparece como la esfera de la brújula. Las marcas en el borde de la brújula son tan pequeñas e intrincadas que se necesita la lupa de un relojero para poder leerlas. Oll también tiene una de esas lupas.
El sencillo puntero dorado y negro gira con facilidad al mover el pequeño instrumento.
La sitúa y luego la alinea hacia el norte. Observa el movimiento del puntero.
Oll saca un pequeño bloc de notas de su estuche y lo abre por una página en blanco. La mitad del libro está escrito con una escritura antigua. Desliza el lápiz por el bloc de notas, lo abre, y escribe la fecha y el lugar.
Le lleva unos minutos. Suspende el péndulo sobre la brújula con su cadena de plata y lo deja girar. Repite el mismo proceso varias veces, anotando ordenadamente en una columna los ángulos y las direcciones de los giros y los movimientos de la aguja de la brújula. Calcula y anota el azimut. Luego pasa las páginas del bloc de notas hasta el final, despliega una hoja doblada de papel de color amarillo que está pegada en la cubierta trasera, y estudia el gráfico. Está escrito en el lenguaje de Terra, veintidós mil años antes de este momento, la copia de otro gráfico dibujado veintidós mil años antes. Su caligrafía era bastante diferente en aquel entonces. El gráfico muestra una rosa de los vientos con los puntos cardinales. Se trata de una pieza de un sublime misterio dibujada con tinta. Oll piensa en las dos fuerzas que se enfrentan en Calth y llega a la conclusión de que las dos tienen razón en una cosa. Es lo único en lo que están de acuerdo. Las palabras son el poder, al menos algunas de ellas. La información es victoria.
«Thrascias», se dice a sí mismo. Tal y como se temía, van a necesitar un bote.
Vuelve a guardar todas sus cosas tan cuidadosamente como las desenvolvió, prepara su arma, y va a reunirse con los demás.
* * *
Bale Rane mira lleno de duda el esquife.
—Date prisa y sube —le dice Oll.
El esquife es una embarcación de pesca, para unas doce personas, con una pequeña cabina cubierta y un casco largo y estrecho.
—¿Adonde vamos? —pregunta Zybes.
—Lejos de aquí —dice Oll, subiendo a bordo algunas de las cajas—. Muy lejos. Thrascias.
—¿Qué? —pregunta Zybes.
—Nor-noroeste —se corrige Oll a sí mismo.
—¿Por qué? —pregunta Rane.
—Es donde tenemos que ir. Ayúdame con las cajas.
Han empaquetado alguna comida enlatada, paquetes de raciones envueltos en papel de aluminio, algunos suministros médicos y otros productos básicos robados de la casa del piloto. Krank y Graft han bajado hasta el embarcadero para llenar cuatro grandes barriles de plástico con agua potable de los depósitos del muelle.
—¿Vamos a tener que remar? —le pregunta Rane.
—No, tiene un motor. Un pequeño reactor de fusión. Pero hace mucho ruido, y habrá momentos en los que tendremos que estar en silencio, así que también cogeremos los remos.
—Yo no voy a remar —dice Rane.
—No te estoy pidiendo que lo hagas, chico. Por eso trajimos a Graft. Él nunca se cansa.
El chico, Rane, se está poniendo nervioso. Oll se ha dado cuenta. Todos están inquietos. Todos excepto Katt, quien se acaba de sentar en una baliza, mirando los cuerpos que flotan en el agua. Se oyen disparos en las calles de la Punta, y el sonido de los tanques. Tanques y ladridos de perros.
Sólo que Oll sabe que no son perros.
—Ve y ayuda a tu amigo con el agua —dice Oll. Sube a bordo para comprobar el sistema eléctrico y poner en marcha el motor.
Rane se vuelve del embarcadero hacia los tanques. Las ráfagas de viento arrastran el humo negro hasta el muelle y lo hace toser.
Ni siquiera está pensando en Neve. Nada de nada.
Ella está justo allí, de repente. Allí mismo, frente a él, como si surgiera de entre el humo.
Le sonríe. Nunca le pareció más bella que ahora.
—He estado buscándote, Bale —le dice—. Pensé que no volvería a verte nunca más.
Él no puede pronunciar ni una sola palabra. Avanza hacia ella con los brazos abiertos y los ojos llenos de lágrimas.
Desde los depósitos, Krank mira hacia arriba. Ve a Rane por el paseo. Ve lo que está haciendo.
—¡Bale! —le grita Krank—. ¡No, Bale! ¡No!
Comienza a correr hacia su compañero, pero de repente aparecen unos hombres delante de él. En el muelle. Aparecen de entre el humo. Son duros y asquerosos, van vestidos de negro. Están flacuchos, como si estuvieran desnutridos. Llevan pistolas y rifles. Tienen unos cuchillos fabricados con cristal de color negro y metal sucio.
El rifle de Krank está apoyado contra el depósito. Retrocede. No tiene ninguna esperanza de poder volver a recuperarlo.
Los hermanos de cuchillo se ríen de él.
—Matadlo —ordena Criol Fowst al Ushmetar Kaul.