[MARCA: 12. 07. 21]
—Pensé que tenía que ver esto —dice Selaton, y acompaña a Ventanus al exterior, al jardín cubierto de cráteres del palacio.
—¿Un prisionero? —pregunta con un tono de duda en la voz Ventanus.
Muchos de los enemigos corrieron hacia ellos para morir tras la cuarta incursión. La mayoría permanecieron en sus puestos y lucharon hasta la muerte. Pero éste ha aceptado ser capturado.
Está de pie en el jardín, al lado de la fuente rota, custodiado por cuatro ultramarines.
Ventanus deja a Selaton con sus obligaciones y se acerca al portador de la palabra. La armadura del guerrero está abollada y ensangrentada. Su rostro está manchado de sangre. Mira a Ventanus, y casi parece sonreír.
—Nombre —dice escuetamente Ventanus.
—Morpal Cxir —contesta el portador de la palabra.
Uno de los guardianes de los Ultramarines le muestra a Ventanus las armas que el portador de la palabra llevaba consigo cuando fue capturado. Un bólter estropeado. Una daga grande hecha de pedernal de color negro con una empuñadura de alambre enrollado. La daga resulta bastante curiosa. Parece ritual y ceremonial: más un tótem que un arma.
—¿Eras el oficial de mayor rango? —le pregunta Ventanus.
—Yo estaba al mando —admite Cxir.
—¿Alguna razón por la que no deba matarte ahora mismo, cabrón? —le pregunta Ventanus.
—Porque aún vives bajo un código. Tu Verdad Imperial. Tu honor. Tu ética.
—Todo lo que tú has olvidado.
—Todo a lo que he renunciado expresamente —lo corrige Cxir.
—¿Es por nuestra vieja enemistad? —pregunta Ventanus.
Cxir se ríe.
—¡Qué típicamente arrogante! Qué característico de la mentalidad de Ultramar. Sí, hoy saciamos nuestra aversión por vosotros. Pero ésa no es la razón por la que atacamos Calth.
—¿Por qué, entonces? —inquiere Ventanus.
—La galaxia está en guerra —le contesta Cxir—. Una guerra contra el falso Emperador. Nosotros seguimos a Horus.
Ventanus no responde. No tiene ningún sentido, pero el aparente sinsentido al menos debe situarse en el contexto de los inimaginables acontecimientos del día. Le echa otro vistazo al cuchillo ritual. Es horroroso. Su forma y su diseño lo hacen incómodo. Está seguro de que la hermandad de adoradores lleva armas parecidas. Lo desliza en su cinturón. Se lo va a mostrar a la servidora. Tal vez el motor de datos pueda proporcionar alguna información reveladora.
—¿Así que la galaxia está en guerra? —inquiere.
—Sí.
—¿Una guerra civil?
—La guerra civil —contesta Cxir, como si eso lo enorgulleciera.
—¿El señor de la guerra Horus se ha vuelto contra del Emperador?
Cxir hace un gesto de asentimiento con la cabeza.
—Las noticias necesitan tiempo para viajar —dice en tono amistoso—. Dentro de poco tiempo os enterareis. Bueno, tú no. Ninguno de vosotros, Nadie de la XIII Legión. Aceptad el hecho de que os quedan sólo unas cuantas horas de vida.
—Si has accedido a convertirte en nuestro prisionero para intentar amenazarnos, es que eres un loco —le espeta Sullus mientras se acerca a ellos.
—No estoy aquí para amenazaros —replica Cxir—. Hubiera preferido morir, pero tengo una obligación como comandante. Tengo el deber de ofreceros las condiciones.
Sullus desenvaina la espada.
—Dame permiso para callar a este traidor —pide Sullus.
—Espera —le ordena Ventanus.
Mira al portador de la palabra. La expresión de Cxir es despectiva y confiada.
—Él sabe que no le haremos ningún daño mientras lo mantengamos cautivo, Sullus —le explica Ventanus—. Por eso se ha burlado de nosotros. Se ha burlado del código y los principios de nuestra civilización. Se ha mofado de nosotros por tener ética. Si eso es lo peor que puede decir, dejémoslo.
Sullus suelta un gruñido.
—En serio, Teus —insiste Ventanus—. ¿Él piensa que eso es un insulto? ¿Qué nosotros tengamos principios morales y él no?
Cxir mira a los ojos a Ventanus.
—Tu postura ética es admirable, capitán —le dice—. No me malinterpretes. Nosotros, los legionarios de la XVII Legión sentimos admiración por ti. Siempre la tuvimos. Hay mucho que admirar de los augustos Ultramarines. Vuestra determinación. Vuestro sentido del deber. Y especialmente vuestra lealtad. Estos comentarios no intentan parecer sarcásticos, capitán. Estoy siendo sincero. Lo que tú defiendes y representas es un anatema para nosotros, y por eso hemos levantado las armas en su contra. No descansaremos hasta que esté muerto y derrocado. Eso no me impide, al mismo tiempo, admirar la fuerza con la que lo defiendes.
Cxir mira a Ventanus, y luego a Sullus, y continúa hablando:
—Vosotros erais todo lo que nosotros no podíamos ser. Entonces, la verdad nos fue revelada. La Verdad Primordial. Y nos dimos cuenta de que vosotros erais todo lo que nosotros no seríamos.
—Su parloteo me está aburriendo —le comenta Sullus a Ventanus.
—Sois criaturas de honor y razón —continúa Cxir—. Comprendéis las condiciones. Es por eso que renuncié a una muerte a la que me sentía feliz de abrazar y asumí esta humillación. Estoy aquí para ofreceros las condiciones.
—Tienes un minuto pata exponerlas —le dice Ventanus.
—Al no haber podido tomar el palacio y destruiros —comienza Cxir—, he defraudado a mi comandante. Leptius Numinus fue identificado como el objetivo principal. ¿Comprendes lo que estoy diciendo, capitán? Sólo porque hayas derrotado a mis fuerzas no evitará que otros vengan. En el momento de mi captura, el comandante Foedral Fell estaba avanzando sobre Leptius con su hueste de combate. No pueden estar muy lejos. Fell os aplastará. A duras penas conseguisteis derrotar a mis fuerzas. Las suyas son veinte veces más grandes. Y él no es una criatura de honor, capitán, no como vosotros entendéis el término. Ríndete ahora. Rendíos a mí y yo responderé en vuestro nombre. Tú, y tus fuerzas salvaréis la vida.
—¿Para qué? —pregunta Sullus—. Una vida salvada en esas condiciones no es una vida que merezca la pena vivir.
Cxir asiente con la cabeza.
—Lo entiendo. Tal y como esperaba; no puede haber un acercamiento entre nosotros. Hemos derramado demasiada sangre.
—Entonces, ¿qué pretendías? —pregunta Ventanus—. ¿Que nos rindiéramos a ti? ¿Que nos pusiéramos de vuestro lado, con la XVII Legión, con, si eso que dices es cierto, Horus? ¿En contra de Terra?
—Por supuesto que no —contesta Cxir—. Pero esperaba que, quizá, al menos quisierais escuchar nuestra verdad. No es como piensas, capitán, es hermosa. Tu percepción de la galaxia cambiaría. Sería un cambio de paradigmas. Te preguntarás por qué alguna vez pudiste pensar de esa forma. Te preguntarás cómo y por qué nunca tuvieron ningún sentido.
—Cxir —dice Ventanus—. He escuchado tus condiciones, y he escuchado tu oferta. Y formalmente rechazo las dos.
—Pero moriréis —insiste Cxir.
—Todo el mundo muere —le contesta Ventanus, alejándose.
—No será una muerte digna —le advierte Cxir—. No habrá gloria. Será un final triste y miserable.
—Hasta con gloria, la muerte es miserable —le contesta Ventanus.
—¡Fell te destrozará! ¡Te maltratará de formas inimaginables! ¡Pisoteará tu carne contra el suelo!
—No le hagas caso —le dice Ventanus a Sullus.
—¡Tal y como le hicimos a vuestro primarca! —grita Cxir—. ¡Te rajaremos, te dejaremos desangrarte y te mataremos, como lo rajamos y lo desangramos a él! Al final rogaba la muerte. ¡La imploraba! ¡Nos suplicó como un cobarde! ¡Llorando! ¡Nos pedía que acabásemos de una vez con él! ¡Que acabásemos con su dolor! Sólo nos reímos y pisoteamos su corazón porque sabíamos que estaba asustado.
Ventanus no puede detenerlo. Sullus cae sobre el portador de la palabra. El torso de Cxir se abre en canal desde la cadera izquierda hasta la garganta con un corte limpio. La punta de la espada de Sullus se incrusta en la parte inferior de la mandíbula de Cxir.
La sangre brota del portador de la palabra. Se balancea. Una sangre de color negro le mana de la herida, le gotea por las piernas, se desliza por la curvada hoja de la espada y sube por el brazo de Sullus. Sale de la boca medio abierta de Cxir. Ventanus puede ver el fino borde de acero de la hoja atravesando dos de los dientes inferiores.
Cxir se está riendo.
Murmura algo, ahogándose con la sangre, silenciado por la espada.
Ventanus aparta a Sullus y agarra la espada para sacársela y proporcionarle la compasión de una muerte rápida.
—Por fin —murmura Cxir—. Me preguntaba qué sería necesario… Sabía que alguno de vosotros tendría las pelotas…
Comienza a derrumbarse, cayendo de rodillas antes de que Ventanus pueda sacar la espada. La sangre se acumula a su alrededor sobre la tierra seca, extendiéndose como un espejo de color púrpura en todas direcciones. Los cuatro guardias de los Ultramarines retroceden en señal de desagrado. Sullus mira fijamente, maldiciéndose a sí mismo por dejarse llevar por la ira.
También hay algo más que está siendo liberado.
Cxir no deja de reír. La risa deja salir una oleada de sangre por la boca. Es una sangre espesa. Con grumos. Y trozos de tejidos. La risa es un gorgoteo, como un colector de agua atascado.
Cxir se divide a lo largo de la línea de la herida de la espada. Se separa desde la cadera hasta la garganta. Entonces, su cráneo se parte también en una línea vertical, como una vaina de un guisante abriéndose. La carne se desgarra y se separa como materia fibrosa. La espada cae sobre la tierra ensangrentada.
Cxir está de rodillas, abierto desde la cintura como una flor sangrienta. Continua, de alguna manera, riendo.
Entonces se vuelve del revés.
Ventanus, Sullus y los guardias retroceden sorprendidos. La sangre los salpica. La columna vertebral de Cxir brota como un tronco de árbol calcificado del que salen unas extrañas ramas que parecen estar hechas con huesos humanos. Su caja torácica se abre como unas esqueléticas alas. Sus órganos laten y aumentan de tamaño, apareciendo tejidos y tendones a través del esqueleto que está tomando una nueva forma.
Cxir se convierte en un recipiente. Sea lo que sea lo que se oculta en su interior, lo que está creciendo y brotando a través de él desde la disformidad, es mucho más grande de lo que su forma física podría haber contenido.
Los nuevos miembros se vuelven de color negro y con escamas. Le salen cerdas y espinas. Se extienden como las patas de una araña gigante. Colas de escorpión y se retuercen como una demencial corona a medida que van emergiendo de las costillas abiertas. Los aguijones brillan como cuchillos.
La nueva cabeza de Cxir se desarrolla girando lentamente desde su postura inclinada. Las mandíbulas castañetean. Los enormes ojos polifacéticos brillan y relucen, iridiscentes. Del cráneo le brotan cuernos; los enormes y rígidos cuernos de algún demonio astado de los antiguos egeos.
Cxir continúa riendo, pero ya no es Cxir.
El aire está lleno de moscardones, como una tormenta de ruidosa ceniza.
—Samus —proclama riéndose Cxir—. ¡Samus está aquí!