[MARCA: 10.00.01]

Los Portadores de la Palabra lanzan una tercera oleada de marines de asalto contra el palacio.

Ventanus, Selaton y Greavus han mantenido juntas las fuerzas de defensa y custodiado la puerta y el puente, aunque el puente está convertido en escombros que no son reflejo de su antigua majestuosidad. La segunda oleada casi había conseguido empujarlos fuera de la puerta del patio interior de no haber sido por el feroz fuego de respuesta de los skitarii de Arook.

Ventanus sabe que la tercera ofensiva será la fase decisiva. Lo ve venir: una formación de tropas de asalto precipitándose hacia la puerta, tan ferozmente disputada, otra virando al sur para golpear el muro en torno al perímetro. Con la intención de irrumpir en las posiciones de la artillería de Sparzi.

Remus Ventanus está decidido a soportar todo lo que deba soportar pero sabe que esa resistencia podría desmoronarse con el tiempo. Es una inevitable fatalidad. Es una cuestión de números. Es una práctica sólida.

Se aferra a una esperanza. Se aferra a ese mensaje transmitido en voz baja por su propia compañía. «No permitáis que sea una mentira o un truco», piensa. Ya ha tenido suficientes trucos por hoy. Si no es una mentira, dejadlos que sean lo suficientemente rápidos. Dejadlos que sean veloces. Dejadlos que lleguen hasta aquí mientras estar aquí aún importe.

Sabe que la ofensiva es inminente. Hay signos que lo delatan. La hermandad de los adoradores merodea una vez más por la puerta y el foso. Los cánticos se hacen tan fuertes que Ventanus se imagina su pulso, su aliento masivo, que arrastrará la niebla fétida. El enemigo golpea los muros con más misiles, morteros y con artillería media. Los proyectiles abren agujeros en los antiguos muros o caen en el interior de los jardines y los recintos, dispersando los pelotones y las posiciones de reserva. Selaton informa haber oído ruido de cadenas en la niebla, lo que sugiere que el bombardeo procede de tanques enemigos o de armas autopropulsadas. Ventanus no oye nada: su oído está embotado por el penetrante estruendo del intenso combate en el que se ha visto atrapado.

Los marines de asalto gritan. Sus retrorreactores generan ásperas y brillantes horquillas de llama azul. La hermandad carga contra las barricadas del puente. Un trozo de la parte superior de la puerta explota y cae en una avalancha de polvo y piedras. Los defensores se preparan.

Greavus lanza maldiciones, la sangre le moja el pelo, ya rojo de por sí.

Un Baneblade, un mastodonte de color carmesí, emerge de entre la niebla en el otro extremo del terraplén y se sitúa entre el puente y el muro oeste. Los guerreros de la hermandad pululan alrededor del enorme tanque.

El tanque superpesado apunta con su arma de asedio primaria. El cañón Demoledor chirría al alinearse. Sus faldones y el blindaje lateral están pintados con dibujos de estrellas de ocho puntas y lo que parece ser una considerable cantidad de escritura garabateada.

Un Baneblade.

Ventanus sabe que la balanza se ha inclinado finalmente y firmemente a favor de los Portadores de la Palabra. El combate cuerpo a cuerpo ya ha comenzado. No hay tiempo para pensar en el tanque.

Está demasiado ocupado luchando contra un par de marines de asalto.

Uno de ellos lo ha herido en un costado. El otro lo ataca con un hacha de energía. Los confines de la puerta impiden que el arma del atacante se mueva con libertad, pero el portador de la palabra ya ha acabado con dos soldados del ejército y un skitarii.

Selaton cubre la retaguardia de su capitán, gira la espada de energía hacia un lado con un maltrecho escudo de combate cuya decorada superficie ha sido borrada con un millón de muescas y arañazos. Ventanus y Selaton luchan espalda contra espalda. Ventanus enfrenta su espada de energía contra la maza cinética de su oponente. Selaton blande una espada sierra a el portador del hacha.

Al mismo tiempo, Ventanus no le quita ojo al tanque.

Selaton recibe un golpe. El hacha de energía traspasa el escudo y le corta la hombrera. No alcanza la carne de debajo, pero el daño es grave y dificulta la articulación de su brazo.

Selaton intenta compensarlo, pero pierde el equilibrio. Tropieza lateralmente, desplazado por el impulso de la desgarradora hacha.

Por lo tanto, su guardia es débil cuando sufre el segundo golpe en el pecho.

La herida es terrible. La fuerza del golpe derriba a Selaton, y le parece como si tuviera toda la hoja del hacha enterrada en el pecho. En realidad, su armadura ha absorbido la parte letal del golpe, pero tiene un corte en la carne, y hasta que la biología sobrehumana de Selaton actúe para detenerlo, sangra abundantemente.

Ventanus está demasiado ocupado como para proteger a su sargento caído. El marine de asalto, con el hacha de energía en sus manos, se acerca para asestarle el golpe final.

Greavus lo golpea en un lado de la cabeza con su puño de combate, lo que aplasta el casco como una lámina de papel de aluminio.

Greavus ayuda a levantarse a Selaton. Durante un momento tratan de sacar el hacha de la armadura de Selaton.

Ventanus acaba con su oponente. La ira dirige su mano. Atraviesa con la espada el casco del portador de la palabra y le corta una tercera parte del lado derecho. Algo que parece la sección transversal de una anatomía scholam es visible mientras cae hacia un lado.

Ventanus siente el calor hirviendo en su interior como la fiebre. Desde que comenzaron los combates ha sufrido unas dieciocho heridas leves incluyendo un disparo de rayo láser que le atravesó la carne del muslo derecho, un hueso del antebrazo, y el dedo meñique triturado. Lo demás son golpes, cicatrices y graves contusiones.

Su metabolismo está redoblando los esfuerzos, tratando de compensar, tratando de combatir o retrasar el dolor, tratando de mantener el máximo rendimiento, tratando de acelerar la recuperación y la reparación. El déficit de energía ha elevado varios grados la temperatura de su cuerpo. Está quemando rápidamente las reservas de grasa de su organismo. Sabe que pronto necesitará hidrofitos y amortiguadores de dolor si pretende mantener su ventaja en el campo de batalla.

Mira al tanque de nuevo. ¿Por qué no ha disparado? ¿Por qué…?

El Baneblade acelera bruscamente su planta de motores de gran potencia, expulsa chorros de gases negros en el aire, y comienza un retroceso rápido. Ventanus oye las grandes cadenas chirriando. Su enorme casco se sacude de un extremo a otro, y su torreta principal comienza a girar hacia la izquierda. El cañón de batalla se eleva.

La horda de guerreros de la hermandad que tiene a su alrededor tiene que dispersarse frenéticamente para evitar ser aplastada por su precipitado movimiento.

¿Qué está haciendo? ¿Está dando la vuelta? ¿Está dando la vuelta?

Hay algo en la grasienta niebla. Algo al noroeste.

El Baneblade de los Portadores de la Palabra dispara su cañón de batalla. La onda expansiva del disparo es enorme, y la presión levanta nubes de polvo del suelo por todo su alrededor. El proyectil se desvanece en la niebla, creando una onda en espiral que se disuelve lentamente. Ventanus no oye el impacto.

Pero sí la respuesta.

Se produce un aullido oscilante de energía y presión acompañado de un microimpulso electromagnético. Un grueso rayo de energía cegadora atraviesa la niebla y golpea al Baneblade. El impacto sacude al tanque, sus trescientas toneladas. Lo zarandea como si fuese un juguete de latón. Lo balancea durante un segundo y lo hace derrapar hacia los lados. Docenas de guerreros de la hermandad perecen bajo su masa, desplazada con violencia.

El haz de energía golpea con un impacto terrible. Unos grandes trozos de blindaje salen girando por el aire. La mitad de la estructura de la torreta se quema. El humo comienza a subir, y luego surge fuera de sección dañada. El Baneblade se estremece. Ventanus oye cómo intenta reiniciar su unidad de impulso principal, detenida por el duro golpe. Puede oír la planta multicombustible dando toses y asfixiándose.

Un segundo haz de energía, tan brillante como el primero, aparece entre la niebla y no acierta en el tanque por unos pocos metros. Golpea el suelo y excava una enorme zanja de ardiente roca fundida, además de abrasar a dos docenas de miembros de una hermandad y a cuatro portadores de la palabra. Otros adoradores atrapados en la zona de objetivo inmediato aúllan cuando la ola de calor secundaria enciende sus túnicas y hace estallar su munición.

El tercer haz de energía, que llega justo un momento después del segundo, acaba con el Baneblade. Golpea en el casco, bajo el cañón de la torreta, y el tanque salta en pedazos y estalla. Durante una milésima de segundo se parece a una de esas imitaciones de vehículos de madera y lona que utiliza el ejército en los ejercicios de entrenamiento básicos. Se parece a un falso tanque que el viento ha levantado el borde de la lona cubierta y lo hincha, separándolo del bastidor, elevándolo, deformando el contorno pintado y los bordes.

Entonces se produce la explosión interna, repentina y brillante, ardiente y enorme, y la silueta retorcida del carro de combate desaparece, atomizada.

Dos tanques Shadowsword aparecen entre la niebla, que envuelve sus cascos de color azul cobalto.

Azul cobalto. Azul cobalto, con el blanco y dorado de la heráldica de los Ultramarines.

Land Raiders y Rhinos se traquetean detrás de ellos, los sigue un trío de Whirlwinds y una línea de combate de Ultramarines de cuarenta cuerpos de ancho. Abren fuego mientras avanzan sobre las posiciones del norte de los Portadores de la Palabra, atravesando el humeante cráter funerario del Baneblade. Dos o tres motos y aerodeslizadores marchan tras los enormes carros de combate, casi saltando sobre el suelo revuelto.

Las formaciones de la hermandad apostadas en la viga del puente son atacadas desde un nuevo ángulo. Cientos de adoradores son abatidos en sus posiciones. Algunos saltan a la zanja repleta de cadáveres para evitar el fuego abrasador de los Land Raiders. Los Shadowswords continúan disparando hacia el interior de la niebla, a los objetivos más valiosos de los Portadores de la Palabra ocultos de la vista del palacio por la niebla. Sus armas principales expulsan columnas de energía. Los objetos explotan bajo el manto de niebla. Las llamas se elevan en el aire por encima de la cubierta. El olor del aire cambia, como cambia del verano al invierno. Nuevas energías, nuevas máquinas, nuevas interacciones químicas.

La batalla a gran escala se ha desatado. Por primera vez desde que comenzara el ataque al palacio, la horda de los Portadores de la Palabra se ve obligada a tomar una actitud defensiva, atacados con violencia por un enemigo inesperado y móvil.

Los guerreros de los adoradores se desmoralizan. Sus cánticos se detienen. Tras la primera línea de Ultramarines hay una segunda, y una tercera. Sus armaduras doradas y azules se ven un poco tenues por las condiciones atmosféricas, pero continúan brillando. La salvación nunca fue tan espléndida. La muerte nunca fue tan noble.

Los adoradores comienzan a huir. Corren hacia el sur, o escapan entre la niebla. Aquellos que intentan seguir la línea del terraplén, abriéndose paso, luchando, atraen los disparos desde el muro. Las tropas de Sparzi y los skitarii de Arook se lanzan contra ellos con todas sus armas. Algunos se dan la vuelta, y luego vuelven a huir de nuevo, rodeados y acosados por unos disparos que los acribillan y acaban con ellos. Los cuerpos se deslizan y caen al interior de la tumba mortal de la zanja.

Ventanus ordena al coronel suspender el ataque de la artillería. Quiere asegurarse de que el contraataque dispone de una ruta sin obstáculos contra la formación enemiga.

—El capitán Sydance —dice Selaton, señalando a un estandarte.

—La Cuarta Compañía —responde Ventanus.

Se sorprende del grado de emoción que siente. No se trata únicamente de alivio por el peligro físico. Es el orgullo de grupo. Su compañía. Su compañía. Es una combinación heterogénea, en verdad. Sydance ha compuesto sus líneas de combate con hombres procedentes de varias compañías de la XIII Legión. Todos ellos estaban reunidos en Erud. Ha fortalecido las brechas y recuperado las pérdidas de la estructura de la 4.ª Compañía con refuerzos de otras unidades rotas. Uno de los Shadowswords es un vehículo de la 8.ª Compañía, dos de los Land Raiders son de la 3.ª. Ventanus observa los colores de batalla del capitán Lorchas, el segundo oficial de la 9.ª Compañía.

Los defensores del palacio observan todo lo que resulta visible. La mayoría del combate se pierde de nuevo en la niebla. Los duelos de largo alcance de los vehículos de combate atraviesan la turbia oscuridad. Más cerca, los Ultramarines finalmente acaban con la última resistencia de los adoradores y entablan un cruel combate cuerpo a cuerpo con los guerreros de la XVII Legión.

Ventanus tiene que admitir que los Portadores de la Palabra no se desmoralizan igual que sus seguidores. Disponen de un número considerable de guerreros, dos o tres de compañías de refuerzo, según estimaciones de Ventanus, e incluso atrapados fuera de posición y por sorpresa, han conseguido atrincherarse. Por la ferocidad del asalto de Sydance, la 4.ª Compañía y sus elementos de refuerzos ya han visto demasiado por hoy como para pensar en dar cuartel. Ventanus se pregunta, teme, qué habrán visto y padecido en el punto de reunión de Erud como parte principal del estallido de traición. ¿Acaso los Portadores de la Palabra acampados junto a las zonas de los Ultramarines sencillamente los traicionaron sin más? ¿Simplemente sacaron sus armas y las empuñaron sin previo aviso ni advertencia?

Está seguro de que fue así. Ventanus está seguro de que los Portadores de la Palabra no tenían más objetivo que el completo exterminio de la XIII Legión.

No se acaba con tanta facilidad con la legión de los Ultramarines.

Los bárbaros de Lorgar no se habrían arriesgado a mantener una lucha limpia.

Habrían utilizado cualquier ventaja que pudieran ofrecer la sorpresa, el engaño y la trampa. Hubieran querido bombardear y matar a su enemigo, acabar con él incluso antes de que se dieran cuenta de quién era un enemigo.

No funcionó. No funcionó. La XIII Legión está seriamente dañada. Las últimas diez horas en Calth incluso podrían haber herido de muerte a la legión hasta el punto de que quizá nunca pueda recuperarse completamente, y, como consecuencia, siempre sería una fuerza más débil y pequeña.

Pero los Portadores de la Palabra no consiguieron llevar a cabo el exterminio limpio que pretendían. Lo intentaron, pero subestimaron el esfuerzo exigido. Lo que consiguieron fue un maldito caos, y dejaron a un enemigo herido que aún podía moverse y luchar; un herido y destrozado enemigo alimentado por el dolor, el odio, la venganza y el fuerte impacto de la indignación moral.

Asegúrate siempre de que tu enemigo está muerto.

Si debes luchar contra un ultramarine, reza porque consigas matarlo. Si lo dejas con vida, entonces estás muerto.

Estás muerto, Lorgar. Estás muerto. Estás muerto.

—¿Ha dicho algo? —le pregunta Arook a Ventanus.

Ventanus se pregunta si lo hizo.

—No —le contesta.

Se desabrocha el casco, se lo quita, y limpia una mancha de sangre de la abollada visera. La mayor parte de la pintura de color azul cobalto esta rayada o desconchada. Arook Serotid, igualmente, está cubierto de golpes y rasguños, su armadura adornada de oro está abollada y manchada de sangre y aceite.

Alrededor de ellos, heridos, agotados y sucios, los hombres se reúnen para contemplar la brutal batalla al otro extremo del terraplén. Ejército, Ultramarines y skitarii permanecen unidos por igual, con las armas bajadas. Aún quedan restos humeantes bajo el destrozado arco de la puerta. Del muro caen trozos de piedra, algunos de ellos desprendidos por el movimiento de tierra provocado por el asalto de los vehículos blindados. El escaso personal sanitario que se encuentra entre las fuerzas de Ventanus aprovecha el alto el fuego para subir y atender a los heridos y moribundos. Prácticamente, todos de los defensores del palacio han sufrido una lesión de algún tipo. No hay suficientes vendajes y medicinas para todos.

—¿Por qué la contraseña? —pregunta Arook.

—¿Qué?

—El número de eldars pintados.

—La guerra contra el mundo astronave de Jielthwa —le contesta Ventanus tranquilamente—. Hace ocho años. Sydance llevó a cabo el asalto principal. Un privilegio. Durante la carga, se vio brevemente apartado y realizó una hazaña personal, acabando con una docena de guerreros eldars. Se trató de un logro extraordinario. Fue condecorado por ello. Llegué para ayudarlo justo cuando el combate estaba acabando y él estaba rematando a su último oponente.

Ventanus mira al señor de los skitarii.

—El primarca lo condecoró por las doce muertes en una lucha feroz. Doce de los eldars pintados. Pero había trece eldars muertos en el suelo del pasillo cuando le alcancé. Llegué disparando, ansioso por protegerlo. Es muy probable que mis disparos, perdidos entre el humo, acabaran con el decimotercero. De modo que esto se ha convertido en una especie de broma entre nosotros. Es famoso por haber matado a doce y fue condecorado por ello. Yo maté a uno. Pero ése podría haber sido crucial. Podría haber sido el que, al final, acabara con él. Sydance podría haber muerto a manos del decimotercero y no vivir para celebrar su gloria y sus proezas. Así que, ¿cuál fue más importante, su eldar número doce o el mío?

Arook lo mira fijamente.

—¿Ése es el tipo de cosas sobre las que bromeáis? —le pregunta—. ¿A esto es a lo que llamáis humor entre los de tu clase?

—Creí que lo podrías entender —dice Ventanus, asintiendo con la cabeza—. La mayoría de los seres humanos no lo harían.

Arook encoge sus enormes hombros.

—Supongo que sí. Nosotros los skitarii compartimos esos mismos desafíos y rivalidades. Simplemente lo hacemos en el sistema binario y lo guardamos para nosotros mismos.

La fuerza de la batalla entre blindados ha llegado a ser tan intensa que el campo de niebla al oeste del palacio se agita y revuelve como un mar en plena tempestad. Feroces rayos de luz arden en la oscuridad. Un transporte de tropas, levantado del suelo por una tremenda explosión, aparece de entre la niebla como un cetáceo irritado. Escombros y fragmentos cubren su armazón en llamas mientras se sumerge de nuevo en el mar de vapor.

Más cerca, en los límites de la niebla, los Ultramarines están enfrascados en una lucha cuerpo a cuerpo con los Portadores de la Palabra. Los leales azules contra los traidores rojos. Una lucha sin cuartel.

Ventanus recarga su bólter, comprueba su espada, y recoge el estandarte. El asta está cubierta de sangre y marcada con huellas de manos ensangrentadas.

—Me voy a reincorporar a la lucha —le dice a Selaton—. Asegurad el palacio.

Oye un zumbido bajo su oído izquierdo y responde instintivamente antes de darse cuenta de lo que es.

—¿Ventanus? Aquí Sullus.

—¿Sullus?

—Estoy en el subsótano del palacio, Remus. Lo consiguió. La servidora lo hizo. El transmisor está activado. Repito, el transmisor está activado y en funcionamiento.

Ventanus asiente. Se vuelve hacia Selaton y los demás oficiales.

—Cambio de planes —dice—. Voy a regresar al edificio del palacio, Mantened la línea, y hacedme saber en qué momento cambia la naturaleza de la lucha ahí fuera.

Se da la vuelta y comienza a alejarse a través de los jardines llenos de cráteres, hacia la maltrecha fachada del palacio de verano.

Un humo de color azul envuelve el aire, y se percibe un hedor procedente de los emplazamientos de artillería. Tiene esperanzas. Por primera vez desde que comenzara el día, Ventanus alberga una esperanza digna y apropiada en su corazón.