[MARCA: 9.38.01]

—¡Aquí vienen! —grita Arook Serotid.

Los Portadores de la Palabra aparecen entre la niebla. Sus enormes figuras de color rojo empequeñecen a sus tropas de adoradores. Hacen avanzar a los harapientos guerreros de las hermandades delante de ellos como jaurías de perros hacia la avalancha de las armas del palacio. Usan a los adoradores como escudos.

—¡A por ellos! ¡Detenedlos! —ordena Ventanus.

Por fin, dispara su bólter. A lo largo de la línea de los muros y de la puerta, los bólters abren fuego, retumbando, saltando y centelleando con los fogonazos. El armamento más pesado de la legión se une a ellos. Cañones automáticos. Cañones láser. Unas valiosas herramientas que reservaban para este momento.

La potencia de fuego impacta contra la carga enemiga ocasionándole graves daños, frenándola, destrozándola. Miles de explosiones aisladas despedazan a los hombres o los lanzan al aire. Los brillantes rayos láser y de plasma recorren la línea enemiga. Los humanos vestidos de negro caen reventados. Ventanus sonríe bajo su casco mientras ve a las figuras de color carmesí temblar y caer entre ellos.

Pero hay un inevitable saldo. Porque aunque finalmente ha llegado momento de usar las armas de la legión, también es el momento de sufrir un castigo similar. Los Portadores de la Palabra asaltantes abren fuego con bólters y cañones pesados, complementando las armas ligeras de infantería de las hermandades que no cesan de cantar. Los proyectiles explosivos golpean los muros lanzando por todos lados grandes trozos de piedra y destrozando la puerta. Las fuerzas leales comienzan a sufrir bajas mucho mayores.

«Leales», piensa Ventanus. Que amargamente natural fue llegar hasta ese nombre…

Unas siluetas de color carmesí, tan veloces como flechas, salen del banco de niebla. Escuadras de asalto. Tropas de choque que avanzan sobre retrorreactores. Llegan tronando como misiles, cruzan la amplia zanja, y caen sobre las defensas. Su ataque de salto de rana es su principal técnica de asalto. Llegan matando, armados con bólters y espadas sierra, segando las tropas del ejército como si fueran una cosecha ya madura. Las espadas sierra rugientes revientan a los soldados convirtiéndolos en tiras rojas de carne, lanzando al aire trozos enmarañados de cuerpo.

—¡Echadlos de las murallas! —grita Ventanus.

Arook abre fuego, alcanzando en el aire con un disparo preciso a uno de los asaltantes de los Portadores de la Palabra. El guerrero traidor se aleja girando sobre sí mismo seguido por una retorcida estela de humo negro. Cuatro de ellos aterrizan con agilidad en la cabecera del puente, frente a la puerta. Cortan y disparan abriéndose camino a través de los puestos defensivos de las escuadras del ejército. Las espadas sierra atraviesan sacos de arena, los tubos de los cañones, los paneles protectores, la carne, el hueso. Los gritos ahogados y extrañamente modulados de las tropas del ejército incapaces de defenderse indican el salvaje progreso de los Portadores de la Palabra.

Ventanus se lanza a la carrera, Greavus a su lado. Llegan hasta la línea defensiva bajo la puerta, donde el suelo está cubierto de una absurda cantidad de sangre. Nota la presión del pulso, un flujo impulsado por los moribundos corazones de los hombres que sangran por unas heridas terribles. Unas corrientes que recorren y gorgotean por las canaletas del puente diseñadas para llevar el agua de lluvia. Los torrentes desembocan en la cuneta de abajo como el agua herrumbrosa de una tubería de hierro. Ventanus alcanza a uno de los portadores de la palabra mientras éste se encuentra ocupado desmembrando a un cabo del ejército. Ventanus golpea al traidor en la barbilla del casco con las alas extendidas del estandarte. El impacto lo empuja hacia atrás, y el capitán le dispara a quemarropa en el torso con el bólter. El disparo atraviesa al portador de la palabra y su retrorreactor hasta salir convertido en una violenta explosión de llamas y chispas.

El marine de asalto cae, pero agarra el estandarte mientras lo hace y se lo arranca de las manos a Ventanus. El capitán no tiene tiempo de recuperarlo. Sin dejar de disparar con la mano derecha, desenvaina su espada de energía con la izquierda.

Greavus se enfrenta al segundo de los guerreros de asalto blandiendo su puño de combate, que se estrella contra la aullante espada sierra del portador de la palabra. La hoja desprende gases de escape mezclados con sangre y tejidos de sus recientes matanzas. El guantelete modificado, chisporroteando por la energía que contiene, rompe la empuñadura y los activadores de agarre de la espada sierra dejándola inservible.

El marine traidor tira la espada rota y abre fuego con su pistola bólter. El proyectil explota contra un lado del casco de Greavus, arrojándolo contra el muro de la puerta de entrada. El marine da un paso hacia adelante para descargar un segundo disparo sobre él.

El bólter de Ventanus ruge, y el portador de la palabra recibe un disparo en la garganta y otro en el pecho. Los dos impactos lo hacen tambalear y caer hacia atrás, desprendiendo una nube de astillas de su armadura, como trocitos de hielo. La sangre brota de las roturas. El portador de la palabra se estampa contra el muro de la puerta mientras aspira burbujas de sangre a través de su protector bucal. Trata de levantar la pistola de nuevo.

El cargador de Ventanus está vacío. Se sujeta el bólter a la muslera y empuña la espada de energía con ambas manos. Acaba con el herido derribándolo con un brutal mandoble en zigzag. La parte superior del corte atraviesa de lado la placa facial, el tajo de bajada vuelve a través del abdomen y parte limpiamente la columna vertebral. Agarrándose la cintura casi dividida en dos, el portador de la palabra se dobla sobre sí mismo.

Ventanus se da la vuelta a tiempo de enfrentarse al tercero. El marine de asalto se precipita sobre él. Ventanus se da cuenta de que el portador de la palabra lleva grabadas en su protector de hombros unas figuras sombrías, y una sucesión de galimatías a lo largo de sus placas corporales. Es la heráldica de los locos.

Ventanus bloquea el golpe de la espada sierra con su propia espada. Saltan más chispas. La espada sierra, un artefacto monstruoso de dos manos, resuena mientras muerde el borde electrificado de la espada de energía. Se separan. Ventanus esquiva el siguiente golpe, bloquea otro, y luego lleva su espada, con la punta por delante, limpiamente a través del vientre de su adversario. La estocada no alcanza la espina dorsal, pero el extremo de la hoja emerge a través de la chapa superior de la cadera izquierda del portador de la palabra.

Ventanus intenta sacar la hoja, pero está atascada. Y su enemigo no está muerto. Se lanza de nuevo contra Ventanus, y el capitán se ve forzado a esquivar un tajo de la espada sierra dirigido hacia su cara. Tiene que soltar la espada y dejarla clavada en el abdomen del guerrero.

El portador de la palabra se abalanza sobre él, decidido a terminar el combate. Empuña la enorme espada de cadenas con las dos manos, dando golpes a derecha e izquierda en un intento de alcanzar al ahora desarmado ultramarine. Un guerrero skitarii salta a la defensa de Ventanus, pero el portador de la palabra lo parte por la mitad formando una arremolinada neblina roja.

Con las manos abiertas, Ventanus se lanza sobre él, luchando cuerpo a cuerpo en el suelo mientras su espada sierra continúa desgarrando al soldado del Mechanicum. Sujeta el brazo derecho del portador de la palabra para que esa bestia no pueda asestarle un golpe, Ventanus propina un puñetazo tras a otro en la cabeza a su enemigo inmovilizado. Después de tres golpes, el casco se tuerce ligeramente. Un cuarto golpe rompe parte de la gorguera. Un quinto agrieta la lente de uno de los visores.

El portador de la palabra aúlla y se quita a Ventanus de encima. El capitán se deja apartar.

Ha conseguido agarrar la empuñadura de su espada de energía.

Se la arranca al portador de la palabra. De lado.

Greavus, con la cabeza chorreando sangre, aún no está acabado. Se ha puesto de nuevo en pie y lanzado a un lado su destrozado y machacado casco. Ha recuperado su bólter y dispara más allá de Ventanus. El cuarto de los asaltantes se está abriendo camino a través de los soldados del ejército y de los skitarii.

Arook y el mayor de los guerreros pesados de los skitarii se han puesto de nuevo a cubierto. Abren fuego con sus cañones de plasma y cortan en dos al traidor. Ventanus oye a Greavus gritando órdenes tácticas para reunirse en la cabeza del puente y hacer retroceder a la fuerza asaltante. Están resistiendo, pero la línea está a punto de romperse. Cientos de adoradores y de portadores de la palabra están en el puente, y algunos de ellos incluso están subiendo por las pendientes de la zanja. Los defensores de los muros no pueden conseguir un ángulo de tiro lo suficientemente inclinado.

Selaton llega con algunas escuadras de Ultramarines más. Avanza hacia el puente para apoyar a Greavus. Ventanus recarga su bólter y se coloca en la línea.

La potencia de luego que está siendo dirigida ahora hacia la puerta del palacio y la fachada es inmensa. Los hombres caen derribados bajo la lluvia de disparos. Incluso están siendo alcanzados y muertos por la metralla de piedra que levantan los disparos que golpean el muro.

—¡Tengo una señal! —le grita Arook a Ventanus por encima del estruendo—. ¡Es una señal nueva!

—¡Retransmítela!

—«Fuerza entrante de la XIII Legión solicitando datos de posición».

—¡Compruébalo! —ordena Ventanus—. ¡Pídeles el número del eldar pintado!

Arook envía el mensaje.

—Respuesta: «el número es doce». El mensaje continúa: «como diría otro cualquiera».

Mira a Ventanus. Las gotas de sangre de docenas de cuerpos gotean por su armadura dorada. Su ojo defectuoso de color rojo se enciende y se apaga.

—¿Capitán? —inquiere—. ¿La respuesta?

—La respuesta correcta es trece —dice Ventanus. Inspira profundamente—. Indícales las coordenadas y diles que no tenemos mucho tiempo.