[MARCA: 8. 19. 27]

—Déjame que vuelva —grita Bale Rane—. ¡Déjame que vuelva, maldita sea!

Krank le propina un puñetazo en el estómago y lo zarandea, sólo para conseguir que deje de quejarse.

—Lo siento —dice Krank—. Lo siento, Rane. Lo siento, hijo. No puedo dejar que te vayas.

Rane pronuncia algunas palabras con voz entrecortada, encogido.

—No le disparé a tu maldita mujer, Bale —le dice Krank—. No lo hice. Descargué completamente en fuego automático contra algo, y definitivamente no era tu mujer. Sin duda no lo era.

—Era Neve. ¡Me estaba llamando!

—Rane, cállate. Cállate. Agradécemelo. ¿Por qué no lo haces? Me enseñaste fotos de tu chica. Ella era hermosa. Esa cosa que estaba llamándote no era nada hermosa.

Krank suspira. Se deja caer al lado de Rane.

—No era tu mujer, chico. Aunque no me hubieras enseñado esas fotos lo habría sabido. Tu esposa tenía ojos, ¿verdad? Y no tenía cuernos. No sé lo que era, Rane, pero no era nada bueno. Era algo perteneciente a los xenos. Algún maldito demonio.

El fétido viento mueve la niebla hacia la calle. A lo lejos, un habitáculo de la ciudad explota en una lengua de fuego, y el estruendo de su caída dura tres o cuatro minutos. Impactos de artillería. Las cosas vuelan por los aires, en órbita.

Bale Rane murmura el nombre de su esposa con lágrimas en los ojos.

Krank oye correr.

—¡Levanta, levanta! —dice, tirando de Rane hacia arriba de las mangas. Lo pone a cubierto.

Dos hombres, dos soldados, pasan corriendo a su lado, bajando la calle, y luego un tercero. Están andrajosos y sucios, y están escapando de algo. Uno de ellos solloza como un niño.

Están huyendo. Eso es lo que hacen.

Krank levanta a Rane y lo empuja contra el muro mientras aparecen corriendo ante su vista los perseguidores. Son soldados también, pero no los mismos soldados. Son amorfos, vestidos de negro, adeptos de la hermandad como los que aniquilaron la unidad de Krank. Son dos. Uno se ríe, alza su rifle automático, y derriba al soldado rezagado de un disparo en la espina dorsal.

Los otros dos fugitivos resbalan y se detienen. Dos adeptos más han aparecido en su camino.

Los hombres perseguidos se dan la vuelta. Los adeptos caminan hacia ellos entre la niebla. Los que los venían persiguiendo caminan más lentamente mientras se acercan.

—¡Por favor! —Krank oye suplicar a uno de los hombres—. ¡Por favor!

Consigue que le den un tiro en la cabeza por pedirlo con amabilidad. Se desploma como si fuera un maniquí.

El otro trata de correr, pero los adoradores lo agarran. Lo inmovilizan entre los cuatro, le echan la cabeza hacia atrás tirando del cabello, y le cortan la garganta con un cuchillo ritual. Su sangre se convierte en un oscuro espejo de color rojo bajo su cuerpo.

Rane hace un ruido. Un sollozo involuntario.

Los cuatros hermanos del cuchillo se vuelven desde su víctima. Sus ojos son sombras hundidas. En la penumbra, sus rostros parecen calaveras.

Krank manotea con el rifle. No va a conseguir apuntar a tiempo. Uno de los asesinos lo ve, y le dispara. Los impactos resuenan en el muro de ladrillos que hay junto a ellos, y los salpican de arena y lodo. Krank devuelve los disparos, pero Rane está enredado con él y no puede apuntar bien. Sus disparos ni se acercan a sus enemigos.

Los hermanos del cuchillo salen corriendo hacia ellos.

Krank le acierta a uno de ellos en el pecho con un disparo limpio, a quemarropa, y lo hace caer de espaldas. El otro le propina un culatazo en la cara con el rifle y lo hace caer desplomado de espaldas, con la nariz y la boca convertidas en una masa sanguinolenta. Los otros dos adoradores agarran a Rane y le retuercen los brazos. Uno de ellos tira de la cabeza de Rane hacia atrás agarrándolo por los pelos.

—Este primero —dice el que le dio el culatazo a Krank. Se inclina sobre su víctima, con la daga desenvainada. Krank se queja por el dolor mientras se aprieta la nariz. El hombre vuelve la cabeza de Krank sujetándolo por la barbilla y coloca la punta de su daga sobre el ojo izquierdo de Krank.

Rane enloquece de rabia. Le propina a una patada en las pelotas a uno de sus captores, luego se libera de las lágrimas y golpea al otro en la garganta con el puño. Cuando ambos tropiezan y caen hacia atrás, Rane se lanza de cabeza hacia el cabrón con el cuchillo y se lo quita de encima a Krank.

Si revuelcan. Se retuercen. Rane no es lo suficientemente fuerte. Es como un niño. El adorador es grande, larguirucho, delgado y duro. Sus extremidades son largas, y es tan cruel y duro como un animal salvaje.

Los otros dos corren a ayudarlo, maldiciendo. Krank empuña el rifle, pero se lo quitan de una patada. Uno de ellos le coloca una pistola en la cabeza.

Suena un disparo. Krank se sorprende al sentir tan poco dolor considerando que le han disparado en la cabeza. La sangre le cae por la cara. Está caliente. Pero no siente dolor.

El hombre de la pistola cae al suelo. Es su sangre la que moja la cara de Krank. Un lado del cráneo del adorador está reventado. Todo lo que queda es pelo enmarañado, fragmentos de hueso blanco y chorros de color rosáceo.

Un hombre está de pie en la carretera. Tiene una pistola láser. Abre fuego de nuevo y dispara por encima de su espalda contra el segundo adorador. Lo alcanza en la cabeza. Un disparo en la cabeza realmente limpio. Lo normal en un tirador experto.

Krank parpadea. ¿De dónde ha salido este tipo? Es un soldado. Krank no puede decir a qué unidad pertenece. El tirador avanza por la calle para reunirse con ellos.

Rane y el otro adorador han dejado de luchar. Rane se quita de encima el cuerpo del adorador muerto. El monstruo alto y delgado tiene un puñal metido en el corazón. De algún modo se lo ha clavado en medio del frenesí del combate. Rane logró clavarle al cabrón su propio cuchillo.

—Probablemente fue un accidente —dice Rane mientras se incorpora para sentarse.

Ha dicho lo que Krank está pensando. Krank se echa a reír, a pesar del hecho de que no hay nada absolutamente en el mundo que sea divertido.

Miran al tirador.

—Gracias —dice Krank.

—Necesitabais ayuda —responde el hombre. Es un veterano. Su rostro está arrugado y su equipo descolorido. Tiene el cabello del color la plata.

—Hoy todos necesitamos ayuda, amigo —dice Krank.

—Palabras muy ciertas —asiente el hombre, tendiéndole la mane Ayuda a Krank a ponerse en pie.

—Soy Krank. El chico es Rane. Bale Rane. Pertenecemos a la 61.ª de Numinus. Bueno, pertenecíamos. Para lo que importa.

—Ollanius Persson, retirado —se presenta el hombre—. Estoy tratando de salir de este agujero de mierda. Vosotros, chicos, ¿queréis venir conmigo?

Krank hace un gesto de asentimiento con la cabeza.

—La seguridad está en el número —comenta.

—O compañeros en la muerte —contesta el tipo mayor—. Pero me quedo con cualquiera de las dos. Coged vuestras armas.

Persson mira a Bale Rane.

—¿Estás bien, chico? —le pregunta.

—Sí —contesta Rane.

—Está conmocionado —dice Krank—. Creyó ver a su novia. A su mujercita. Pero no era ella. No era nada humano.

—La vi —insiste Rane.

—Hoy nada se parece a lo que se supone que se debe parecer —afirma Persson—. No puedes fiarte de tus ojos. La disformidad está actuando, y nos está maldiciendo a todos nosotros.

—Pero… —comienza a decir Rane.

—Tu amigo tiene razón —lo corta Persson—. No era tu mujer.

—¿Cómo es que sabes tanto? —le pregunta Rane.

—Soy viejo —le replica Persson—. Ya he visto un montón de cosas.

—No eres tan viejo —insiste Rane.

—No en comparación con algunos, supongo —replica Persson.

Se agacha y arranca el cuchillo ritual del pecho empapado de sangre del adorador. Es una hoja de piedra de color negro con un mango de alambre, de fabricación casera. Un athame. A Oll Persson le recuerda algo, pero no está del todo seguro. Tira el repugnante objeto lejos.

—Venid a reuniros con los demás —les dice a los dos soldados.

—¿Con los demás? —pregunta Krank.