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El soldado Bale Rane y el soldado Dogent Krank atraviesan corriendo las calles en llamas para tratar de conservar la vida. El soldado Maxilid estuvo con ellos durante un rato, pero una asquerosa criatura infernal, algo que ni siquiera pudieron ver bien, salió de repente de la niebla y le arrancó de un mordisco la puñetera cabeza a Maxilid, debido a lo cual ahora están solos.

Están vivos únicamente porque esa cosa estaba demasiado ocupada devorando a Maxilid. La sangre lo salpicaba todo alrededor.

Rane está bastante aturdido. Lo ha visto todo hoy. Todo. Todo lo que es posible ver. Cada espectáculo de terror. Cada golpe, cada horror. Ha visto hombres morir. Ha visto a sus amigos morir. Ha visto las ciudades arder y a las naves caer del cielo ensangrentado. Ha visto más cuerpos sin vida de lo que pensaba que era posible ver. Ha visto hombres destrozados. Ha visto demonios en la niebla.

Lo peor de todo, de alguna manera, peor incluso que los demonios, es que ha visto a hombres que deberían ser amigos, hombres que se suponía que eran amigos, volverse contra él con la muerte misma reflejada en sus ojos. Las bases del Imperio se han desplomado. Los principios fundamentales de la lealtad al jodido Trono de Terra han sido derribados y pisoteados.

Bale Rane sabía que la muerte probablemente le dolería. Que la guerra probablemente le haría daño. Romper con su hermosa novia y dejarla para ir a la guerra, eso probablemente también le haría daño. Y mucho.

El nunca, jamás, ni en un millón de años luz, se hubiera esperado que la traición le hiciera tanto daño.

Han sido traicionados. Calth, el primarca Guilliman, Ultramar, el Emperador, el maldito Imperio y Bale Rane de la 61.ª de Numinus; todos ellos han sido traicionados.

Rane quiere matar a alguien por volver su mundo del revés. Quiere matar a uno de esos malditos guerreros de los Portadores de la Palabra, aunque sabe que no tendría ni una sola oportunidad, ni por un segundo, si se enfrentara a uno de ellos.

¿En qué demonios están pensando? ¿Qué buscan? ¿Qué maldita mierda de veneno tóxico tienen en la cabeza que les ha hecho pensar que esto era algo que debían hacer?

Krank se está quedando rezagado. Está cansado. La niebla lo rodea por todas partes, y es cada vez más difícil saber qué camino tomar. Ambos llevan rifles de la clase Illuminator, no las armas que les repartieron en la reunión de tropas. Las cogieron de los caídos durante su huida. Cuando escaparon de las cabronas fuerzas bárbaras del ejército que destrozaron a su regimiento.

—Vamos, Krank —murmura Rane—. Vamos ya, compañero, vamos, Kranky. Podemos seguir adelante. Podemos salir de aquí.

Krank asiente, pero está fatigado. Tiene una conmoción en la sangre, en el espíritu. Rane no se atreve a dejar que pare ni que se duerma. Podría no despertar.

Debería ser al revés. Debería ser Krank, el veterano, quien animara a Rane, el novato. Ésa es la forma en que se supone que debe funcionar. Así es como ha sido hasta hoy.

Rane continúa pensando en Neve un poco más. Cree que debe ir y encontrarla, y sacarla de la ciudad con ellos. Se había convencido a sí mismo de que ella estaba bastante segura escondida en el sótano de la casa de su tía. Pero eso era antes de que los Portadores de la Palabra los traicionaran, antes de que los Portadores de la Palabra y sus malditas tropas adoradoras paganas los traicionaran y comenzaran a matarlo todo, antes de que resultara que no era un accidente en absoluto.

Eso fue antes de que aparecieran los demonios entre la niebla.

Bale Rane sabe que tiene la obligación moral de ir y encontrar a su joven pareja. Tiene que ir y encontrarla, y a su maldita tía también, si es necesario, y sacarlas de la ciudad antes de que ésta se convierta en un lugar completamente muerto. Eso es todo. Así es como debe ser.

Le cuenta a Krank lo que tiene intención de hacer.

—Puedes venir, si eso es lo que deseas. Pero no te culparé si no quieres.

Krank le dice lo estúpido que es, pero esto no le impide seguir caminando a su lado.

Lo curioso es, y Rane no se lo menciona a Krank porque sabe que suena extraño, que Rane no cree que tarde mucho tiempo en encontrar a Neve. Puede sentirla. Puede sentir, de algún modo, que está cerca. Prácticamente lo está llamando. Está justo allí, muy cerca, esperándolo.

Se dice que las personas que están enamoradas pueden encontrarse la una a la otra, encontrarse en las buenas y en las malas, contra viento y marea. Él va a encontrar a Neve, y ella lo va a encontrar a él.

La niebla es como una cortina de seda. Todo es de color gris. Borrosas luces de color ámbar palpitan a lo lejos donde arden los incendios. Las ruinas son de color negro y huele a humo, a fyceleno, a lodo y a desagües rotos.

Bale.

—¿Qué? —le pregunta Rane a Krank.

—¿Qué de qué? —le replica Krank.

Bale. Bale. ¿Dónde estás?

—¿Oyes eso? —dice Rane—. Kranky, ¿oyes eso?

La oye. Es Neve. Está cerca. Está muy cerca y está llamándolo. Es como una obra milagrosa donde los amantes se unen finalmente en el acto final.

—¿Neve?

Se detiene. La ve. Justo al otro lado de la calle, a través de la niebla, de pie junto a una puerta. Está pálida. Parece que estuviera hecha de humo. ¿Cómo diablos ha conseguido encontrarlo?

Nunca había estado tan feliz de ver a nadie en toda su vida. Está enamorado. Se siente elevado por el amor.

Da un paso hacia adelante para cruzar la calle llena de hoyos.

Krank lo agarra del brazo. Krank no puede hablar porque la boca se le ha quedado paralizada por el miedo.

Lo que Krank ve no se parece en nada a la joven pareja de Bale Rane.