[MARCA: 6.59.66]

El señor de capítulo Marius Gage se estrella contra el mamparo y se desliza hacia abajo con un chirrido húmedo dejando un reguero de sangre.

La herida es grave. De alguna forma está envenenado. Lo cierto es que está superando a su factor de coagulación sobrehumano. Siente a su cuerpo luchar contra la fiebre.

Nota como su mente lucha contra el miedo.

No es el miedo a la muerte o al dolor. Ni siquiera se trata del miedo al fracaso.

Es la perjudicial inquietud respecto a lo desconocido.

Es lo que la humanidad tuvo que superar para poder salir de su cueva, para poder emprender el camino desde su lugar de nacimiento. Es lo que la humanidad tuvo que conquistar para enfrentarse a los alienígenas y a los horrores que se escondían tras la Vieja Noche.

La clase de miedo con cuya carencia crearon a los que son como él.

Se siente sorprendido.

Pensaba que ya lo había visto todo. Su carrera ha sido extensa y exitosa. Su estatus como primer señor de capítulo da fe de ello. Lleva con los Ultramarines desde el principio.

Ellos están genéticamente ajustados para registrar la disminución de los niveles de respuesta al miedo. Están psicológicamente programados para evitar la debilidad, para resistir los golpes críticos y desalentadores que el miedo puede ocasionar. Una parte de esa programación consiste en estudiar cualquier amenaza y peligro, cada nueva forma de alienígena y de mutante que el Imperio pudiera encontrarse durante su expansión hacia el exterior. Nada debe ser una sorpresa. Cualquier posible terror debe ser explorado. Deben exponerse a cada nueva posibilidad. Deben desarrollar una inmunidad. Una cierta despreocupación. Hay quien dice que esto hace que los Ultramarines parezcan seres monstruosos, pero es sólo la misma clase de monstruosidad que un trabajador puede construir con sus propias manos.

Deben ser inquebrantables. Deben ser impermeables al miedo.

Y Gage pensaba que él lo era. Realmente lo pensaba. El miedo era un sentimiento extraño para él.

El sudor comienza a resbalar por su frente. Trata de levantarse, pero no puede. Piensa que debe sacar una enseñanza de todo esto, la aplicación práctica de un paradigma teórico. El orgullo es nuestra debilidad. El ceso de confianza. Estábamos tan seguros de nosotros mismos y de nuestra orgullosa valentía, de la convicción de que la galaxia ya no contenía nada que pudiera atemorizarnos, que nos volvimos vulnerables.

Gage está seguro de que Guilliman ya ha pensado en esto. Está seguro de que Guilliman ya ha dejado escrito el concepto en algún lugar de sus notas de codificación. El pecado del exceso de confianza. Sí, Guilliman definitivamente ha predicado en contra de esto en sus escritos. Ha advertido a la XIII Legión que no den por sentado el dominio de nada, incluyendo el miedo, porque esto inmediatamente crea vulnerabilidad.

Ahora que Gage lo piensa, el primarca sin duda ya lo había dicho varias veces.

Ciertamente. Lo ha hecho con toda seguridad.

Lo ha dicho.

Lo advirtió. Lo avisó.

En caso de que no lo hiciera… En el supuesto… En caso de que no haya hecho, en ese caso, Gage espera que él pueda llegar a hacerlo… lo puede mencionar a Guilliman. Mencionárselo más tarde.

Excepto que quizá no exista un «más tarde».

Guilliman.

En el puente cuando… Precisamente en el puente…

Aquello. Eso.

Tanta sangre. Y luego abierto al vacío. Aquello. Ahora ya nunca podrá haber una oportunidad. Guilliman. Guilliman podría ser… Fue lanzado hacia el espacio cuando los puertos explotaron.

Él podría estar…

Puede que Guilliman esté muerto.

Aquello.

Aquel maldito ser.

Y…

… regresa de las tinieblas. El ácido biliar le recorre la garganta. Las lágrimas acuden a sus ojos. El dolor agónico a la espalda y a las costillas, donde aquel ser lo golpeó.

Allí mismo se desmayó. Perdió el conocimiento. Se deslizó hacia el interior de una niebla de inconsciencia a medida que las toxinas se apoderaban de él.

Gage respira con dificultad. Cada movimiento de sus pulmones es un fuego neuronal. Mira hacia el pasillo.

El aire está lleno de humo. Se mueve como un río a lo largo del techo, empujado por una constante brisa. Las bombas de aire del buque insignia luchan por restablecer la presión atmosférica a bordo después de expulsar el vacío del puente de mando. Hay ráfagas de luz de señal de peligro. Puede ver un ultramarine muerto a unos cinco metros de distancia. La cabeza del guerrero está torcida de una forma antinatural. Un poco más alejado de él, tres oficiales de puente están sentados con las espaldas apoyadas contra el muro del mamparo, apoyados el uno contra el otro, como compañeros que regresan de una noche de borrachera. Están completamente cubiertos de sangre, cada fragmento de su cuerpo, aparte del blanco de sus ojos, de mirada fija y vidriosa.

Más allá de ellos, hay una caja torácica ensangrentada con un brazo pegado a ella. Y más allá de ésta, un segundo ultramarine ha sido abierto en canal como una semilla fibrosa.

Luego ve a esa criatura.

Gage no está seguro si esa criatura del puente, esa criatura que… ha matado a Guilliman… Gage no está seguro de si eso era una sola criatura, o muchos seres en una sola criatura amorfa. El ser que se dirige hacia él podría ser uno de muchos, o una pieza de un todo.

Es humanoide, más o menos, y tiene casi el doble del tamaño de un legionario. Sus proporciones son parecidas a las de un simio, aunque su verdadero perfil es difícil de apreciar. La realidad parece retorcerse a su alrededor. El aire es pesado. Se mueve como una niebla de irrealidad, como el negro fluido que mana de la más profunda y subterránea pesadilla.

Como un gran simio, se desplaza a cuatro patas, con sus enormes brazos como troncos de árboles. Está cubierto de gruesos pelos negros erizados, parecidos a los de un moscardón, pero la carne que se ve entre esas ásperas cerdas es iridiscente.

No tiene ojos. Su cabeza es toda mandíbula y no tiene cráneo. Su cara es un trozo de piel arrugado y gris apretado sobre un cráneo humano deformado, las cuencas de los ojos vacías parecen cráteres lunares. Su boca es una erupción de colmillos curvados y enormes dientes amarillos como hojas de cincel. El veneno, como un pegajoso almíbar marrón, le cae desde las encías sin labios.

Hace un ruido jadeante. Huele a ácido de batería y a algodón de azúcar. ¿Es lo mismo que lo mordió? No quiere que lo vuelva a morder. Se pregunta si esa criatura podrá verlo.

Por supuesto que puede verlo. Está a plena vista, justo en mitad de su camino.

Pero no tiene ojos, así que…

Gage respira profundamente. Se da cuenta de que el veneno está haciendo que la mente le divague. Sabe que le está haciendo pensar en cosas ilógicas, estúpidas y necias. Sabe que su metabolismo sobrehumano está luchando contra ese veneno, pero no está seguro de poder ganar la batalla.

Si gana, Gage no está seguro de poder hacerlo a tiempo.

Aquel ser ya está justo encima de él.

Va a coger su bólter.

El arma hace tiempo que desapareció. Entonces se da cuenta de que también ha perdido varios de los dedos con los que empuña el arma.

Su espada de energía está sobre la cubierta, cerca de su extendida pierna izquierda. Se inclina y la coge. Se estira. Se esfuerza. ¡Por todos los viejos dioses de Terra, apenas tiene fuerzas para moverse!

Gage lanza un involuntario grito de frustración.

La criatura lo oye. Vuelve sus enormes fauces hacia él. Inclina ligeramente la cabeza, un hábito propio de los felinos, y luego salta.

Gage grita de rabia y horror. Arremete con su mano derecha para tratar de atraparlo por el cuello y mantenerlo alejado toda la distancia de su brazo antes de que caiga con todo su peso sobre él. Si esto sucede estará acabado.

Su mano no alcanza el cuello. Logra meterla en la boca de ese ser hasta el antebrazo.

La criatura lo muerde.

Se oye el chasquido de la armadura al partirse, el crujido de unos huesos rotos en el antebrazo. Le arranca la mano de un mordisco por encima de la muñeca. La sangre brota en abundancia. El dolor le recorre el brazo como un alambre al rojo vivo. Gage grita. Su ritmo cardíaco se eleva.

El atroz dolor aumenta en tal medida su reacción metabólica que desvanece la nube tóxica de su mente aturdida. Lanza un golpe con su puño izquierdo y aplasta un lado del cráneo del ser, arrancando dos molares en mitad de un chorro de saliva rosácea.

El golpe hace que el ser salga despedido hacia atrás. Su boca aún está llena de restos de su mano. Gage se vuelve para coger su espada, pero la criatura está sobre sus rodillas y no le permite girar lo suficiente.

Abre la boca imposiblemente grande y se dirige hacia su rostro. Puede ver su mano amputada cayendo por su garganta.

Un impacto de color azul la empuja hacia un lado. De repente, las superficies cercanas se cubren de un negro icor, incluida la cara de Gage. La criatura cae al suelo con un tremendo tajo. Un ultramarine está de pie al lado de Gage. Es un sargento. Su armadura está mellada. Lleva el casco pintado de color rojo, lo que indica que ha sido marcado para una reprobación. Tiene una espada larga electromagnética en una mano y un hacha de fricción kehletai en la otra.

—¡Vuelve al infierno! —le dice al ser.

La criatura grita y aúlla, y su oscura figura se retuerce y se vuelve a formar, como si la realidad estuviera tratando de curarse a sí misma.

El sargento le clava el hacha. Los kehletai, antes de que se extinguieran durante el amargo sometimiento de Kraal, forjaron cuchillas tan finas como el papel capaces de cortar a nivel molecular. El nanofilo de la cuchilla del hacha es enorme, más grande que el de un hacha de combate fenrisiana. Atraviesa por completo a la criatura, que estalla en una explosión de sangre putrefacta que llega a todas partes.

Por si acaso, el sargento le clava la espada larga. Una vez muerto, no es más que una mancha.

El sargento se da la vuelta.

—¡Vamos! —grita.

Aparece un grupo de combate moviéndose rápidamente por el pasillo. Hay varios ultramarines entre ellos, pero además está compuesto por soldados del ejército y personal naval, y al menos un fogonero inhumano. Están armados con las armas más desiguales y exóticas que Gage haya visto jamás aparte de las del arsenal privado de Guilliman…

¡Todas pertenecen al arsenal privado del primarca!

—¡Vamos! ¡Asegurad la sección! —grita el sargento—. Hermano Kerso, cubre el siguiente pasillo. ¡Los lanzallamas al frente! ¡Apotecario Jaer, atiende al señor del capítulo! ¡Inmediatamente!

Se agacha junto a Gage y deja sus armas en la cubierta, donde las tendría al alcance de la mano si las necesitara. Cuando se le acerca, Gage distingue las marcas de arañazos que cubren la armadura del sargento.

—¿Tenéis un apotecario? —le pregunta Gage, con un tono de voz que es un poco más bajo que el suyo habitual.

—Ya viene, señor.

—¿Tu nombre?

—Thiel, señor. Aeonid Thiel. De la 135.ª Compañía.

—¿Marcado para la reprobación?

—Lo que ha sucedido hoy no tiene nada de que ver con eso, señor.

—Así es, Thiel. Bien dicho. ¿Quién te puso al mando?

—Yo mismo lo hice. Estaba esperando una entrevista en la cubierta cuarenta cuando todo saltó por los aires. No había cadena de mando, decidí que necesitaba crear una.

—Buen trabajo.

—¿Qué fue lo que sucedió, señor? —pregunta Thiel. Se aparta ligeramente para dejar que el apotecario comience a curar las heridas de Gage.

—Algo nos atacó. Voló completamente el puente principal. Algunos de nosotros salimos despedidos. No puedo decirte nada más.

—¿A quiénes perdimos? —pregunta Thiel.

«Es impertinente», piensa Gage. Es…

No, no lo es. Es sensato. Es práctico. No tiene miedo. Está haciende preguntas porque necesita saber las respuestas.

—El capitán de la nave, sin duda —dice Gage—. La mayoría de los oficiales superiores del puente. El señor de capítulo Vared, el señor de capítulo Banzor. Tu señor de capítulo, Antoli.

—Unas pérdidas terribles. ¿Y qué ha pasado con el primarca?

—No llegué a verlo muerto, pero me temo lo peor —le contesta Gage.

Thiel se queda en silencio durante un momento.

—¿Cuáles son sus órdenes, señor? —le pregunta.

—¿Cuál es tu plan de operaciones, sargento?

—En la práctica, estoy intentando consolidar y coordinar una fuerza de combate a bordo, señor, y comenzar a retomar el control de la nave. Esos demonios están por todas partes.

—¿Demonios, Thiel? No creo que continuemos creyendo en demonios todavía.

—Entonces no sé cómo quiere que los llamemos, señor, porque no son xenos. Son unos bastardos. Monstruos, criaturas de la disformidad. Necesitamos todo lo que tenemos para matarlos.

—¿Por eso robasteis la colección del primarca? —pregunta Gage.

—No. Hemos tomado la colección del primarca a causa de los Portadores de la Palabra, señor.

—Explícame eso —dice Gage. Luego lo interrumpe—. Espera, espera. Apotecario, ayúdame a levantarme.

—Mi señor, no estáis en condiciones de… —empieza a protestar el apotecario.

—¡Maldita sea, ayúdame a ponerme en pie, apotecario! —ruge Gage.

Lo ayudan. Se tambalea. El apotecario continúa vendando el muñón.

—Ahora puedes proseguir —le dice Gage.

—Teóricamente fuimos atacados por los Portadores de la Palabra —le responde Thiel.

—De acuerdo.

—Esos demonios cabrones deben de estar aliados con ellos, alguna forma de criatura que han esclavizado para su servicio. O puede que ellos estén controlando la XVII Legión. Sin duda, eso explicaría por qué nuestros hermanos se han vuelto contra nosotros con tanta saña.

—Está bien. Continúa.

—Esos demonios representan una amenaza considerable, pero parece que están… retrocediendo.

—¿Retrocediendo? Explícate.

—Es como una marea que se repliega, señor. Son menos y más débiles que hace una hora. Como si estuvieran regresando al infierno o a la disformidad. Sin embargo, los Portadores de la Palabra tienen tres naves de crucero junto a nosotros y están a punto de abordarnos. En poco más de una hora habrán llegado hasta las compuertas y el casco, y nos veremos obligados a luchar contra nuestra propia especie. Esta forma de combate no tiene precedentes. Su ventaja es un golpe y una sorpresa. Nuestra ventaja debe ser una falta absoluta de convencionalidad.

—Desarrolla eso.

—Saben lo que somos, ya que son parte de nosotros. Conocen las propiedades de nuestra armadura y de nuestras armas. También conocen nuestras tácticas y formas de luchar, ya que nuestro amado primarca ha hecho que todos sus códigos estén disponibles para todos sus hermanos. Nunca pensamos que necesitaríamos ocultar nuestros métodos de lucha a nuestra propia especie. Hoy nos hemos desengañado de esa idea. Así que debemos luchar contra ellos de una forma que no esperan de nosotros. Debemos hacer uso de lo poco convencional, de lo improvisado y lo circunstancial. Con el fin de honrar debidamente las enseñanzas de combate de Roboute Guilliman, debemos dejar a un lado sus reglas durante el día de hoy. Siempre he considerado que su comentario 101.x es el más sabio…

Gage hace un gesto de asentimiento con la cabeza.

—Lo sé. «Lo que gana el combate es lo que gana el combate. En definitiva, nada debería ser excluido si esa exclusión conduce a la derrota».

—Exactamente, mi señor.

—«Por todos los medios» —cita también Gage—. La norma definitiva que dice que ninguna norma es inquebrantable. ¿Sabes?, esa idea siempre me preocupó. Él me contó que a menudo pensaba en suprimir esa ley. Pensaba que era demasiado peligrosa. Temía que pudiera permanecer, para la posteridad, como justificación para cualquier acción.

—Creo que la XVII Legión ya ha prescindido de cualquiera de esos razonamientos, mi señor —le contesta Thiel—. Además, le pediría que no se refiriera al primarca en pasado delante de los hombres.

Gage recupera la compostura.

—Muy cierto, sargento.

—¿Aprueba mi plan, mi señor? —pregunta Thiel.

—Sí. Coordinémonos. ¿Con qué otros sargentos podemos contactar?

—Existe la posibilidad de que el señor de capítulo Empion esté operativo en la cubierta treinta y cinco con una fuerza de resistencia, y el capitán Heutonicus en la cubierta veinte.

—Un comienzo digno —dice Gage. Recoge la espada de energía que se le había caído y la introduce en su vaina—. Pongámonos en marcha antes de que este día acabe por completo. ¿Y esa hacha de fricción?

—¿Mi señor?

—¿Se puede manejar con una sola mano?

Thiel se la entrega.

—Es lo bastante ligera, mi señor.

—Guíanos. En línea recta hacia la torre del puente de mando.

Thiel hace un saludo. Se vuelve, empuña su espada larga y comienza al gritar las órdenes al equipo de evacuación.

Gage mira al apotecario.

—¿Hemos acabado?

—Preferiría llevarlos a…

—¿Hemos acabado, Jaer?

—Sí, mi señor. Por ahora.

Gage levanta el hacha con su mano buena.

—El sargento Thiel… ¿sabes por qué estaba marcado para una reprobación?

—Sí, mi señor —le responde Jaer—. Su oficial al mando descubrió que estaba formulando teorías sobre cómo luchar y defenderse de los marines espaciales, señor. Thiel alegó, en su defensa, que había formulado teorías sobre todos los demás grandes enemigos, y que era un punto débil en la táctica no saber cómo luchan las legiones. Dijo, por lo que yo sé, que los marines espaciales del Imperio son los mejores guerreros de la galaxia, y por eso tenía la obligación de comprender cómo luchan y se defienden los mayores guerreros de la galaxia. Thiel declaró que los marines espaciales eran los únicos oponentes que daban valor a cualquier estudio teórico. Sus teorías fueron consideradas como pensamientos traidores, y fue trasladado al buque insignia para la reprobación.

—¿Ésa fue su infracción? —pregunta Gage.

—Se ve todo lamentablemente estúpido tal y como estamos ahora, ¿verdad? —comenta Jaer.