[MARCA: 4.12.45]
La luz llega pronto. Otro hermoso día en el estuario. La luz es muy buena. Oll calcula que podrán sacar aproximadamente una hora más de trabajo. Una hora son dos cargas más de yerbanegra. Un día de trabajo duro con un buen beneficio.
Tiene las manos doloridas por la tarea de cosechar, pero ha dormido bien y se siente animado. La luz del sol que brilla con fuerza siempre lo anima.
Se levanta y reza una oración. En el cobertizo de paredes encaladas que se encuentra en la parte trasera del habitáculo tiene una ducha por gravedad. Tira de la cuerda y se queda de pie debajo del chorro. La oye cantar en la cocina mientras se enjabona y se lava.
Cuando entra en la cocina, ya seco y vestido, ella no está allí. Le llega el olor a pan caliente. La puerta de la cocina está abierta y el sol brilla con fuerza sobre las losas. Debe de haber salido un momento. Habrá ido a recoger huevos. Nota el olor a paja de yerbanegra en el aire cálido.
Se sienta en la desgastada mesa de la cocina.
—Es hora de ponernos manos a la obra, Oll.
Levanta la mirada. Hay un hombre de pie en la entrada. La luz del sol le recorta la silueta, por lo que Oll no distingue la cara en las sombras.
Pero Oll Persson lo reconoce de todas maneras. Se lleva la mano al pequeño símbolo que lleva colgado al cuello, un gesto instintivo de protección.
—He dicho que…
—Ya te he oído. Me pondré a ello cuando esté preparado. Mi mujer me está haciendo el desayuno.
—Vas a perder la luz, Oll.
—Mi mujer me está preparando el desayuno.
—No lo está haciendo, Oll.
El hombre entra en la cocina. No ha cambiado. Tampoco es que fuera a hacerlo, ¿verdad? Jamás lo hará. Esa confianza. Ese encanto atractivo.
—No recuerdo haberte invitado a entrar —le dice Oll.
—Nadie lo hace —le contesta el hombre, y se sirve una taza de leche.
—No me interesa nada de esto —le dice Oll con voz firme—. Sea lo que sea lo que hayas venido a decirme, no me interesa. Pierdes el tiempo. Ahora ésta es mi vida.
El hombre se sienta enfrente de él.
—No lo es, Oll.
—Me alegro de verte de nuevo, John —suspira Oll—. Y ahora, lárgate de mi habitáculo.
—No seas así, Oll. ¿Cómo estás? ¿Sigues igual de pío y de devoto?
—Ahora esta es mi vida, John.
—No lo es —repite el hombre.
—Lárgate. No quiero tener nada que ver con nada de esto.
—Me temo que no tienes elección al respecto. Lo siento. La situación ha empeorado un poco.
—John…
Oll casi gruñe aquella palabra a modo de advertencia.
—Lo digo en serio. Oll, no somos muchos. Lo sabes muy bien. Podríamos poner nuestras cuatro manos en la mesa, contar los que somos, y todavía nos sobrarían dedos. Nunca fuimos demasiados. Ahora somos menos todavía.
Oll se pone en pie.
—Escucha, John, déjame ser todo lo claro que pueda. Jamás he tenido tiempo para este tipo de cosas. Jamás quise formar parte de nada. No quiero saber cuál es el problema que te ha traído a mi hogar. Me caes bien, John, te lo digo de verdad, pero esperaba no volver a verte nunca. Sólo quiero vivir mi vida.
—No seas codicioso. Ya has vivido varias.
—John…
—¡Vamos, Oll! ¿Nos recuerdas? ¿La Colmena Anatol? ¿El Panpacífico? Dime que todo eso no cuenta en absoluto.
—Eso fue hace una vida.
—No, varias. Hace ya varias vidas.
—Ahora ésta es mi vida.
—No lo es.
Oll lo mira fijamente.
—John, me gustaría que te fueras. Vete. Ahora. Antes de que mi mujer vuelva del gallinero.
—Oll, no va a volver del gallinero. No ha salido al gallinero.
—Vete, John.
—Ésta es tu vida, ¿no? ¿Ésta? ¿Un antiguo soldado convertido en granjero? ¿Retirado a una vida de armonía bucólica? ¿Un trabajo digno a cambio de una comida sencilla y una buena noche de descanso? ¿De verdad, Oll? ¿Ésta es tu vida?
—Ahora ésta es mi vida.
El hombre niega con la cabeza.
—¿Y qué harás cuando te hayas cansado de esto? ¿Lo abandonarás y pasarás a hacer otra cosa? Cuando te canses de hacer de granjero, ¿qué será lo próximo? ¿Darás clases? ¿Fabricarás botones? ¿Te alistarás en la armada? No estaría mal que lo hicieras, porque ya has estado en el ejército. ¿Qué harás? ¿Tú, un antiguo soldado granjero viudo?
—¿Viudo? —replica Oll, quien se sobresalta con la palabra como si la tuviera delante de la cara y estuviera a punto de picarle—. ¿De qué estás hablando? ¿Viudo?
—Vamos, Oll, no me dejes a mí el trabajo duro. Ya lo sabes, no está en el gallinero. No te está haciendo el desayuno. No estaba aquí hace un momento, cantando. Jamás vino a establecerse en Calth. Murió, la pobre, antes de que te alistaras al ejército. Vamos, Oll, tienes la cabeza un poco liada. Es la conmoción.
—John, déjame en paz.
—Vamos. Piensa.
Oll lo mira fijamente.
—¿Te has metido en mi cabeza, John Grammaticus? ¿Te has metido en mi maldita cabeza?
—Te juro que no, Oll. No haría eso sin que me dieras permiso. Todo esto es cosa tuya. Por el trauma. Se te pasará.
Oll se sienta de nuevo.
—¿Qué es lo que está pasando?
—No tengo mucho tiempo. No puedo quedarme mucho. Sólo el hecho de hablar contigo me está suponiendo un esfuerzo tremendo. Te necesitamos, Oll.
—¿Te han enviado ellos? Seguro que sí.
—Sí, lo han hecho. Lo han hecho. Pero no me refería a ellos. Me refería a los seres humanos. La raza humana te necesita, Oll. Todo se ha ido a la mierda. Y mucho. No te lo creerías. Va a perder, y si pierde, todos perdemos.
—¿Quién va a perder? —le pregunta Oll.
—¿Tú quién crees?
—¿Qué es lo que va a perder?
—La guerra —le contesta John—. Es el momento, Oll. Ha llegado el gran momento, ese del que siempre hablábamos. El que siempre vimos llegar. Ya está ocurriendo. Los puñeteros primarcas se están matando entre ellos. Y la siguiente tanda de ejecuciones se produce aquí, hoy. Aquí mismo, en Calth.
—No quiero formar parte de esto. Nunca lo quise.
—Una putada, Oll. Eres uno de los Perpetuos, te guste o no.
—No soy como tú, John.
John Grammaticus se recuesta en el respaldo de la silla con una sonrisa y le señala con el dedo.
—No, claro que no lo eres. Yo sólo soy lo que soy debido a la intervención alienígena. Tú sigues siendo un verdadero perpetuo. Tú todavía eres como él.
—No, no lo soy. Y no tengo lo que vosotros tenéis. Ese talento, lo psíquico.
—Eso da igual. Quizá por eso eres importante. Quizá eres importante porque estás aquí. Sólo hay tres como nosotros ahora mismo en todos los Quinientos Mundos, y sólo uno de ellos se encuentra en Calth. En la zona cero. Eres tú. Todo depende de ti. No tienes elección. Todo depende de ti.
—Busca a otro, John. Explícaselo a otro.
—Ya sabes que eso no sirve. Nadie tiene la edad suficiente. Nadie tiene la comprensión necesaria. Nadie más posee la… perspectiva. Si le cuento esto a cualquiera, simplemente me tomarán por loco. Y no tengo tiempo de pasar otros dieciocho años en un manicomio como la última vez que lo intenté. Tienes que hacerlo.
—¿Hacer qué?
—Salir de aquí. Van a hacer que este mundo se deslice. Un vórtice intersticial. La típica esquiva del inmaterium. Tienes que estar preparado para atravesar la puerta cuando se abra.
—¿Y adonde tengo que ir?
Fuera ha caído la oscuridad. El sol se ha puesto. Grammaticus levanta la mirada y se estremece.
—Hay algo que tienes que conseguir, y me lo tienes que traer. Atraviesa la puerta cuando se abra y me lo traes. Te esperaré. —Titubea—. Bueno, haré todo lo posible por esperarte.
—¿Adónde voy, John?
Se está haciendo de noche con mucha rapidez. Grammaticus se encoge de hombros.
—Nos estamos quedando sin tiempo, Oll. Con tu permiso, te lo enseñaré.
—Joder, será mejor que no te atrevas a…