[MARCA: 01.57.42]

—¿Qué quiere decir eso? —le pregunta Marius Gage.

—Significa… —empieza a decir Guilliman. Toma de nuevo la placa de datos y reflexiona—. Significa que existe una precondición de malicia.

Mira a través de los enormes ventanales de cristalflex al planeta bombardeado que tienen bajo ellos.

—Tampoco es que exista ya ninguna duda —añade—. Si esto comenzó por accidente o por error, desde luego ha cruzado ya cualquier límite de posible perdón. Sin embargo, es saludable saber que se puede demostrar el crimen que ha cometido mi hermano.

Guilliman llama al oficial de comunicaciones con un gesto rápido.

—Anula la emisión en bucle —le ordena mientras toma el micrófono—. Sustitúyela por ésta.

Duda unos instantes mientras piensa, y luego alza la cabeza con gesto decidido para hablar con claridad y rapidez por el micrófono.

—Lorgar de Colchis. Quiero que tengas en cuenta lo siguiente. Uno: retiro por completo mi oferta anterior de un alto el fuego solemne. Queda cancelada, y no volveré a hacerla, ni a ti ni a esos cabrones desalmados de tus guerreros. Dos: ya no eres mi hermano. Te encontraré, te mataré y lanzaré tu cuerpo venenoso a la boca del mismo infierno.

Le devuelve el micrófono al oficial de comunicaciones.

—Ponlo de inmediato en bucle continuo.

Guilliman les indica con un gesto a Gage, al capitán Zedoff y a un grupo de oficiales de rango superior que entren en el strategium.

—Ante la ausencia de los canales de comunicación habituales, tendremos que utilizar enlaces directos de láser y órdenes selladas transmitidas mediantes naves correo veloces para coordinar a toda la flota. He bosquejado un plan táctico algo apresurado. Las órdenes específicas a cada nave deben comunicarse a cada capitán y a cada contramaestre del modo más rápido posible. Dentro de una hora, y he dicho dentro de una hora, quiero que esta flota esté actuando de un modo coordinado y a la ofensiva. Vamos a rechazar ese bombardeo.

—¿Va a ser ése nuestro objetivo principal? —le pregunta Zedoff.

—No —admite Guilliman—. Voy a dejar eso en manos del Mlatus y del Aflicción de Solonim. Ellos encabezarán la formación que haga frente al ataque contra el planeta. Nuestro objetivo principal será el Fidelitas Lex.

Zedoff alza las cejas.

—Entonces, se trata de algo personal.

Guilliman no trata de ocultarlo.

—Lo mataré. Literalmente lo mataré. Con mis propias manos. —Mira a Gage—. No digas nada, Marius. Efectuarás un transbordo al Mlatus para encabezar el ataque. Con una cabeza fría y un plan adecuado. Sé que mi idea de atacar la nave insignia enemiga tiene serios fallos tácticos. No me importa. Ésta es la única batalla de mi vida que voy a librar con el corazón y no con la cabeza. Ese cabrón va a morir. Ese cabrón…

—Sólo iba a decir que me contraría no estar presente en el momento que lo matéis —le responde Gage.

—¡Mi primarca!

Todos se vuelven. El oficial de comunicaciones está pálido.

—La plataforma hololítica, mi señor. Una señal de largo alcance procedente del Fidelitas Lex.

Guilliman asiente.

—Así que hace caso omiso de mi oferta de un alto el fuego, pero cuando lo insulto, establece contacto de inmediato. Actívalo.

—Mi primarca… —empieza a decirle Gage.

Guilliman pasa de largo en dirección a la plataforma.

—Marius, no podrás impedir de ninguna manera que tenga esta conversación.

Guilliman se sube a la plataforma hololítica. La luz se dobla y burbujea delante de él. Las imágenes se forman y se desvanecen, vuelven a formarse y se evaporan, como los trazos de luz en una película. De repente aparece Lorgar, a tamaño real, delante de Guilliman. Tiene de nuevo el rostro oculto entre las sombras, pero la naturaleza de la luz que lo rodea le da un aspecto absolutamente irreal. Otras formas lo rodean, fragmentos y partes de sombras, que ya no son reconocibles como sus ayudantes y lugartenientes.

—¿Acaso has perdido la calma, Roboute? —le pregunta Lorgar, y todos perciben la sonrisa en sus labios.

—Voy a destriparte —le contesta Guilliman con voz suave.

—Has perdido la calma. El gran y tranquilo y sereno Roboute Guilliman ha sucumbido por fin a la pasión.

—Voy a destriparte. Voy a despellejarte. Voy a decapitarte.

—Ay, Roboute —murmura Lorgar—. Es ahora, al final de todo, cuando por fin te oigo hablar de un modo que me gusta.

—Precondición de malicia —dice Guilliman con una voz que apenas es un susurro—. Te apoderaste del Campanile. Según mis cálculos, te apoderaste de la nave hace al menos ciento cuarenta horas. Tomaste la nave y preparaste todo esto. Lorgar, fuiste tú quien organizó toda esta atrocidad. Hiciste que pareciera un accidente para aprovechar al máximo nuestra misericordia. Hiciste que nos contuviéramos mientras tú cometías todos esos asesinatos.

—Se llama traición, Roboute. Funciona muy bien. ¿Cómo lo has descubierto?

—Trazamos el rumbo inverso del Campanile en cuanto nos quedó claro qué era lo que había chocado contra los muelles. Cuando lo observas, te das cuenta de que la idea de que se tratase de un accidente es ridícula.

—Lo mismo que la idea de que puedes hacerme daño.

—No vamos a discutir eso, gusano, cabrón traidor. Sólo quería que supieras que te voy a arrancar el corazón todavía palpitante. Y yo quiero saber por qué. ¿Por qué? ¿Por qué? Si esto se debe a nuestra pueril enemistad, a la que has sacado por fin a la superficie, entonces eres la criatura más patética de todo el cosmos. Patética. Nuestro padre debería haberte dejado abandonado en la nieve cuando naciste. Debería haberte entregado a Russ para que te comiera. Gusano. Rata.

Lorgar alza un poco la cara para que Guilliman pueda ver la leve sonrisa en mitad de la sombra de su rostro.

—Esto no tiene nada que ver con nuestra enemistad, Roboute… Salvo que me permite la oportunidad de vengar mi honor contigo y tus ridículos soldaditos de juguete. Eso no es más que un incentivo maravilloso. No, esto es el Ushkul Thu. Calth es el Ushkul Thu. La ofrenda. Es el amanecer de una nueva galaxia. Un nuevo orden.

—Estás desvariando, cabrón.

—La galaxia está cambiando, Roboute. Se está volviendo del revés. Abajo será arriba y arriba será abajo. Nuestro padre será expulsado de su trono. Caerá, y nadie lo volverá a poner en pie.

—Lorgar, eres…

—Escúchame, Roboute. Te crees muy listo. Muy sabio. Muy informado. Pero esto ya ha empezado. Ya se está desarrollando. La galaxia se está poniendo cabeza abajo. Tú morirás, y nuestro padre morirá, y lo mismo les pasará a los demás, porque todos sois demasiado estúpidos como para daros cuenta de la verdad.

Guilliman da un paso hacia el fantasma de la plataforma, como si pudiera golpearlo o partirle el cuello.

—Escúchame, Roboute —repite el fantasma de luz con voz sibilante—. Escúchame bien. El Imperio está acabado. Se desploma. Va a arder por completo. Nuestro padre está acabado. Sus malvados sueños están acabados. Horus se alza.

—¿Horus?

—Horus Lupercal se alza, Roboute. No tienes ni idea de sus capacidades. Está por encima de todos nosotros. O te unes a él, o pereces.

—No eres más que mierda, Lorgar. ¿Es que estás drogado? ¿Es que te lias vuelto loco? ¿Qué clase de desvarío es…?

—¡Horus!

—¿Horus qué?

—¡Se alza! ¡Ya viene! ¡Matará a todo aquel que se interponga en su camino! ¡Él gobernará! ¡Será lo que el Emperador jamás podría ser!

—Horus jamás… —Guilliman carraspea para aclararse la garganta. Luego traga saliva. Está aturdido por la gravedad de la locura de su hermano—. Horus jamás nos traicionaría. Si alguno de nosotros se volviera un traidor, los demás…

—Horus se ha alzado contra nuestro padre cruel y abusador, Roboute —lo interrumpe Lorgar—. Acéptalo, y morirás con una gran paz en tu corazón. Horus Lupercal se ha alzado para acabar con la corrupción imperial y para castigar al abusador. Ya está ocurriendo. Y Horus no está solo. Yo he jurado servirlo. Lo mismo ha hecho Fulgrim. Angron. Perturabo. Magnus. Mortarion. Curze. Alpharius. Tu lealtad está hecha de aire y de papel, Roboute. Nuestra lealtad es de sangre.

—¡Mientes!

—Vas a morir. Isstvan V arde. Ya han muerto hermanos.

—¿Muertos? ¿Quién…?

—Ferrus Manus. Corax. Vulkan. Todos han muerto. Sacrificados como cerdos.

—¡Todo eso no son más que mentiras!

—Mírame, Roboute. Sabes que no lo son. Lo sabes. Nos has estudiado a todos. Conoces nuestras fortalezas y nuestras debilidades. ¡Teoría, Roboute! ¡Teoría! Sabes que es posible. Sabes por los propios hechos que es un resultado posible.

Guilliman da un paso atrás. Abre la boca, pero está demasiado aturdido como para responder.

—Da igual lo que pienses de mí, Roboute —sigue diciendo Lorgar—. Da igual la opinión que tengas de mí, y sé que es todo lo despreciativa que puede ser, sabes que no soy estúpido. ¿Traicionaría a mi hermano y atacaría a todo el poder de la XIII Legión… por un agravio? ¿De verdad? ¿De verdad? ¡Práctica Roboute! Estoy aquí para exterminarte a ti y a los Ultramarines porque sois la única fuerza leal al Emperador que sería capaz de detener a Horus. Eres demasiado peligroso para seguir con vida, y yo estoy aquí para asegurarme de que eso no ocurra.

Lorgar se inclina hacia adelante y la luz se refleja en sus dientes.

—Estoy aquí para eliminarte de la partida, Roboute.

Guilliman da otro paso atrás.

—O estás loco o la galaxia ha enloquecido —le responde con una tranquilidad sorprendente—. Sea cual sea el caso, voy a por ti, y voy a acabar contigo y con tus bárbaros asesinos. Excomunicate Traitoris. No tendrás ninguna oportunidad de reflexionar sobre la monstruosidad de este crimen.

—Ay, Roboute, siempre se puede esperar que acabes sonando como un enorme capullo pomposo. Ven a por mí. Ya veremos quién arde antes.

Lorgar se da la vuelta para salir de la luz, pero titubea.

—Todavía hay algo más que debes saber, Roboute. La verdad es que no tienes ni idea de a lo que te enfrentas.

—A un demente —le replica Guilliman antes de ser él quien se dé la vuelta.

Lorgar cambia.

Su forma hololítica se transforma, como la grasa al derretirse, como huesos que se deforman, como cera que gotea. Su sonrisa se rasga por la mitad y algo surge de su forma humana. Y no es humana.

Guilliman lo siente. Se da la vuelta. Lo ve.

Abre los ojos de par en par.

Lo huele, Huele la pesadilla negra como la noche, el hedor cósmico de la disformidad. La criatura está creciendo, sigue creciendo. La piel vacía de Lorgar se desprende como la de una serpiente.

Es un horror procedente de alguno de los vacíos más oscuros. Es carne negra reluciente y venas entrelazadas, es la mucosidad de un engendro de batracio y una ristra de ojos brillantes que no dejan de parpadear, son dientes y alas de murciélago. Es una atrocidad anatómica. Es teratología, la formación de monstruos.

Una luz enfermiza lo tapa y lo envuelve como si fuera una túnica de terciopelo. Es una sombra y es humo. Su cresta son cuernos de aurochs, de cuatro metros de alto, marrones y veteados. Bufa. Se oye el retumbar de unos intestinos y de gases, el gruñido de un depredador. El olor a sangre. Una fetidez de ácido. Un tufillo a veneno.

Las cosas que se mantenían escondidas a medias detrás de Lorgar también se están transformando. Se vuelven negras como escarabajos, relucientes, azules iridiscentes. Con extremidades sin huesos y pseudópodos que se retuercen. Agitan las vibrisas que les rodean la cara y chasquean como insectos. Unos rostros múltiples se doblan y se mezclan entre sí hasta mutar en una diprosopía fantasmal. Las bocas que se solapan entre sí fruncen los labios y tartamudean el nombre de Guilliman.

El primarca se mantiene tranquilo. No conoce el miedo.

—Ya he visto suficientes trucos de charlatán —dice—. Cierra el enlace.

—El… enlace… —tartamudea el oficial de comunicaciones—. Señor, el enlace ya se cerró.

Guilliman se vuelve hacia la pesadilla, la criatura que ya no es Lorgar. Lleva la mano a la empuñadura de su espada.

La criatura habla. Su voz es la demencia.

—Roboute. Que arda la galaxia —le dice.

Se lanza al ataque con las fauces abiertas de par en par y salpicando saliva por doquier.

La sangre, muchos centenares de litros de sangre humana, salpican de repente a chorros las paredes del puente de mando de la nave insignia con una tremenda presión. Los ventanales de cristalflex revientan convertidos en una lluvia de trozos que se escapan al vacío.

La torre que alberga el puente de mando del enorme acorazado Honor de Macragge estalla.