[MARCA: 01.40.41]
El mundo se estremece. Al otro lado del planeta se está produciendo un bombardeo orbital que arrasa el otro hemisferio. El trauma provocado, que se transmite a través de microondas de choque subterráneas y ondas de presión atmosféricas, se puede sentir por todo el planeta.
Incluso aquí, en el espaciopuerto de Numinus. Secciones enteras de las instalaciones siguen envueltas en llamas. De la ciudad le llega el retumbar de los disparos de la artillería pesada. Por encima de su cabeza pasan rugiendo cada pocos minutos formaciones de aeronaves de ataque que dejan estelas brillantes provocadas por los chorros ardientes de los impulsores. El humo ha ennegrecido el cielo, completamente oscuro aparte de los escombros llameantes de las naves que estallan en la atmósfera, de las estaciones orbitales destruidas que siguen ardiendo.
Hay polvo por todas partes. Es muy fino, de color amarillento, producido por la mezcla de ceniza y la pulverización causada por los impactos en la superficie. Forma una capa en el propio aire y cubre todas las superficies horizontales. Los microchoques provocan que en algunos puntos se estremezca y se desplace. Se filtra a través de los conductos de ventilación. Gorgotea por las alcantarillas. Se eleva como el humo cuando lo impulsa la brisa.
Se pega a la sangre.
Se ha pegado a la piel y a las armaduras empapadas de sangre de los muertos. Ha cubierto y secado los charcos de sangre como si fuera serrín. Tapa las caras como si de polvos de belleza se tratara, por lo que los cadáveres parecen maquillados y conservados, preparados de un modo formal para los asistentes a un funeral.
Vil Teth, jefe genético de un grupo de ataque de los Kaul Mandori, avanza por uno de los pasos elevados de tránsito con el rifle láser preparado. Sus botas de cuero marrón levantan nubecillas de polvo amarillo. Los ocho soldados de la escuadra de su hermandad lo siguen, mientras que otros doce se quedan con el vehículo de apoyo pesado, un aerodeslizador blindado provisto de un cañón automático en una montura móvil. Zorator, su supervisor, se encuentra en algún lugar cercano.
Hay que despejar la zona. Los comandantes lo han ordenado. A medianoche todo el espaciopuerto debe estar despejado de enemigos y asegurado. Por todas partes hay supervivientes que se esconden. Teth avanza con cuidado porque sabe que algunos de esos supervivientes son guerreros de la XIII Legión que se han puesto a cubierto. Sus soldados no están equipados para hacer frente a ese tipo de enemigos, sin importar lo desmoralizados o acorralados que estén.
Por eso disponen del apoyo pesado y del supervisor.
Teth no le teme a la muerte. Son soldados del Kaul Mandori. Son inmortales. Eso es lo que les han prometido, el juramento que han aceptado. Es la promesa que lo hizo apartarse de su vida normal en el ejército y unirse a la hermandad. A Vil Teth le pareció un buen trato: servir a cambio de la inmortalidad.
No le teme a la muerte, pero ya ha participado en suficientes combates como para que prefiera evitar el dolor.
La presencia de Zorator en la zona hace que el enemigo salga corriendo de los lugares a cubierto donde se esconde. Teth alza el rifle de inmediato cuando tres hombres se levantan y salen corriendo para huir a través de una explanada llena de escombros humeantes. Son humanos normales, lo que le quita una preocupación de encima. Llevan puestos los llamativos monos de trabajo del gremio de operadores de carga. Están desarmados.
Teth se lleva la culata al hombro, apunta, y dispara contra uno de ellos. Es un disparo a setenta y cinco metros de distancia contra un objetivo en movimiento. En la parte posterior de una de las piernas, como él quería. No está mal. El hombre se desploma en el suelo, donde aúlla de dolor. Vivo. Está vivo, y eso es bueno. Además de despejar la zona, a su grupo de combate les han ordenado que consigan comida.
Los soldados que lo rodean también alzan sus armas y apuntan. Dos de ellos fallan a los fugitivos que quedan y levantan nubecillas de polvo en los escombros. Garel, el lugarteniente de Teth, aprieta el gatillo y dispara un rayo láser que acierta a uno de los fugitivos. El hombre se desploma con la cabeza reventada. Muerto también le vale.
Teth se echa a reír. Garel le responde riéndose también, lo que deja a la vista sus dientes blancos, que contrastan con la cara cubierta de polvo.
Se oye otro disparo. No es de un rifle láser. Es un estampido sordo. Un bólter. Garel estalla. La carne y la sangre negra se desparraman por doquier y los cubren a todos. Los restos de entrañas y el tejido licuado arrastran el polvo que a su vez los cubre a ellos. Teth da un respingo al recibir el impacto de un trozo de la espina dorsal de Garel. Parpadea para quitarse la sangre que le cubre los ojos. Ve dientes en el suelo, dientes incrustados en un pedazo de mandíbula, unos dientes que un segundo antes le estaban sonriendo.
Los hombres de Teth se dispersan, y éste grita una orden:
—¡Apoyo! ¡Apoyo!
Un puñetero ultramarine se dirige hacia ellos. Ha salido de su escondrijo. Se lanza contra ellos convertido en un borrón azul. El muy cabrón es enorme.
Abren fuego. Cinco rifles láser se centran en el gigante y lo acribillan con rayos brillantes como el neón. Los impactos le mellan la polvorienta armadura azul. Le ralentizan la carga, pero no lo detienen. Tiene una puñetera espada en una mano y un harapiento estandarte dorado en la otra.
Atraviesa a Forb con la espada, lo atraviesa por completo, y luego le abre el pecho de un tajo a Grocus. Grocus empieza a girar sobre sí mismo tras recibir el golpe de la espada. Gira como un bailarín que realizara una pirueta, y el chorro de sangre forma una capa ondulante a su alrededor antes de que se desplome.
El ultramarine mata a Sorc, y luego el mundo de Teth se vuelve del revés cuando lo derriba de un golpe. El ultramarine no se detiene a rematarlo. Se lanza a por el vehículo de apoyo. Sabe que es la verdadera amenaza para él.
Teth rueda sobre sí mismo y escupe sangre, polvo y el trozo de lengua que se ha arrancado de un mordisco cuando el ultramarine lo ha golpeado.
—¡Matadlo! ¡Matadlo!
Los hombres de apoyo avanzan. Algunos se arrodillan para disparar mejor. El ultramarine sigue corriendo directamente hacia ellos. Blande en alto el puñetero estandarte. Idiota. El cañón automático lo va a hacer pedazos.
El aerodeslizador también avanza. ¿Por qué no dispara?
Se da cuenta de lo inteligente que ha sido el ultramarine. Por eso pasó entre ellos y corre hacia los otros soldados. Quiere apoderarse del aerodeslizador. Si el vehículo dispara contra él, Teth y los demás estarán en su campo de tiro.
«¡Idiotas! —piensa Teth—. Idiotas. ¿Cómo sería el universo si gente como ésta lo gobernara? Yo no importo. ¡Soy inmortal! ¡Me han nombrado genéticamente! ¿Es que no lo recordáis? ¡Somos parientes genéticos! Han tomado nuestra sangre. Nos traerán de vuelta. Eso es lo que nos han prometido los Portadores de la Palabra si les servimos. Si morimos por ellos, nos traerán de vuelta. Pueden hacerlo. Tienen tecnología genética ¡Olvidaos de mí! ¡Disparad de una puñetera vez contra ese cabrón!»
El aerodeslizador avanza para enfrentarse al ultramarine que se le acerca a grandes zancadas. El cabrón es muy veloz. Algo tan grande y tan pesado no debería ser capaz de moverse con…
Entonces se da cuenta de algo.
A Garel lo destrozó un disparo de bólter, pero el ultramarine no lleva ningún bólter en la mano. No tiene un bólter, así que…
El segundo gigante de armadura azul cobalto aparece. Él sí que tiene un bólter.
Aparece corriendo en el tejado de un taller que se encuentra a unos veinte metros y salta a pesar de que está a unos seis metros del suelo. Los músculos sobrehumanos le proporcionan una tremenda potencia. Sigue moviendo las piernas mientras cae. Estaba esperando a que el aerodeslizador pasara por debajo de él. Estaba esperando a que el aerodeslizador se dirigiera a enfrentarse con su camarada.
El segundo ultramarine aterriza sobre el vehículo con ambas piernas y hunde el panel del techo. El golpe resuena tan fuerte como el disparo de un bólter al impactar. El aerodeslizador rebota contra su campo antigravitatorio y absorbe el impacto.
El ultramarine, con los pies bien afirmados, se inclina un poco y dispara con el bólter a través del techo. Bam, bam. Dos disparos. Dos muertos. El primer ultramarine llega hasta su altura y se lanza directamente contra el desesperado fuego de armas ligeras de la escuadra de apoyo del aerodeslizador. Teth ve cómo los disparos a quemarropa de los rifles láser simplemente rebotan contra la armadura. Blande de nuevo la espada y la sangre arterial moja a chorros un lado del aerodeslizador. Empuña el estandarte como si fuera un garrote y hace volar por los aires literalmente a uno de sus soldados.
El segundo ultramarine se baja de un salto del techo y se une al combate cuerpo a cuerpo. Ha enfundado el bólter para ahorrar munición. Emplea el cuchillo de combate. Ocho de los doce miembros de la escuadra mueren en pocos segundos.
Teth grita. Grita con tanta fuerza que le parece que los pulmones se le van a salir por la boca.
* * *
Ventanus oye los gritos. Se da la vuelta. Del asta del estandarte desgarrado gotea la sangre.
—¿Para qué hemos traído esto? —gruñe Selaton mientras extrae el cuchillo del último soldado que ha matado.
Ventanus no lo escucha. Algunos de los soldados enemigos siguen con vida. El jefe está chillando.
—Deberíamos hacerlo callar —comenta Selaton.
El sargento ha abierto la escotilla lateral del aerodeslizador y está sacando un cuerpo reventado del interior. Las paredes de la cabina están cubiertas de sangre. Tendrá que encontrar las palancas adecuadas para ajustar los asientos.
Aparece un portador de la palabra. Un catafracto. Un exterminador.
—¡Zorator! ¡Mi señor! ¡Matadlos! —chilla Teth.
El exterminador es enorme. La voluminosa armadura, muy pesada, es tan resistente como un tanque. Las placas segmentadas que conforman sus enormes hombreras se alzan por encima del casco, que está rematado por una cresta. La gruesa gorguera es en parte una boca rugiente y en parte una jaula de rejilla. Unos pteruges de cuero tachonados con piezas metálicas y unas faldillas de cota de malla protegen los puntos de unión más débiles. Se parece a un titán con sus enormes hombreras, su ancho torso y las robustas piernas.
Alrededor de las garras de su puño izquierdo centellean leves descargas de energía. Empieza a disparar con su gigantesco combi-bólter.
Los proyectiles explosivos acribillan la explanada. Estallan y matan a dos de los soldados del Kaul Mandori que Ventanus había derribado pero no matado. Derriban al capitán y le clavan astillas arrancadas de la propia armadura en la pantorrilla y en el muslo, además de llevarse por delante un buen trozo de las placas del morro del aerodeslizador.
Selaton se lanza al suelo para ponerse a cubierto detrás del aerodeslizador. Intenta responder al fuego. Su puntería es buena, pero la armadura del catafracto rechaza sin problemas los proyectiles. Las llamas provocadas por el estallido de la munición explosiva rodean el caparazón reforzado.
El portador de la palabra se concentra en Selaton. El aerodeslizador comienza a sufrir graves daños, incluido un proyectil que roza la cabina de la tripulación y le rebana el techo hasta dejarlo como si fuera la lengüeta de un zapato.
Ventanus está herido. Tiene heridas punzantes en una pierna. La sangre ya se ha coagulado. Se pone en pie con cierta dificultad. Él tiene la rapidez y la agilidad de la que carece el exterminador. Es una bestia de color rojo sangriento rematado con un penacho de cabello carmesí. Corre hacia él.
El exterminador vuelve a apuntarlo con su arma. Ventanus posee una rapidez sobrehumana, pero no será capaz de esquivar los proyectiles del combi-bólter, y su armadura tampoco los detendrá.
Se oye el chirrido del metal al desgarrarse, el chasquido de los remaches al salir disparados. El sonido lo provoca Selaton al arrancar el cañón automático de su montura en el aerodeslizador. Está de pie en el vehículo, metido a medias en la cabina, con un pie apoyado en los asientos y el otro asentado con fuerza sobre la placa del morro, con el techo de la cabina arrancado hacia atrás, como para dejarlo a la vista de un modo teatral. Tiene apoyada la pesada arma automática de cañones múltiples en la cadera, con la serpiente metálica de la cinta de munición colgando hacia el interior de la cabina.
Abre fuego. El arma pesada hace un ruido metálico chirriante semejante al de unas campanas que estuviesen siendo aplastadas en una prensa hidráulica. Un chorro parpadeante de gases ardientes salta alrededor de los cañones giratorios.
La tormenta de proyectiles acribilla al catafracto y de su armadura saltan trozos de metal envueltos en una nube de humo. Los escombros que lo rodean estallan. Por los aires salen volando trozos de la gorguera y del visor, junto a fragmentos de los pteruges de cuero, manojos de la cresta y anillos de las cotas de malla. Los disparos penetran en cuatro puntos, y la sangre sale gorgoteando de esos cráteres metálicos.
El exterminador se mantiene en pie durante un largo tiempo, trastabillando hacia atrás bajo la granizada de proyectiles. Finalmente, se derrumba de espaldas con un tremendo crujido.
Ventanus se coloca de pie a su lado. El humo azul de olor penetrante llena el aire. El portador de la palabra gorgotea por la sangre que le está llenando el interior de la gorguera y del casco, y se estremece. Se está muriendo, pero tardará mucho en estar muerto. Comienza a alzar el combi-bólter de color negro brillante.
Ventanus empuña el asta del estandarte con las dos manos y la empuja con todas sus fuerzas contra la ranura del visor. La clava y la retuerce hasta que llega a la parte posterior interna del casco. La sangre sale por los visores y por el borde de la gorguera hasta bajar a chorros por los lados del casco y empapar el penacho carmesí.
Ventanus retrocede, pero deja clavado el estandarte, que se sostiene en un ángulo inclinado. Selaton se le acerca.
—Debemos irnos —le dice a su capitán.
—¿Sigue operativo el aerodeslizador?
—A duras penas.
Ventanus saca el estandarte de un tirón y se lo lleva hacia el vehículo acribillado.
—Por eso lo hice —dice de repente.
—¿Cómo? —le pregunta Selaton.
—Por eso traje esto —le contesta Ventanus, alzando un poco el estandarte ensangrentado—. Para hacer precisamente cosas como ésa.