[MARCA: 01. 37.26]
Guilliman lo contempla.
El estilo se le ha roto en la mano. Pide otro. La consola que tiene delante está cubierta de notas y de bocetos de planes.
Los magi del Mechanicum, aquellos que no quedaron muertos, o heridos o enloquecidos por la primera descarga electromagnética, han comenzado a reiniciar los dañados sistemas de la nave. Se han restablecido parcialmente las comunicaciones. Guilliman ya dispone de energía de impulsión, de escudos y de sistemas de armas.
Pero ni siquiera el poderoso Honor de Macragge es capaz de derrotar solo a la flota de la XVII. Las naves de la flota de Ultramar están dispersas. No existe modo alguno de coordinarlas.
No existe modo alguno de coordinarlas con la rapidez suficiente como para contraatacar y detener el asalto planetario.
Calth está en llamas. Calth, la joya de Veridian, uno de los grandes mundos entre los Quinientos, está siendo destrozado, quizá hasta más allá de cualquier posible esperanza de recuperación.
Guilliman se da la vuelta. Ya no puede seguir contemplándolo.
—¿Sigue repitiéndose? —pregunta.
—¿Mi señor? —responde Gage.
—Mi declaración. El mensaje para mi hermano.
—Así es, mi señor —le informa Marius Gage—. Se encuentra en modo de repetición constante en los pocos canales de comunicación de los que disponemos.
El primarca asiente.
—¿Debo… interrumpirlo?
Guilliman no le contesta. Los asistentes han llevado más datos a su puesto en el puente de mando. Al carecer la nave de funciones de cogitación y de redes activas, ha ordenado que haya escribas y rubricadores desplegados en todas las cubiertas de observación, donde anotan los datos a mano en las placas y en los papeles. Los mensajeros le llevan los documentos cada cuatro minutos. La cantidad de información crece a cada momento.
El primarca se ha dado cuenta de algo. Se ha dado cuenta de algún detalle que destaca entre los otros. Coge el mensaje. Otros papeles y placas de información se deslizan y caen al suelo.
—¿Qué ocurre? —pregunta Gage.