[MARCA: 0.58.08]

El Samotracia cruza las puertas de anclaje del muelle Zetsun Verid. A su espalda, el puerto orbital más importante de Calth sigue en llamas. Nadie le impide el paso. Es una nave de la flota de la XIII que se apresura a ponerse a salvo. Además, las comunicaciones están saturadas y la noosfera completamente desconectada.

Ninguno de los miembros del personal del muelle Zetsun Verid se pregunta por qué nadie los ha atacado. ¿Por ser demasiado pequeño? ¿Los habrán pasado por alto? Sin embargo, se trata de un muelle especializado y vital, y varios muelles que lo rodean sí que han sido atacados y destruidos.

La nave atraca entre dos naves de escolta rápida que se refugian en el muelle.

—¿Cuánto tardarán? —le pregunta Kor Phaeron al magos de rango superior de los tecnosacerdotes de la sombra.

—Tres horas, suponiendo que nadie los interrumpa, majir.

—Nadie lo hará —afirma Sorot Tchure.

Kor Phaeron jadea con fuerza. Parece desecado y frágil dentro de su armadura, como si estuviera utilizando una gran cantidad de su propia vitalidad. El espacio a su alrededor se ha vuelto más fino.

Calth es su misión, mucho más que la del propio Lorgar. Kor Phaeron ha planeado de forma meticulosa todo aquello para su primarca, y lo está ejecutando con la ayuda de Erebus. El objetivo principal es el castigo y la aniquilación de la XIII. Pero también es un avance, otro peldaño en la senda espiral del Gran Ritual. Le permitirá a su amado primarca progresar.

Sorot Tchure es muy consciente de la carga que soporta su comandante. No queda lugar alguno para el error. Hay un objetivo militar vital y tremendamente valioso que todavía debe ganarse, pero incluso eso se convierte en nada comparado con el gran plan.

Apoyará a su comandante en todo momento. Sorot Tchure ha tenido el privilegio de ser uno de los comandantes de asalto de Kor Phaeron durante muchos años. La novedad de la transmutación de la legión simplemente ha fortalecido su entrega a la causa. Siempre los movió la fe en un poder superior. Ahora están inspirados por las pruebas que tienen de ese poder. Les ha otorgado lo que le pedían. Les ha contestado. Les ha bendecido. Les ha revelado las verdades que unen todos los misterios de la creación.

Y las mayores verdades son las siguientes: el Emperador de Terra no es un dios, como antaño creyeron. No es más que una pequeña y patética chispa en mitad de la oscuridad del universo, y no se merece en modo alguno su devoción. Castigó a los Portadores de la Palabra por su fe, y tuvo razón al hacerlo: probablemente temía lo que harían los dioses de verdad cuando vieran que lo adoraban como a una deidad.

Los Portadores de la Palabra le habían entregado su devoción a quien no debían. Estaban equivocados. Buscaban a un dios y sólo encontraron un falso ídolo, ansioso de ser adorado.

Ahora han encontrado un poder en los cielos merecedor de su fe.

Los cierres de anclaje sellan las escotillas abiertas al exterior. Al igual que hizo en el primer acto del ritual, Sorot Tchure encabeza la marcha.