[MARCA: -0.09.39]
Ventanus lleva a Arbute a través del complejo en llamas del espaciopuerto, pero es ella quien dirige la marcha. Selaton y los asistentes de la senescal los siguen, escoltados por Amant y su escuadra.
—Por ahí —indica Arbute—. Al final de esa rampa. Ahí abajo.
Delante de ellos se alzan dos enormes columnas de escucha, unas monstruosidades envueltas por andamiajes con un receptor de disco colocado entre ambas. Es una tecnología antigua, muy básica, construida probablemente por los primeros colonos que levantaron los primeros asentamientos humanos en Calth. Sin embargo, es de estilo militar, sin adornos, construido para durar.
—Mi padre trabajó en el espaciopuerto durante treinta años, así que pasé mucho tiempo aquí. Esto formaba parte del sistema de tráfico original de la autoridad portuaria, antes de que llegara el Mechanicum y construyera un sistema de comunicaciones adecuado. Deberían haberlo desmontado hace un siglo, pero lo dejaron operativo.
—¿Por qué? —le pregunta Ventanus.
—Porque es fiable. Cuando se producen las tormentas solares, que suelen ocurrir cada quince años aproximadamente, es mucho más resistente durante las descargas de radiación que los sistemas de colector múltiple.
—Bien.
Las bombas de escombros en llamas siguen pasando por encima de sus cabezas. Ningún miembro del grupo ha logrado reponerse del todo del impacto que supuso ver al Antrodamicus estrellarse contra la superficie del planeta. Algunos de los ayudantes siguen llorando.
Las columnas se encuentran sobre una plataforma situada en mitad de una concavidad de rococemento construida al lado de la plataforma de aterrizaje sesenta. Es un refugio natural. Alrededor de unos doscientos operarios y estibadores del espaciopuerto se han puesto a cubierto allí, bajo el reborde de la plataforma. No es un gran refugio, pero es mejor que nada. Ahora cae una lluvia de ceniza caliente y pequeños trozos en llamas. De vez en cuando, algo pequeño pero pesado, como un remache o el tirador de una compuerta, se estrella contra el suelo como una bala.
El personal que se refugia ahí sale de inmediato cuando ven a los marines espaciales. Hacen preguntas, muchas preguntas, y piden ayuda.
—No sabemos nada —les dice Ventanus después de dejar a Arbute en el suelo y alzar las manos—. Es obvio que nos encontramos en un estado de emergencia. Necesito poner en estado operativo este puesto de escucha. Quizá de ese modo conseguiremos algunas respuestas. Necesito unos operadores de comunicaciones.
Varios individuos se adelantan para ofrecerse voluntarios. Escoge a dos.
—En marcha —ordena Ventanus.
Se está volviendo irritable. Han pasado casi diez minutos desde que se produjo el desastre y sigue sin saber absolutamente nada.
Los cuartos de control de los postes de escucha son un trío de habitáculos modulares de diseño estándar montados a treinta y cinco metros de altura, sobre la estructura de andamiaje que rodea al disco del sistema. Una escalera descubierta en zigzag de peldaños de rejilla lleva hasta ellos.
Ventanus coge en brazos otra vez a Arbute y encabeza la subida. Lo siguen los operadores voluntarios junto a un par de los ayudantes de la senescal, Selaton y Amant. Los guerreros de Amant se despliegan para tranquilizar al nervioso gentío.
Abren uno de los módulos. Sigue habiendo energía. Los técnicos se ponen a la tarea de activar el sistema de transmisión principal de la estación. Ventanus toma una placa de datos y anota las frecuencias que quiere utilizar. El control militar de Erud. El mando de la flota. El mando de su propia compañía.
Los operadores de comunicaciones se sientan en las mesas del transmisor principal que se encuentran delante de las ventanas del módulo. El crepitar de la estática y de los gimoteos distorsionadores de la radiación resuenan a través de los viejos y pesados altavoces.
—¿Eso han sido disparos? —se pregunta Selaton.
—A mi no me lo ha parecido —contesta Ventanus. Probablemente sean más impactos de escombros.
Se acerca a la estrecha pasarela del exterior del módulo. La vista es excelente, aunque lo que se ve no lo es. Buena parte de las instalaciones del espaciopuerto se encuentran en llamas. El cielo sobre ambos lados del río está oscurecido por el humo. Las estelas meteóricas siguen cruzando e iluminando la oscuridad como disparos de láser. Es difícil ver la enorme nave estrellada, aunque la cortina de humo que se levanta en la zona que antes solía ser Kalkas Fortalice palpita con un color rojizo, igual que si fuera la boca del infierno.
Sin duda, se oye un sonido lejano, un retumbar. Casi suena como un bombardeo planetario, naves que dispararan desde la órbita.
Sigue aferrándose a la idea de que todo ha sido un accidente.
Se oye un grito abajo. Otras tres escuadras de marines espaciales han entrado en la plataforma situada a los pies de las columnas. Sus armaduras son rojas. La XVII. Bien. Es bueno conseguir un poco de colaboración en estos momentos de necesidad tan desesperada. Quizá el sistema de comunicaciones de los Portadores de la Palabra haya sobrevivido al incidente y esté menos dañado.
Ve a los guerreros de Amant y a la multitud de operarios del espaciopuerto acercarse para reunirse con ellos.
Ventanus entra de nuevo en el módulo de la estación de escucha.
—Voy a bajar —le dice a Selaton—. Acaban de llegar refuerzos y quiero enterarme de lo que saben. —Mira a los operadores, que siguen esforzándose en su tarea—. En el momento que nos llegue algo, quiero que se me avise. Selaton asiente.
Ventanus se da la vuelta. Se para.
—¿Qué? —le pregunta Selaton—. ¿Ocurre algo, señor?
Ventanus no está seguro. Abre la boca para contestar.
No hay aviso. No hay aviso de ninguna clase. Tan sólo una comezón que dura un nanosegundo, un pinchazo de intuición, de que algo no va bien.
Los proyectiles explosivos impactan contra el suelo y la pared delantera del módulo de la estación de escucha. Unos proyectiles explosivos… que alguien dispara desde abajo.
El suelo y la pared delantera se desintegran. La placa de metal se destroza y se convierte en fragmentos y astillas mortíferas. La luz y el fuego entran en el módulo a través de los huecos que han abierto las puntas de los proyectiles y empujan por delante toda esa metralla.
El interior del módulo se llena cada vez más de llamas y fragmentos silbantes. La presión de los impactos revienta los ventanales y destroza las mesas del puesto de escucha. La senescal Arbute sale despedida de espaldas. La cabeza y los hombros de uno de sus asistentes se convierten en una neblina rojiza cuando un proyectil le impacta y estalla. Las astillas y la metralla procedente del suelo revientan a los dos operadores de comunicación voluntarios. El otro ayudante de personal, un escriba, se estrella contra el techo del módulo por la fuerza expansiva de las explosiones. Su cuerpo roto se desploma y cae a través de un suelo que ya no está intacto.
Selaton ve caer al escriba muerto. El cuerpo da vueltas sobre sí mismo, dislocado y exánime. El cadáver desaparece entre las vigas del entramado que rodea a las columnas, como si fuera un pedazo más de la lluvia de restos y fragmentos en llamas.
El suelo comienza a separarse de la pared frontal.
—¡Atrás! ¡Atrás! —ordena Ventanus.
Todo el módulo está chirriando e inclinándose, y parece a punto de separarse por completo del resto de la estructura. Una parte del entramado metálico que soporta el peso de la escalera de entrada se desgaja y cae.
Los asesinos invisibles disparan de nuevo. Otra andanada de proyectiles explosivos acribilla y destroza lo que queda del módulo. Ventanus evalúa la situación de un modo frenético con el arma empuñada. El ataque procede de una posición inferior, en la base de las columnas.
Proyectiles explosivos. Estallan al impactar. Munición de las Legiones Astartes. No es posible. No es posible. A menos que…
—Es un error —exclama Selaton a su lado—. Fuego amigo. Es un error. Alguien se ha equi…
—¡He dicho atrás! —le grita Ventanus mientras agarra a Ventanus para tirar de él hacia la parte posterior del módulo.
Ventanus y Selaton responden a los disparos a través del agujero que se abre cuando el suelo se desgarra y se desploma. Debajo sólo hay humo, no hay un objetivo claro, ninguna huella térmica. De todas maneras, disparan. Para desalentar al enemigo.
Los sensores inerciales de la armadura no mienten. El módulo se está deslizando hacia atrás. Va a separarse de su estructura y a caer.
Arbute ha muerto. No se ve ninguna herida en su cuerpo, pero Ventanus sabe que la sobrepresión y el impacto cinético de los impactos de los proyectiles explosivos habrán convertido en pulpa sus órganos humanos. Amant también ha caído. Dos, quizá tres, proyectiles explosivos lo han alcanzado desde abajo. Está tendido en el suelo del módulo, que se desmorona con rapidez. Ha perdido los pies y las explosiones le han arrancado la armadura y la carne de las pantorrillas y los muslos, del torso y de la cara. Sigue vivo, y la sangre coagulada llena las cavidades abiertas de sus heridas.
Sólo necesitarían unos pocos instantes para estabilizar su estado y lo podrían sacar de allí. Podrían llevarlo a reconstrucción. Incluso con la parte frontal de su cuerpo despellejada y casi arrancada, con un mes o dos en acondicionamiento biotecnológico conseguirían que volviera al combate.
El módulo no dispone de unos pocos instantes.
Ellos no disponen de unos pocos instantes.
Ventanus ve los ojos de Amant, abiertos de par en par en mitad de una máscara de sangre y unos visores rotos que lo miran con incredulidad. Ventanus sabe muy bien lo que está viendo. Amant sabe que es el fin, no sólo de su propia existencia, sino de la galaxia tal y como la han conocido hasta ahora.
Ventanus abre la compuerta trasera con el talón de la bota de una patada feroz. La escalera ha desaparecido. No hay adonde ir. El módulo comienza a caer, igual que un bote que llegara al borde de una cascada.
—¡Salta! —grita Ventanus.
Una orden es una orden.
Saltan.