[MARCA: -0.14.20]
En Barrtor sienten retumbar la tierra bajo las botas de plastiacero. Es la réplica de un temblor. El sistema tectónico de Calth se estremece debido al inmenso impacto. Los árboles del bosque se sacuden y dejan caer una lluvia de hojas sueltas.
—¿Teoría? —pregunta Phrastorex.
Ekritus se mantiene absolutamente tranquilo y concentrado.
—Un incidente orbital grave. Un accidente o un ataque. Una pérdida considerable de la flota, una pérdida considerable de infraestructuras de apoyo, daños colaterales de un nivel catastrófico en la superficie del planeta debido a la destrucción orbital…
Se calla un momento y mira a Phrastorex.
—El espaciopuerto está destruido. Se han perdido todas las comunicaciones. No existe conexión alguna con la flota. No existe conexión alguna con las restantes unidades en la superficie del planeta aparte de aquella que podamos establecer nosotros mismos. No disponemos de flujos de datos. No se puede establecer una estimación del tipo o de la extensión del problema.
—¿Práctica?
—Es obvio —responde Ekritus.
«¿Lo es?», piensa Phrastorex.
—Lo reunimos todo. Todo lo que tenemos. Tu compañía y la mía, ejército, el Mechanicum, la XVII. Todo lo que esté a éste lado del río y siga intacto. Lo reunimos y nos replegamos hacia el este, hacia la provincia Sharud. Del cielo está cayendo un infierno, y este planeta no deja de girar, Phrastorex. Si nos quedamos aquí con la boca abierta, podríamos acabar en mitad de un bombardeo de escombros, o en algo peor. Salvemos todo lo que podamos de este punto de reunión y marchemos hacia el este para alejarnos del peligro, para que nuestras fuerzas se mantengan intactas y preparadas para el combate.
—¿Y qué ocurre si se trata de un ataque? —inquiere Phrastorex.
—¡Pues que entonces estaremos preparados para el combate! —le replica Ekritus.
Phrastorex asiente. Su instinto lo impulsa a correr hacia el peligro, hacer caso omiso del miedo y a lanzarse hacia el infierno, pero sabe que el capitán más joven tiene razón. Tienen el deber de conservar las fuerzas de las que disponen y reagruparse. El primarca no espera menos de ellos. Entre todos, Ekritus, él y los capitanes de las compañías de los Portadores de la Palabra que se encuentran en el valle, disponen de una fuerza de combate capaz de conquistar un planeta. Tienen el deber de alejarse del peligro y desplegarse en unas posiciones defensivas, para que esa fuerza de combate esté lista y preparada para cumplir cualquier orden que dé Guilliman.
—Comienza a preparar la marcha para atravesar el bosque —empieza a decir Ekritus—. Me uniré a las unidades de los Portadores de la Palabra y del ejército y…
—No —lo interrumpe Phrastorex con firmeza—. Encabeza tú la marcha. Que los hombres te sigan, literalmente. Muéstrales el camino. Yo me encargo de la XVII y del Mechanicum. Venga. ¡Venga!
Ekritus alza un puño.
—Marchamos por Macragge —dice.
Phrastorex responde al saludo entrechocando los nudillos de su guantelete con los de Ekritus.
—Siempre.
Luego comienza a bajar por la ladera atravesando las filas de sus propios hombres y de los guerreros de Ekritus, todos con armaduras de color azul cobalto. Oye a su espalda cómo Ekritus, Anchise y los demás mandos de las dos compañías organizan a los guerreros y los ponen en marcha. Las réplicas se siguen produciendo. Los relámpagos centelleantes y los truenos sacuden el cielo.
Ve a la 23.ª escuadra.
—¡Venid conmigo! —les grita.
Se apresuran a ponerse en formación. Phrastorex quiere una escolta. Si va a empezar a dar órdenes a los comandantes de los Portadores de la Palabra y a los estirados del ejército, necesita una guardia de honor para subrayar su autoridad.
—¿Cuáles son las órdenes, mi capitán? —pregunta el hermano de batalla Karends.
—La misión ahora mismo es salvar y conservar todo lo que podamos de nuestra fuerza de combate —le responde Phrastorex.
Las unidades de Ultramarines pasan a ambos lados de la guardia de honor, pero avanzan en dirección contraria. Los tanques que se encuentran en la llanura ya han comenzado a activar los motores. Están encendiendo las luces. Phrastorex se siente sorprendido ante el tiempo de respuesta de los Portadores de la Palabra. Quizá debería revisar la opinión que time sobre los despreciables guerreros de la XVII.
Ve a varios marines con armaduras rojas. Suben por la colina. Son guerreros de los Portadores de la Palabra. Eso es bueno. Quizá no será tan difícil convencerlos.
Phrastorex levanta una mano y saluda al oficial de los Portadores de la Palabra que está más cerca de él.
Un bólter dispara.
El hermano de batalla Karends explota a la altura del abdomen y se desploma sobre el suelo.
El segundo disparo le arranca a Phrastorex los dedos de la mano que tiene levantada.
Los Portadores de la Palabra suben por la colina en dirección a la retaguardia de las compañías de los Ultramarines y forman una línea de combate. Avanzan a través de los arbustos y de los helechos secos empuñando las armas y disparando a discreción.
Phrastorex se ha desplomado sobre una rodilla. Le duele la mano destrozada, pero las heridas se han cerrado con rapidez por la sangre coagulada. Se esfuerza por empuñar el arma con la mano izquierda. Su mente se centra en aquello que realmente le está haciendo daño. La más pura incredulidad casi lo ha dejado paralizado durante un segundo. Aquí no hay nada teórico, nada comprensiblemente práctico. Les están disparando. Le están disparando los guerreros de la XVII, los Portadores de la Palabra. Les están disparando sus propios parientes.
Tiene el arma en la mano buena. No está seguro de qué hacer con ella. A pesar de que les están disparando, la idea de abrir fuego contra otros marines espaciales le parece una abominación.
Phrastorex alza la vista. Los proyectiles de bólter estallan en la filas de los Ultramarines, destrozan las placas de armadura pintadas de color azul y derriban a los guerreros. Los rayos de plasma, crueles como una mentira evidente, atraviesan a su compañía. Los ultramarines caen por doquier con disparos en la espalda, en las piernas, reventados, partidos por la mitad. Los marines se desploman boca abajo, con la parte posterior de los cascos de la clase Pretor agujereada y humeante.
Es una matanza. Es una masacre. Tras unos pocos segundos, antes de que la fuerza principal de los Ultramarines tenga tiempo de darse la vuelta y reaccionar, la ladera queda cubierta de muertos y moribundos. Las hojas de los helechos están teñidas con la sangre reluciente. Los árboles se estremecen y sisean asqueados. El suelo se convulsiona como si fuese incapaz de tocar las pruebas de semejante infamia, como si quisiese sacudirse de encima a los ultramarines muertos para no verse implicado.
Otras armas más pesadas abren fuego. Cañones láser. Cañones gravitatorios. Cañones de fusión. Bólters de asalto.
Los cañones automáticos giratorios siegan las filas de guerreros que se encuentran en el bosque y convierten la cobertura vegetal en una neblina verdosa además de cubrir los troncos de los árboles con sangre y trozos de armadura azul. Los árboles partidos se desploman al lado de los hombres.
Los hermanos de la escuadra que acompañan al capitán son abatidos a su alrededor. Un trozo roto de metal que ha salido despedido de la armadura de un ultramarine golpea en la cuenca ocular derecha de Phrastorex y le daña la capacidad de visión. El impacto le lanza la cabeza hacia un lado.
Es ese golpe el que lo saca de su estupor, de su estado de aturdimiento. Alza el arma y apunta.
Los marines espaciales carmesíes avanzan hacia él sobre la ladera empapada en sangre. Los oye cantar. Sus armas no dejan de destellar.
—¡Cabrones! —grita un momento antes de que un disparo en la cabeza lo mate.
* * *
En la parte superior de la ladera, ya metido en el bosque, Ekritus se da la vuelta al oír los disparos.
No comprende lo que está viendo.
A su alrededor, otros guerreros también se vuelven y se quedan inmóviles, confundidos. Contemplan la matanza que se está produciendo como si fuera un truco o una ilusión que les explicarán después.
Varios guerreros de la formación que rodea a Ekritus comienzan a recibir impactos. Las cabezas son empujadas hacia atrás violentamente. Las placas pectorales estallan. Los hermanos salen despedidos de espaldas. Otros se desploman directamente con la vida escapándoseles a chorros.
Ekritus se estremece, incapaz de tomar una decisión. Lo que ve es imposible. Imposible.
Ve a Phrastorex a los pies de la colina.
Ve como se incorpora con el arma en la mano. En la mano equivocada.
Luego ve cómo su cuerpo salta hacia atrás con un disparo en la cabeza. Muerto.
Ekritus lanza un rugido de furia. Comienza a bajar por la ladera, hacia la lluvia de disparos. Anchise lo agarra del brazo y lo detiene.
—¡No! ¡No! —le grita al sargento.
Sacude a Ekritus y le da la vuelta.
Varios titanes avanzan por el bosque a lo largo de su flanco derecho. Los árboles caen derribados, desarraigados o partidos por las enormes máquinas de guerra. Las sirenas de combate resuenan. Ekritus capta el apestoso olor de los escudos de vacío.
Los titanes comienzan a disparar.