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El hermano Braellen supone que se van a dirigir hacia la ciudad. El capitán Damocles ya ha ordenado a las dotaciones de los transportes que estén reparadas. Sea lo que sea lo que está ocurriendo, es realmente grave, y los habitantes de Ciudad Numinus van a necesitar ayuda. Control de desastres. Cierres de seguridad. Desde las colinas Ourosene probablemente no tardarán más de dos horas en llegar hasta allí.

Nadie se comunica para dar órdenes. En realidad, nadie se comunica en absoluto. No existe coordinación alguna.

Así pues, el capitán es la máxima autoridad de la que dispone la 6.ª Compañía. A Braellen le parece bien. Avanzarán, se desplegarán y asegurarán la zona. Rescate y aseguramiento de la zona. Los han entrenado para eso.

¿Y si no se trata de un accidente, sino que es un ataque…? También los han entrenado para eso.

Piensa que cuando la situación cambia, sus planes cambian con ella.

Comienzan a llover tanques de batalla.

El primer impacto es surrealista. Braellen lo ve con toda claridad. Es un tanque superpesado de la clase Shadowsword. Está prácticamente intacto a excepción de una cadena suelta en la parte posterior. Cae del cielo sucio a unos mil seiscientos metros de donde él se encuentra. Las placas de blindaje del casco del tanque tienen un leve brillo rojizo debido al proceso de reentrada en la atmósfera.

Se estrella. El golpe de un martillo pilón. Una luz cegadora. La onda expansiva.

El impacto causa una explosión equivalente a la que provocaría una mina de plasma terrestre primaria. Los hermanos de batalla salen despedidos por los aires como si fueran juguetes. Algunos rebotan contra los transportes o las cargas ya apiladas. La escuadra de Braellen se encuentra en el límite de la onda expansiva. Se mantienen en pie gracias a que sus servoarmaduras se bloquean y se preparan para el impacto al detectar la explosión. Los amortiguadores inerciales chirrían con el esfuerzo. Braellen nota la arenilla y los restos de menor tamaño chocar contra su servoarmadura como una serie de ráfagas de disparos de pequeño calibre.

La onda expansiva pasa de largo y el bloqueo de la armadura se desactiva. La disciplina se relaja durante un segundo. No por el miedo, sino por el asombro. Un tanque no cae del cielo por…

Un segundo tanque sigue el camino del primero. Esta vez es un Baneblade. Gira sobre sí mismo una y otra vez. Se estrella contra el acuartelamiento de la compañía, situado a un kilómetro hacia el oeste, y el impacto abre un cráter que provoca un corrimiento de tierras en la colina que tiene delante. Lo siguen otros dos, ambos Fellblades, y en rápida sucesión. Uno de ellos aplasta un par de Thunderhawks posadas en la pista de aterrizaje. El otro se estrella justo al otro lado de la pista, en la zona exterior, una fracción de segundo después. También abre un cráter, pero no estalla. Rebota y comienza a desintegrarse. Rebota y atraviesa una fila dispersa de hermanos de batalla. Los derriba y lanza por doquier una lluvia de armaduras rotas y montajes de ruedas.

Siguen cayendo alrededor de ellos. Como bombas. Como un granizo imposible. Como juguetes que salen despedidos de la caja de un niño. Algunos estallan. Otros se parten al chocar y rebotan. Algunos se hunden en el terreno abierto, como balas que entraran en un cuerpo.

Braellen alza la vista hacia el cielo. Casi es azul aparte de las nubes de humo que suben desde la ciudad. Está lleno de objetos que caen: tanques, vehículos de combate blindados, transportes de tropa, contenedores de carga, trozos de escombros. Giran sobre sí mismos en el aire y reflejan la luz del sol. Centellean mientras no dejan de girar, unos con mayor rapidez y otros con más lentitud. Junto a ellos caen fibras metálicas y cenizas. Tramos de cables simples. De alambres. De cables ópticos. Trozos de teclados hápticos. Piezas de placas de datos. Pedazos de cristal y de bronce. Placas de ceramita.

En algún lugar muy por encima de ellos se ha reventado un depósito situado en órbita baja y todo su contenido ha salido desparramado como un tesoro de un saco. El número suficiente de máquinas de guerra y equipo de combate para armar a toda una división se desploma por el cielo para acabar destrozado por la fuerza de la gravedad. Caen desde muy poca altura como para que se consuman. La fricción con el aire simplemente lo calienta todo.

Hacia el oeste, entre aquella lluvia imposible, Braellen capta la centelleante forma en ala delta de un Stormbird que también gira sobre sí mismo mientras cae.

Luego también ve los cuerpos que se desploman por el cielo.

No han soportado la caída tan bien como las piezas de maquinaria. Están completamente abrasados. Se estrellan igual que unos puñados de ramas húmedas y revientan al chocar.

No abren un inmenso cráter y estallan como los vehículos blindados, pero sus impactos son, de alguna manera, más devastadores.