[MARCA: -0.16.11]
—¡No me importa lo que no hay, muéstrame lo que hay! —ruge Marius Gage.
Zedoff, el capitán del Honor de Macragge, comienza a discutir de nuevo.
—Muéstraselo —retumba una voz.
Guilliman está en el puente de mando.
—O mejor aún, muéstramelo a mí —gruñe.
—¡Informes de situación! ¡Todo lo que tengáis! —le grita Zedoff a su tripulación.
El impacto ha ocurrido hace menos de dos minutos. Las pantallas de la nave insignia están en blanco. No hay datos, ni conexión noosférica, ni contacto con la red defensiva. Los pocos mensajes que se intercambian son una barahúnda de voces gritando.
—Estamos ciegos —le dice el señor del Primer Capítulo al primarca.
—¿Algún impacto en la órbita? —pregunta Guilliman.
Le lanza una ojeada al magos Pelot, que está en el suelo de la cubierta sufriendo alguna clase de ataque. La mayor parte del personal restante del Mechanicum no se encuentra mejor.
Los tripulantes comienzan a entregarle placas de datos al primarca. Revisa los fragmentos de escaneos del registro. Gage sabe que Guilliman está uniendo todos los datos en la cabeza. Una línea de datos allí, el último registro aquí, una pictografía, el escaneo más reciente de un auspex…
—Creemos que algo se estrelló contra los muelles —dice Gage—. Los sensores están desconectados y las pantallas apagadas.
—Utiliza el cerebro, Marius —le replica Guilliman. Se vuelve hacia la tripulación del puente de mando—. ¡Abrid los cierres blindados! ¡Todos! ¡Los de todos los ventanales!
Los sistemas servomotorizados comienzan a abrir los cierres blindados que han aislado los enormes paneles de cristalflex del puente. Algunas de las correderas protectoras de las paredes hay que abrirlas a mano para reiniciarlas. Los auxiliares del puente se apresuran a buscar las manivelas de cigüeñal.
El cierre principal se abre poco a poco. Una luz de una cualidad alarmante, desigual y parpadeante, comienza a entrar a través del hueco.
—En nombre de Terra… —musita Gage.
—Capitán —llama Guilliman al mismo tiempo que se vuelve hacia Zedoff—. Sus prioridades son las siguientes: restablecer toda la energía, activar los escudos, recuperar la capacidad sensora, restablecer las comunicaciones. Infórmeme cada vez que consiga cada uno de esos puntos, y si cualquiera de ellos va a tardar más de cinco minutos, quiero que me comunique una estimación ajustada de cuándo se va a lograr.
—Sí, señor.
—En cuanto restablezca las comunicaciones, quiero contacto inmediato con el comandante de cada una de las naves de la línea, el servidor de la torre de vigilancia, los comandantes en tierra, los jefes de las estaciones orbitales, por no mencionar a mi querido hermano. Después…
Se calla al oír cómo Gage maldice.
Los cierres se han elevado lo suficiente como para que ya se pueda ver fuera. El puente de mando queda bañado por la luz de las llamas. Se ve toda la superficie iluminada del planeta, la amplia y gigantesca destrucción explosiva de los muelles principales de Calth. Allá donde miran ven naves incendiadas. Algunas se estremecen y explotan, igual que proyectiles que se han dejado demasiado cerca de un fuego.
Es una imagen que Roboute Guilliman jamás olvidará. Es mucho más terrible que nada de lo que se imaginó después de que la onda de choque lo sobresaltara en su compartimento y lo hiciera salir corriendo hacia el puente de mando.
Está a punto de empeorar.
—Hay naves disparando —dice al mismo tiempo que señala un parpadeo luminoso.
—Sin duda hay naves disparando —confirma Zedoff con voz entrecortada.
—¿Quién demonios está disparando? —se pregunta Guilliman—. ¿Y a qué demonios le están disparando?
No espera a que le respondan. Se dirige a grandes zancadas hacia la consola principal de detección y quita de en medio a los sorprendidos oficiales que se encuentra en su camino. Están tan boquiabiertos con la escena que se ve al otro lado de los ventanales que se apartan tambaleándose hacia un lado como si fueran sonámbulos.
—¿Algo en el auspex? ¿Algo en algún sensor? —pregunta Guilliman.
Uno de los oficiales de detección recuerda ante quien se encuentra.
—El pulso —dice. Carraspea—. El pulso electromagnético, mi señor. Nos ha dejado incapaces de ver nada de momento. Los programas de recuperación automática tardarán…
—Cierto tiempo —Guilliman termina la frase por él.
—Podríamos… —continúa con un tartamudeo el oficial—. Es decir, podría autorizar un reinicio de los sistemas de detección, pero eso quizá podría reventar la conexión.
—Y entonces lo perderíamos todo y tendríamos que pasar un mes en el dique seco para que repararan todos los sistemas.
—Así es, mi primarca —le responde el oficial.
—Hazlo de todas maneras —le ordena el primarca. El hombre titubea.
—Por lo que más quieras, date prisa —le susurra Gage.
El oficial se pone de inmediato a la tarea.
—Si esto es una batalla y perdemos los sistemas de detección, no serviremos para nada —dice Gage en voz baja.
—Ahora mismo ya no servimos para nada —le responde Guilliman. Contempla la visión que se extiende ante él y absorbe todos los detalles que puede. Ya ha archivado mentalmente los nombres de las numerosas naves que están incapacitadas o directamente destruidas—. Las naves que disparan… Se encuentran en el lado diurno meridional. Bastante cerca, además. El ataque no procede del espacio exterior. Se está llevando a cabo entre las propias naves ancladas.
Gage no dice nada. No está seguro de cómo el primarca ha logrado determinar todo aquello a simple vista, en aquel paisaje espacial, a esa distancia y partir de las nubes de gas ardiendo, de los destellos de energía y los centelleos de luz dispersos.
—Creo que así es —confirma Zedoff, que está más acostumbrado a contemplar algo así desde el ventanal de observación de un puente de mando—. Creo que tenéis razón, mi señor.
—Puede que alguien se haya precipitado al disparar —sugiere Guilliman—. Que haya disparado porque cree que se encuentra bajo ataque.
—Es que quizá se trata un ataque —apunta Gage.
Guilliman hace un gesto de asentimiento sin dejar de mirar lo que ocurre.
Su tranquilidad casi es terrorífica. Gage es un individuo sobrehumano, creado y entrenado para no conocer el miedo. La aceleración de sus dos corazones y el aumento del nivel de adrenalina no es más que una respuesta a la situación, una disposición que lo prepara para actuar de un modo más veloz y eficiente.
Sin embargo, Guilliman se encuentra en un nivel completamente distinto. Está contemplando cómo se produce una catástrofe de proporciones críticas en uno de sus planetas más queridos: la terrible pérdida de unas instalaciones portuarias vitales, los daños colaterales, la destrucción de las naves, una parte importante de la flota gravemente dañada, los puntos de la superficie del planeta afectados por la caída de los escombros espaciales…
Incluso en el caso de que se trate de un accidente, se trata de un acontecimiento terrible, y más en un día como hoy, cuando puede conseguir tanto prestigio y tantos beneficios como estadista.
No se trata de un accidente. Gage sabe en sus entrañas que no ha sido eso. Y sabe que el primarca también lo sabe.
Pero el primarca lo está teniendo todo en cuenta, como si estuviese planeando su próximo movimiento en un juego de regicida.
—¡Ese auspex, de prisa! —grita Gage.
—Activa el altavoz de los comunicadores —le dice Guilliman al capitán.
—Es un galimatías, mi señor…
—Hazlo.
El enorme puente de mando se ve sacudido por una tremenda cacofonía chillona. Estática, ruido de impulsos electromagnéticos, aullidos de código máquina, voces. Los mensajes se superponen unos a otros, hay interrupciones, distorsiones, señales defectuosas. Da la impresión de que todo el universo les está gritando. Las únicas voces que Gage es capaz de distinguir con claridad son los gritos pidiendo socorro, pidiendo respuestas, pidiendo permiso para abandonar la órbita o para abrir fuego.
Gage observa cómo Guilliman lo escucha todo.
—No están hablando —dice finalmente el primarca.
—¿Cómo, mi señor?
Guilliman sigue escuchando con atención. Está extrayendo hasta el más mínimo detalle de esa barahúnda.
—No están hablando —repite el primarca.
—¿Quiénes no están hablando? —le pregunta Gage.
—Los Portadores de la Palabra. Todas las comunicaciones son nuestras.
—¿Cómo lo sabéis?
Guilliman se encoge levemente de hombros sin dejar de escuchar los mensajes. Está reconociendo los nombres de las naves, las voces, los numerales de las quillas, los códigos de transmisión. Ojalá el Mechanicum fuera capaz de diseñar una biomáquina la mitad de eficiente que la mente de Guilliman.
—Somos nosotros quienes estamos pidiendo ayuda, pidiendo aclaraciones de la situación. Somos nosotros los que pedimos órdenes, permiso para responder a los disparos. Somos los únicos que estamos muriendo. —Mira a Gage—. Son los Portadores de la Palabra los que están disparando contra nosotros.
—No. Sencillamente, es que no…
Guilliman lo hace callar.
—Sea lo que sea, haya pasado lo que haya pasado, creen que se trata de un ataque, y creen que nosotros formamos parte de ese ataque. Marius, todo lo que creían sobre nosotros parece haberse hecho realidad de repente, y están disparando contra nosotros.
El primarca se vuelve hacia Zedoff.
—Olvídate del auspex. Activa el proyector hololítico y ponme en contacto con Lorgar. Nada tiene más prioridad que eso.