[MARCA: -0.17.01]
La magos Meer Edv Tawren capta sus propios niveles hiperelevados de adrenalina. Ha sobrevivido a la gran mortandad que ha azotado la torre de vigilancia. Hesst la ha salvado. El procedimiento operativo básico la ha salvado.
No quiere pensar en esa ironía. Esa casualidad. Esa ternura.
Hay demasiadas cosas por hacer. Se encuentran en mitad de una crisis increíble. De un desastre. Tiene que salvar la situación.
Tiene que salvar a Hesst.
Tanto los sistemas de los ascensores como los de las plataformas elevadoras de la torre están averiados. Se levanta el reborde de la larga túnica que lleva puesta y sube a la carrera la escalera de caracol principal. El aire está cargado de humo. El zumbido de las alarmas. Le llega el eco de voces arriba y abajo. En el exterior, el cielo muestra una luminosidad antinatural.
Pasa corriendo al lado de servidores mecánicos que se tambalean desorientados arrastrando tras de sí cables arrancados de los que escapan fluidos. Algunos se han derrumbado ya. Algunos gimen o repiten una y otra vez secuencias de sus datos favoritos igual que si fueran canciones infantiles. Algunos se dan cabezazos contra las paredes de la escalera.
Datos tóxicos. Muerte por datos. Sobrecarga.
«Que Hesst esté vivo, por favor».
Él sí estaba conectado. Habrá sufrido el grueso de la onda de choque… «No pienses en eso. Sube arriba de una vez».
Tropieza con el cuerpo tirado en el suelo de un servidor de nivel superior. Una mano la agarra del brazo para ayudarla a mantener el equilibrio.
—No se caiga, magos —le dice una voz no artificial.
Tawren alza la mirada y ve el rostro amenazante de Arook Serotid, el jefe de las brigadas skitarii de defensa de la torre. Arook es una criatura modificada para hacer la guerra, no para procesar datos. Su recargada armadura es en parte ceremonial y en parte ritual, una recreación barroca de los tiempos en los que eran frecuentes las decoraciones amenazantes y las posturas atemorizadoras.
—Por supuesto, no voy a hacerlo —le responde ella.
El skitarii la ayuda a subir por la escalera apartando a los servidores ciegos y tambaleantes que encuentra en el camino. Es un metro más alto que ella. Sus ojos son unas rendijas hololíticas de color carmesí en su visor de cobre. Tawren se fija en que una de ellas está parpadeando.
—Hemos sufrido un impacto —declara el skitarii.
—Una onda de choque de datos de nivel máximo. Un síndrome de flujo hipertraumático de entrada de datos.
—Es peor que eso —le aclara él—. Se han producido explosiones en la órbita. Hemos perdido naves y muelles orbitales.
—¿Un ataque?
—Eso me temo.
Ambos están utilizando la voz humana. Le duele darse cuenta de eso. Es muy lenta, hay que esforzarse mucho. No hay canto, ni descargas de datos. No hay transmisiones simultáneas e inmediatas de ideas y de datos. No cree haberle hablado nunca a Arook con esa voz, y está claro que él tampoco está acostumbrado a hacerlo.
Sin embargo, ese esfuerzo es necesario. Ambos se encontraban aislados de la onda de choque de datos. Deben mantenerse aislados.
—Necesito llegar al servidor principal —le explica a Arook.
El skitarii asiente. El mismo ojo rojo sigue parpadeando. ¿Una avería? Arook ha sufrido algunos daños. Como todos los skitarii, estaría conectado a la noosfera, por lo que la onda de choque de datos le habría impactado como a todos los demás. Sin embargo, los skitarii disponen de su propio colector de emergencia, un sistema de apoyo para crisis. Arook había sido herido por la onda de choque de datos, pero había cambiado al sistema codificado militar de su brigada.
Encabeza la subida por la escalera.
—¿Habéis sufrido daños, magos? —le pregunta por encima del hombro.
—¿Qué?
—¿Estáis herida, magos?
—No. La onda de choque de datos no me afectó, estaba desconectada.
—Fuisteis muy afortunada.
—Así es. Había un problema con un código corrupto. El servidor Hesst anuló el modo discrecional para solucionarlo.
Arook la mira. Su visor se parece al pico de un ave rapaz. El tronco superior y los hombros son enormes, como los de un simio toro. El skitarii lo comprende. Se trata de un simple procedimiento de protocolo. Cuando se enfrenta a un posible problema importante provocado por un código corrupto, cualquier servidor ordena a su segundo al mando que se desconecte para que no haya peligro de que ese mismo segundo al mando quede infectado por el código corrupto. Se trata de una medida de seguridad operativa. Ha salvado a Tawren de algo mucho peor que una simple infección de código corrupto.
—¿Es posible que el código sea el origen del problema? —le pregunta Arook.
Tawren ya ha pensado en eso. Un fallo grave en la noosfera provocado por una corrupción crítica de código… quizá podría haber causado una serie de colisiones orbitales o accidentes. Quizá incluso podría haber provocado que la red de armamento del planeta disparara contra objetivos equivocados, o que las armas de una nave se activaran por error.
Llegan a la cubierta de mando. Hay una leve capa de humo en el aire. Los técnicos se esfuerzan por liberar a los moderati heridos de los receptáculos amnióticos rotos. Los servidores de menor rango cuelgan inertes sostenidos sólo por los manojos de cables que los conectan. Las pantallas chasquean cargadas de ruidos de estática.
Hesst se encuentra derrumbado sobre su plataforma.
—¡Quitaos de en medio! —grita Tawren, apartando a manotazos a los servidores y operarios sensores titubeantes que la rodean.
Tiene un charco de fluido oscuro al lado de la cabeza. Le llega el olor a hormonas tóxicas y a sustancias químicas derramadas que le han quemado la corriente sanguínea y le han reventado las venas.
—Debemos desconectarlo —indica Tawren.
Arook asiente.
Un servidor tecnogrado barbota algo en código binario.
—¡Con la voz, maldita sea! —le replica Tawren—. La noosfera se ha desconectado.
—Desconectar al servidor podría provocarle un trauma cerebral extremo —chasquea el tecnogrado—. Necesitamos un equipo cibercirujano que lo desconecte de su enlace permanente de la unidad principal de instrumentación.
—Se muere —indica Arook cuando baja la mirada al servidor.
El skitarii ha visto la muerte muchas veces, así que sabe lo que está viendo.
—Está gravemente herido —chasquea el tecnogrado—. Una desconexión realizada por expertos quizá podría salvarlo, pero…
—Lo entendemos —lo corta Tawren, y mira al skitarii—. Necesitamos a los especialistas. Si existe alguna probabilidad de salvarlo, tenemos que aprovecharla.
—Por supuesto.
Tawren se arrodilla al lado de Hesst y se mancha de sangre la túnica.
—Estoy aquí, servidor, estoy aquí —le dice—. Soy Meer Tawren. Debes aguantar. Estoy preparada para relevarte, pero necesitamos un equipo quirúrgico. Aguanta.
Hesst se estremece y murmura algo.
—Tú aguanta. Estoy aquí —le repite ella.
—Desconéctame —gorgotea Hesst, y se mancha de sangre la barbilla.
—Servidor, antes necesitamos un equipo quirúrgico. Se ha producido un incidente grave.
—Yo no importo. La red defensiva está desconectada. Desconectada, Tawren. Desconéctame y ocupa mi lugar. Tienes que comprobar si eres capaz de reiniciarla.
—Espera —lo tranquiliza ella—. Los cirujanos no tardarán en llegar. Espera.
—¡Ahora!
—Servidor, morirás.
Hesst parpadea débilmente.
—No me importa. No importa. Yo no importo. Las biomáquinas orbitales están desconectadas, Meer.
Tawren abre los ojos de par en par. Luego mira a Arook.
—Están desconectadas —insiste Hesst con la voz convertida en un suspiro—. Tienes que conectarte, Meer. Tienes que sustituirme, conectarte, y ver lo que puedes salvar. Tienes que ver cuánto control se puede restablecer.
—Servidor…
—Tienes que reconstruir la noosfera. Sin la red, Calth está indefenso.
Tawren mira los gruesos cables que forman su enlace permanente con la unidad principal de instrumentación. Están enrollados en el suelo, bajo él, igual que si fuera una serpiente constrictora muerta. Está segura de que no podría desacoplárselos sin matarlo. Sobre todo si se tiene en cuenta el débil estado en que se encuentra.
Uno de los operarios sensores lanza un grito.
Todos alzan la vista.
De las nubes surge una lluvia de escombros procedentes de las explosiones orbitales. Los primeros trozos de metal caen al otro lado del valle del río dejando unas estelas de fuego a su paso, igual que si fueran meteoritos. Los ve estrellarse contra el agua y formar columnas de vapor o atravesar los tejados de Kalkas Fortalice. Algunos trozos de mayor tamaño impactan como cohetes y hacen estallar los edificios. Algo choca contra una de las ventanas del nivel de la cubierta de mando y agrieta el cristal blindado.
El granizo de escombros no es más que el comienzo. Empiezan a caer objetos de mayor tamaño. Trozos de nave. Trozos de estaciones orbitales. Trozos de muelles.
Tawren lo ve antes que los propios operarios sensores. El crucero pesado Antrodamicus, con un tamaño de doce kilómetros de proa a popa, se desploma hacia atrás cruzando la atmósfera desde su dique seco reventado y envuelto por una nube de restos. Cae de un modo lento y majestuoso, igual que si se derrumbara la ladera de una montaña.
Cae de popa hacia Kalkas Fortalice y hacia donde ellos se encuentran.