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El capitán Ouon Hommed, comandante del destructor pesado Santidad de Saramanth, ve como la Infidus Imperator comienza su avance implacable a lo largo de la línea de naves ancladas. Sabe muy bien lo que está haciendo la inmensa barcaza de combate de los Portadores de la Palabra: está ejecutando las naves de la línea del mismo modo que un verdugo ejecutaría a una fila de prisioneros indefensos.
Él mismo lo ha hecho. Fue en el muelle orbital de Farnol, después del sometimiento de Iphigenia. Hizo avanzar al Santidad de Saramanth a lo largo de los pantalanes y destruyó a las naves enemigas capturadas para que no pudieran ser reactivadas y utilizadas. Fue una tarea ingrata y carente de toda elegancia, absolutamente pragmática. Era demasiado peligroso dejar a esas naves intactas.
Como capitán, como persona que ha dedicado toda su vida al servicio de grandes naves estelares, jamás ha disfrutado de las misiones de destrucción de naves capturadas.
¿Por qué le da la impresión de que la Infidus Imperator está disfrutando de ello?
Hommed no deja de gritarle al personal del puente de mando exigiendo lecturas de energía, de armas, de escudos, de datos… cualquier cosa que le puedan dar. El Santidad de Saramanth estaba atracado en muelle frío, con los impulsores completamente apagados. En el mejor de los casos, tardaría cincuenta minutos en conseguir que la nave se encontrara en estado operativo.
Se puede decir lo mismo de toda la flota. Las naves estelares de Ultramar estaban ancladas en órbita alta en situación de muelle frío mientras se producía la reunión de todas las fuerzas de combate. Todos sus generadores de energía estaban al mínimo, con la potencia necesaria sólo para las tareas de mantenimiento y los sistemas de carga y de embarque de las diferentes cubiertas. Ninguna de las naves necesitaba tener listos los impulsores, o las armas o los escudos. Todas se encontraban bajo la tutela protectora de la red de armamento del planeta.
—¡Energía! ¡Quiero energía! —aúlla.
—La potencia aumenta, mi capitán —le contesta el contramaestre.
—No lo bastante rápido. ¡Necesito estar ya en estado operativo!
—La sala de generadores informa de que es imposible aumentar la potencia con mayor rapidez que…
—¡Dile a esos cabrones de la sala de generadores que quiero potencia, no excusas!
No hay tiempo. La Infidus Imperator se acerca. Sea lo que sea lo que ha ocurrido, sea cual sea la atrocidad que se ha producido, está claro que las naves de la XVII creen que se trata de un ataque, y también está claro que consideran una amenaza a las naves de Ultramar. Están acabando de forma preventiva con todas las que pueden, acabando con todas antes de que…
Hommed se detiene. Se obliga a sí mismo a despejarse la mente un momento. Se da cuenta de lo afectado que está por el pánico y la tremenda tensión. Todo el mundo lo está. El puente de mando que lo rodea es una locura. Una cabeza que piense con claridad es la única esperanza que tiene de salvar la situación, de salvar algo, al menos, de esta situación.
La Infidus Imperator se acerca. Ese es el problema. Ése es el problema, y no otro. La tres veces maldita Infidus Imperator se acerca. Todas las naves tenían desactivados los generadores de energía principales en el momento del ataque, y por eso ahora mismo están todas sin defensas y sin escudo.
Sin embargo, la Infidus Imperator se acerca. Se mueve. Lo mismo hacen otras naves de la flota de los Portadores de la Palabra. No se trata de que hayan respondido con rapidez. No se trata de que estén disparando al azar contra objetivos imaginarios antes de descubrir qué es realmente lo que está pasando.
Es el hecho de que se estén moviendo.
No tenían los generadores apagados. Estaban amarrados en muelle caliente.
Sabían lo que iba a ocurrir.
Estaban preparados.
—Esos… ¡cabrones! —murmura.
La Infidus Imperator se acerca. No deja de disparar andanadas feroces y destructivas. Toda la línea de naves ancladas se ha convertido en una franja de llamas multicolores. Cada andanada provoca que los sensores gravimétricos se compensen y preparen a la nave para el lanzamiento de esa colosal potencia de fuego.
Cada andanada asesina a otra nave indefensa.
El Constelación de Tarmus desaparece en mitad de un trueno de calor y de metal.
La Infidus Imperator se acerca.
—¿Potencia? —pregunta Hommed. El contramaestre hace un gesto negativo con la cabeza.
La Infidus Imperator se estremece y dispara otra andanada. Es la potencia de fuego suficiente para quemar y reventar una luna.
El Santidad de Saramanth, que recibe la andanada en mitad del casco, revienta por completo.