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Erebus alza la mirada desde el círculo formado por las piedras negras. En el centro de ese círculo ritual yacen los cuerpos de muchos de los participantes en la procesión de ofrendas, algunos humeantes, otros todavía retorciéndose, y en ese punto no existe una realidad enfocada desde hace por los menos diez minutos. La materia se retuerce culebreando. La membrana del universo se ha vuelto líquida. El aire está cargado del olor a sueños extraños, fuerte pero en absoluto identificable.

Essember Zote de los Gal Vorbak murmura algo al ver el primer resplandor que ilumina los cielos meridionales. Erebus ya estaba mirando. Fuego, luz, primera luz, algo parecido a un amanecer. Erebus sabe que se lograrán varias ventajas estratégicas claras y evidentes gracias a ese plan, pero todas se refieren a objetivos militares, y eso cuenta poco para él. Para el primero de los apóstoles oscuros es el significado lo que importa: la trascendencia, el arte, el contexto.

La luz en el cielo, ese inmenso destello resplandeciente que han conseguido provocar, es el Ushkul Thu. En el lenguaje arcaico de los Planetas Sagrados, esas palabras significan «sol de ofrenda» o «estrella de tributo». Es difícil traducirlo con exactitud. Tiene un sentido de sacrificio, un sentido de promesa representada por el amanecer, y el sentido de que algo más grande todavía está a punto de suceder.

Todavía debe producirse un amanecer más importante.