[MARCA: -0.19.45]
—¿Entender qué? —le pregunta Luciel.
—Me pidieron que me uniera a la avanzadilla —le responde Tchure.
—¿Y?
—Tengo que demostrar mi entrega a ese nuevo propósito.
Luciel lo mira fijamente.
Durante un segundo. Un segundo. Y durante ese segundo se da cuenta por fin de lo que Sorot Tchure ha intentado decirle.
Luciel suelta la copa, que comienza a caer. La mano se dirige de inmediato, por puro instinto, hacia su pistola. Sólo el asombro más increíble e impactante lo hace moverse con más lentitud.
Tchure ya tiene la pistola de plasma en la mano. La copa todavía no ha chocado contra la superficie de la mesa. Tchure abre fuego. A quemarropa, el rayo de plasma impacta contra el torso de Honorius Luciel. El rayo es tan abrasador como una estrella en miniatura. Vaporiza la placa de la armadura, el caparazón, los huesos reforzados y la espina dorsal. Aniquila por completo los músculos, los dos Corazones y los órganos secundarios. Convierte la sangre en polvo. El tremendo impacto del disparo derriba a Luciel y lo lanza contra la mesa, que destroza, y se reúne en el aire con la copa, que sigue girando formando un semicírculo de vino.
Los guerreros de Luciel se dan la vuelta, pillados por sorpresa, sin comprender ni el ruido ni lo que ha ocurrido, sin comprender el disparo del arma ni el violento desplome de su capitán. Los guerreros de Tchure se limitan a empuñar sus armas. No han sido distraídos por el disparo. No apartan la mirada de los individuos con los que están hablando, unos individuos que se vuelven llenos de confusión.
Luciel rueda sobre el suelo de la cubierta agitando las extremidades mientras los restos de la mesa destrozada caen a su alrededor. La copa rebota contra la placa del suelo situada al lado de la cabeza de Luciel. Tiene los ojos abiertos de par en par, esforzándose por ver, por mirar. El disparo de plasma le ha abierto un tremendo agujero. Le ha perforado el cuerpo. El suelo de la cubierta se ve a través del torso, que no deja de estremecerse. Los bordes de la herida están quemados y carbonizados por el increíble calor. Los bordes del tremendo agujero de la armadura todavía brillan al rojo vivo. Las células de Larraman son incapaces de coagular o de cerrar una herida tan terrible. Tchure se pone en pie y la silla cae derribada hacia atrás, a su espalda. Baja el cañón de la pistola de plasma hacia el suelo, apunta a la cara de Luciel, y dispara de nuevo.
A su alrededor, la cámara se ve sacudida por una repentina tormenta de disparos. Veinte o treinta bólters abren fuego casi al mismo tiempo. Los cuerpos cubiertos por armaduras, lanzados hacia atrás, caen al suelo. El vapor de sangre llena el aire.
La copa se queda en el suelo tras el tercer rebote, rueda formando una circunferencia, y se queda inmóvil por fin al lado del cráneo quemado y destrozado de Honorius Luciel.