[MARCA: -4.44.10]

Aeonid Thiel se despierta. Ha entrado brevemente en el modo descanso.

Estaba aburrido. Lleva esperando mucho tiempo. Nadie ha venido.

Se despierta porque ya no está a solas en la antecámara de la cuadragésima cubierta.

Hace una reverencia de inmediato.

—¿Eres Thiel? —le pregunta Guilliman.

—Sí, mi señor —le confirma Thiel.

El primarca parece distraído. Es probable que sea capaz de determinar cuáles de las armas se han utilizado y luego colocado de nuevo en su sitio y qué jaulas de prácticas se han activado.

—Llevas esperando bastante tiempo.

—Sí, mi señor.

—Hoy hay mucho que hacer. He puesto toda mi atención en otros asuntos.

No se trata de una disculpa, tan sólo una simple explicación. Thiel quiere decir que no sabe por qué el primarca se tiene que ocupar de todo aquello, pero entiende que es mejor no decir nada.

—¿Te estabas entreteniendo? —le pregunta Guilliman al mismo tiempo que toma una espada ancha de uno de los expositores de las paredes para examinar el filo.

—Decidí… decidí aprovechar el tiempo practicando —le responde Thiel—. Aquí hay armas a las que no estoy acostumbrado. Pensé que quizá podría aprovechar.

Guilliman asiente. Ese gesto de asentimiento quiere decir «cállate».

Thiel se calla.

Guilliman estudia con atención la espada que empuña. No mira a Thiel. Este se ha puesto en posición de firmes, esperando. Lleva el casco metido bajo el brazo, que está pintado de rojo de un modo apresurado para indicar la reprobación.

—No he venido a verte —declara Guilliman—. Vine a pensar. Se me olvidó que estabas aquí.

Thiel no dice nada al respecto.

—Es una idea deprimente —comenta Guilliman mientras coloca la espada de nuevo en el expositor—. Me olvidé de algo. Me gustaría que no compartieras con nadie esta confesión repentina.

—Por supuesto, mi señor. Aunque la verdad es que no puedo culparos por olvidaros de mí. Soy un detalle sin importancia.

El primarca se vuelve hacia él para mirarlo a los ojos.

—Hay que destacar dos puntos aquí, sargento. El primero es que no existe ningún detalle que no tenga importancia. La información es victoria. No se puede y no se debe desdeñar ningún dato como intrascendente hasta que uno se encuentre en posición de evaluar su importancia, y eso sólo ocurre en retrospectiva. Así pues, todos los detalles son importantes hasta que las circunstancias revelen que son redundantes.

—Sí, mi señor.

—¿Cuál es el segundo punto, Thiel?

Aeonid Thiel titubea un momento antes de contestar.

—En cualquier escala de comportamiento moral mi infracción es punible —contesta el sargento—. Por tanto, no soy un detalle sin importancia de ninguna de las maneras.

—Exacto —le confirma Guilliman.

El primarca se da la vuelta y contempla el alto techo de la cámara. Existe una leve capa de calor que distorsiona el aire que se extiende sobre las jaulas de práctica en las que Thiel se ha ejercitado de forma agotadora a lo largo de las horas anteriores.

—Creo que quizá lo he ofendido —musita Guilliman.

—¿Mi señor?

Guilliman se vuelve de nuevo hacia Thiel y lo mira fijamente con expresión pensativa.

—Hoy es un día de especial importancia. Estamos construyendo una parte de futuro del Imperio con la misma firmeza y seguridad con la que someteríamos a un nuevo sistema estelar. Vamos a reforzar una amistad. Vamos a reparar una debilidad. Es algo político. La brecha entre la XIII y la XVII es una brecha en la línea de combate imperial. Por eso la vamos a cerrar, y más vale que todos nos traguemos el desagrado que eso pueda provocarnos.

Guilliman se acaricia un pómulo con las yemas de los dedos en actitud pensativa.

—El futuro depende de la solidaridad de las legiones. Cuando esa solidaridad es débil, cuando falta, debe ser reparada o impuesta. Y esto que hacemos es algo forzado. Esto es hacer que nos llevemos bien por el bien común.

Thiel decide mantenerse callado.

—Es tan volátil —sigue diciendo Guilliman—. Es tan dado a los extremos. Ansioso por complacer y rápido a la hora de ofenderse. No tiene término medio. Se muestra ávido por ser tu mejor amigo y, de repente, ante la más mínima posibilidad que algo le parezca un insulto, se enfurece contigo. Iracundo. Ofendido. Igual que un niño. Si no fuese mi hermano, sería un engorro político y un estorbo para el gobierno efectivo del Imperio. Sabría qué hacer con él.

—Estoy seguro de que a mí también se me ocurriría algo, mi señor —comenta Thiel, y luego tuerce el gesto en una mueca de arrepentimiento.

—¿Eso era un chiste, sargento?

—Me temo que ha sido un intento muy desafortunado de hacer una broma, mi señor —admite Thiel.

—En realidad, ha sido bastante divertido —le responde Guilliman.

Se da la vuelta para marcharse.

—Quédate aquí. Vendré a verte en su debido momento.

—Sí, mi señor.