[MARCA: -8.11.47]

Guilliman mira a Gage y hace un gesto de asentimiento.

Gage les da la orden a los operadores del litoproyector, y éstos activan el sistema.

El primarca se sube a la placa hololítica cuando comienza a encenderse. Los puestos de control del puente de mando de la nave insignia se alzan a su alrededor igual que bancadas de asientos de un anfiteatro.

Una luz intensa lo rodea.

Se materializan varias figuras, pero ninguna de ellas está ahí en realidad. Han capturado, doblado y manipulado la luz para lograr la ilusión de que lo están. Guilliman sabe que en algún lugar, a millones de kilómetros de donde él se encuentra, otros sistemas de puente de mando han creado una imagen suya a partir de la luz. Aparecerá como una presencia hololítica en las cubiertas litoproyectoras de otras naves, para que lo puedan ver a su vez los augustos comandantes cuyos fantasmas se han revelado ante el primarca.

De uno en concreto.

—¡Mi digno hermano! —exclama Lorgar, quien da un paso adelante para saludar a su hermano.

La simulación es magnífica. Aunque tiene un tono luminoso, la carne y la armadura tienen una solidez y una densidad reales. No hay retraso alguno en el canal de audio, ninguna falta de sincronización entre la boca y la voz. Magnífico.

—No esperaba reunirme contigo de este modo —le dice Lorgar. Le brillan los ojos, de color gris—. Quería hacerlo en persona, para abrazarte. Esto me parece prematuro. Me informaron de tu solicitud de comunicación. No he tenido tiempo de vestirme de un modo más ceremonial…

—Hermano —lo interrumpe Guilliman—. Ya ves que yo también llevo puesta mi armadura de combate habitual. Ya habrá tiempo para saludos personales y una ceremonia con los ropajes adecuados cuando llegues. Según tengo entendido, ya te encuentras a pocas horas de aquí.

—Estamos perdiendo velocidad con rapidez —le confirma Lorgar. Luego mira a alguien que no se encuentra dentro del campo hololítico del puente de mando—. El capitán dice que tardaremos cinco horas.

—Nos reuniremos entonces, tú y tus comandantes, y yo y los míos.

Guilliman mira a los comandantes cuyas imágenes han aparecido junto a la de Lorgar. Todos parecen estar conectados desde naves diferentes. Había olvidado la corpulencia de Argel Tal. La mueca burlona sin labios de Foedral Fell. La curiosidad depredadora de Hol Beloth. El sombrío encorvamiento de Kor Phaeron. La sonrisa carente de toda alegría de Erebus.

—Alguno de vosotros ya estáis aquí —comenta Guilliman.

—Yo lo estoy, mi señor —le confirma Erebus.

—Entonces, nos veremos dentro de poco —contesta Guilliman.

Erebus inclina la cabeza, más como un gesto de aceptación que de asentimiento.

—Mi nave ya está entrando en la órbita —informa Kor Phaeron.

—Bienvenido a Calth —le dice Guilliman.

Los fantasmas luminosos lo saludan.

—He solicitado esta breve reunión para discutir un pequeño asunto técnico. No deseo estropear nuestro reencuentro formal, y tampoco quiero crearle problemas a vuestra flota durante la aproximación y el despliegue.

—¿Un problema? —inquiere Kor Phaeron.

De repente, todos están tensos. Guilliman lo nota a pesar de que sólo están presentes en forma de puñados de luz. Se da cuenta de que cuando aparecieron por primera vez, parecían una manada de perros que entraran al trote a la luz de la hoguera, con los dientes a la vista en unas sonrisas que también eran unos gruñidos alegremente inquisitivos. En estos momentos le parecían unos animales salvajes a los que no debía haber dejado acercarse al fuego.

Los Portadores de la Palabra han librado una serie de guerras brutales de sometimiento en las imprecisas fronteras del Imperio. Han combatido de un modo digno y feroz durante decenios, desde aquel infausto día en Monarchia que cambió para siempre la relación entre la XIII y la XVII. En ellos se nota ahora algo un tanto bárbaro y rudo. No poseen la nobleza pretoriana de los guerreros de Guilliman. Ni siquiera muestran la devoción apasionada de aquellos días en los que estaban tan equivocados. Tienen un aspecto hosco, sombrío, como si ya hubieran visto todo lo que es posible ver y ya estuvieran cansados de ello. Parecen encallecidos. Parece como si les hubieran sacado toda la compasión y todo el arrepentimiento. Parecen capaces de matar sin la menor provocación.

—¿Un problema, mi señor? —repite Argel Tal.

—Un problema con el código máquina —le explica Guilliman—. El Mechanicum ya me ha aconsejado qué hacer al respecto. Existe un problema dañino de código corrupto en la esfera de datos de Calth. Ya nos estamos ocupando de solucionarlo. Quería saber si os habíais dado cuenta de eso, y dar los pasos necesarios en tal caso.

—Todo eso se podría haber resumido con un chorro de datos, mí señor —apunta Foedral Fell.

—Hay un asunto relacionado con eso —le responde Guilliman con un tono de voz comedido—. Seguimos sin conocer la fuente de ese código corrupto. Existe una gran probabilidad de que se trate de un artefacto de datos que se haya traído de forma inadvertida desde el exterior del sistema Calth.

—¿Del exterior? —pregunta Lorgar.

—De otro lugar —le responde Guilliman.

En los ojos de Lorgar aparece una expresión que Guilliman espera no volver a ver jamás. Es dolor y es rabia, pero también es orgullo herido.

Lorgar levanta una mano y la cruza por delante de la garganta en un gesto cortante. Guilliman tarda un instante en darse cuenta de que no se trata de un gesto amenazante, ni de un insulto.

Las imágenes hololíticas de los comandantes y oficiales de su hermano se quedan inmovilizadas. Sólo la imagen de Lorgar se mantiene activa. Da un paso hacia Guilliman.

—He interrumpido sus transmisiones para que podamos hablar directamente. Directamente y con claridad —le dice Lorgar—. Después de todo lo que ha ocurrido entre nosotros y nuestras legiones, después de todo el veneno de estos últimos años, después de todo el esfuerzo de organizar esta campaña a modo de reconciliación… ¿tú primer acto es acusarnos de contaminaros con un código corrupto? ¿De qué? ¿De tener tan poco cuidado en la higiene de datos que hemos infectado tu valioso sistema de datos con alguna clase de virus codificado del exterior?

—Hermano… —empieza a decir Guilliman.

Lorgar señala con un gesto las imágenes inmovilizadas de los fantasmas luminosos que lo rodean.

—¿Cuánta humillación más piensas seguir causándoles a estos hombres? Sólo quieren complacerte. Quieren ganarse el respeto del gran Roboute Guilliman, un respeto del que han carecido en estas últimas décadas. Les importa lo que pienses de ellos.

—Lorgar…

—¡Han venido a demostrar su valía! ¡A demostrar que son merecedores de luchar junto a los majestuosos Ultramarines! ¡Los reyes guerreros de Ultramar! ¡Esta campaña, esta alianza, es una situación llena de honor! Les importa. ¡Les importa mucho! ¡Han esperado años para recuperar esta clase de honor!

—No quería insultar.

—¿De verdad que no? —dice Lorgar, y se echa a reír.

—En absoluto. Hermano Lorgar Aureliano, ¿por qué, de ser así, me habría comunicado contigo de este modo informal? Si hubiera dejado este asunto para mancillar nuestra reunión ceremonial lo podrías haber considerado un insulto. Esto era una conversación privada, entre comandantes de confianza. Sólo eso. Sabes muy bien que el código corrupto se puede desarrollar en cualquier lado e infiltrarse incluso en los sistemas con el mejor mantenimiento. Podría tratarse de nosotros o de vosotros. Podría ser un error de nuestros almacenes de datos, podría tratarse de algún código alienígena que se haya adherido a vuestros sistemas como una rémora desde que salisteis de los planetas exteriores. No se trata de culpar a nadie. Sólo necesitamos estudiar el problema y trabajar juntos para eliminarlo.

Lorgar lo mira fijamente. Guilliman se fija en lo concienzudamente que está cubierta la piel de su hermano de palabras escritas con tinta.

—No hice esto para estropear esta reunión tanto tiempo esperada —insiste Guilliman—. Lo único que intentaba era precisamente impedir que la reunión se estropeara.

Lorgar asiente. Frunce los labios y luego asiente de nuevo. Después sonríe de repente.

—Ya veo.

Asiente una vez más, y la sonrisa aparece y desaparece. Se lleva la palma de la mano a la boca y se echa a reír.

—Ya veo. Entonces, no pasa nada. No debería haberte hablado de ese modo.

—Y yo debería haber sido más prudente —contesta Guilliman—. Me hago una idea de lo que debe de haber parecido.

—No, tienes razón. Es evidente que existe una tensión que debemos superar. Una cierta expectación.

Lorgar lo mira.

—Me pondré a ello. Veremos si podemos rastrear el origen del código y luego nos reuniremos, hermano. Dentro de pocas horas nos reuniremos y todo quedará arreglado.

—Yo también lo deseo —contesta Guilliman—. Lucharemos hombro con hombro, acabaremos con esta amenaza orka que ha localizado nuestro hermano señor de la guerra y la historia se reescribirá para nosotros dos.

—Eso espero.

—Así será, hermano. Si no creyera que la desafortunada herida abierta entre nuestras legiones se puede curar con una tarea común y la compañía de un esfuerzo marcial compartido, no habría aceptado esta tarea. Seremos grandes aliados, Lorgar. Tú y yo, acompañados por nuestras poderosas legiones. Horus quedará complacido y nuestro padre el Emperador sonreirá. Las viejas afrentas se olvidarán.

Lorgar sonríe.

—Quedarán completamente olvidadas. Desaparecerán para siempre —afirma.

—De inmediato —añade Guilliman.