[MARCA: -9.32.40]
Telemechrus se despierta, pero no ha llegado el momento de la guerra.
Le han enseñado muchas cosas, y una de ellas es a controlar su rabia hasta que es necesaria. No es necesaria ahora, por lo que la controla.
Analiza. Explora. Decide.
La decisión que toma es que se encuentra en su sarcófago, y están moviendo el sarcófago para trasladarlo. Algo, quizá un manejo torpe o inexperto de su sarcófago, lo ha despertado.
No ha llegado el momento de la guerra. Esto lo decepciona.
Controla su decepción, tal y como le han enseñado. Controla su rabia. Se da cuenta de que, además, debe controlar su ansiedad. La ansiedad está relacionada con el miedo, y el miedo es una abominación que no ha conocido antes, y está completamente decidido a que no le ocurra. Ante aquello, la ansiedad crece.
Telemechrus pasó su vida como legionario sirviendo en la XIII. Fueron diez años de servicio, desde su construcción genética hasta su muerte en combate, y a lo largo de todo ese tiempo no conoció el miedo. Ninguno en absoluto. A pesar de todo a lo que se había enfrentado, incluso cuando por fin lo alcanzó la muerte, nunca sintió temor.
Durante la primera conversación que tuvo con ellos, después de su muerte, los tecnosacerdotes le dijeron que las cosas cambiarían a partir de entonces. Sus restos mortales, los restos del hermano Gabril Telemach, de la 92.ª Compañía de los Ultramarines, ya no eran viables. Le habían vaporizado demasiadas partes orgánicas como para que pudiera continuar vivo del modo que él conocía. Pero como muestra de respeto a su valor y a su magnífico servicio, y gracias a su compatibilidad, lo iban a honrar. Sus restos mortales iban a constituir el núcleo orgánico de un ser ciberorgánico. Lo iban a convertir en un dreadnought.
Cuando era hombre, un ser de carne y hueso, Gabril había pensado que los dreadnoughts eran entidades antiguas. Eran veteranos, hermanos traídos de vuelta desde el mismo borde de la muerte e instalados en el interior de unas máquinas de guerra indomables. Eran viejos. Algunos tenían un siglo de antigüedad. ¡Algunos llevaban vivos dentro de esas cajas mecánicas desde hacía cien años!
Gabril Telemach no era viejo. Sólo había servido durante una década.
Ahora estaba atrapado para siempre en esta caja.
Los tecnosacerdotes le dijeron que tenían que realizar ciertos ajustes. Ajustes mentales. Lo primero que aceptó fue que todos y cada uno de los dreadnoughts, incluso los más venerables, habían sido nuevos en algún momento. Los dreadnoughts formaban una parte vital de la potencia de combate de la legión, y cada cierto tiempo se perdía alguno en batalla. Así pues, había que construir nuevos dreadnoughts cuando había chasis de combate disponibles y cuando las bajas en batalla proporcionaban donantes orgánicos adecuados y compatibles.
Los tecnosacerdotes también le dijeron que carecería de muchas cosas que su cuerpo orgánico daba por sentado. Para empezar, el sueño. Sólo dormiría cuando lo sumieran en un estado de hibernación en estasis. Experimentaría, o mejor dicho, no experimentaría largos periodos de ese tipo, porque se asegurarían de que durmiera la mayor parte del tiempo. Lo despertarían si llegaba el momento de la guerra y era necesaria su participación.
Los tecnosacerdotes le explicaron que se debía al dolor. Habría dolor, y sería constante. Sus patéticos restos mortales estaban envueltos por una malla ciberorgánica, conectados a una serie de sistemas de fibra electrónica, y todo ello rodeado por un sarcófago blindado. No habría modo alguno de enfrentarse al dolor como había hecho cuando era un hombre, ni mecanismo alguno para controlarlo.
Descubriría por esa misma razón que tendría tendencia a una serie de variaciones emocionales que no había conocido como humano. Probablemente sufriría una propensión a la rabia, a la furia. A pesar del tremendo poder que se le concedería al convertirse en dreadnought, echaría de menos su condición mortal. Se sentiría mal por su muerte, lamentaría las circunstancias en las que se había producido, se obsesionaría con ello y acabaría odiando la vida en aquella fría concha que se le había dado a cambio.
Para evitarle esa amargura, ese dolor, y la rabia, lo alentarían a que permaneciese dormido durante largos periodos de tiempo.
Le comunicaron que probablemente también tendría tendencia a sufrir ataques de miedo, sobre todo al principio. Le explicaron que se debía a su profundo cambio de estado. Su conciencia se había visto arrancada de una escala mortal y lineal, de cualquier marco temporal que fuera capaz de reconocer o comprender. De hecho, había sido arrancada del propio tiempo debido a las prolongadas hibernaciones. El miedo, algo que era un anatema para cualquier marine espacial, no era más que una parte del ajuste que sufría la mente ante aquel destino extremo. Era algo natural. Aprendería a controlarlo, a utilizarlo, lo mismo que la rabia. El miedo acabaría por desvanecerse y no volvería. Sería tan carente de miedo como cuando había sido un legionario.
Llevaría su tiempo. Se producirían una serie de ajustes graduales y cuidadosos en sus hormonas y en sus mezclas bioquímicas. Recibiría sesiones de hipnoterapia y patrones de comportamiento para su aclimatación. Tendría como mentores a otros como él, a los venerables que se habían acabado acostumbrado a su extraño destino.
—No temía a nada cuando era hermano de batalla, aunque pudiera morir. Ahora que me habéis vuelto invencible, ¿me decís que voy a tener miedo? ¿Cómo voy a tenerlo siendo una máquina? No temía a nada antes. ¡No temía a nada cuando era un simple mortal! —les había dicho a los tecnosacerdotes.
—Ésta es la rabia de la que os hablamos —le contestaron—. Os ajustareis. El sueño ayudará. Que comiencen los protocolos de hibernación.
—¡Esperad! ¡Esperad! —les había gritado.
Su mentor es Justarius. Es venerable y todavía hosco. A pesar de su prolongado periodo de vida como dreadnought, no parece haber perdido la amargura de la rabia. Justarius prefiere dormir. Se pone gruñón cuando lo despiertan. En el mejor de los casos, parece mostrar una actitud ambivalente respecto a las preocupaciones de Telemechrus.
—Me llamo Telemach —dice Telemechrus.
—Yo me llamo Justinus Phaedro —le replica Justarius con un gruñido—. Nos vuelven a dar nombres como máquinas. O es que los olvidan. Ya no me acuerdo de cuál de las dos cosas es.
Telemechrus es el último de los dreadnoughts que se han unido a las filas de la XIII. Es de la clase Despreciador. Todavía no ha entrado en combate.
Lo despertaron una vez, durante una resucitación de rutina en las criptas de Macragge. El reloj implantado le indica que lleva dormido dos años. Los tecnosacerdotes le informan de que se ha anunciado una nueva campaña. Lo instalarán en su chasis y lo enviarán a Calth para el despliegue, y luego lo despertarán cuando llegue el momento de la guerra. La guerra será contra los orkos. Telemechrus quiere hacer preguntas, pero lo hacen volver a sus sueños hipnoterapéuticos.
—¡Esperad! —grita.
Telemechrus se despierta, pero no ha llegado el momento de la guerra.
Le han enseñado muchas cosas, y una de ellas es a controlar su rabia hasta que es necesaria. No es necesaria ahora, por lo que la controla.
Analiza. Explora. Decide.
La decisión que toma es que se encuentra en su sarcófago, y están moviendo el sarcófago para trasladarlo. Algo, quizá un manejo torpe o inexperto de su sarcófago, lo ha despertado.
El reloj implantado le indica que han pasado dieciocho semanas desde el despertar de rutina en Macragge. Los sistemas localizadores, que leen las indicaciones noosféricas, le dicen que su sarcófago se encuentra en proceso de transferencia en los muelles orbitales de Calth. El punto de reunión. El lugar donde se organizan todas las fuerzas de combate. Se ha despertado demasiado pronto. Todavía no hay ningún frente de guerra.
Se pregunta por qué se ha despertado. ¿Ha sido por culpa de un traslado torpe? ¿Un cargador que ha sacudido su sarcófago? Justarius, Kloton y Photornis están cerca, en sus propios sarcófagos, y siguen sumidos en el estasis de hibernación.
¿Lo han perturbado físicamente? ¿O quizá alguna clase de anormalidad causada por un código corrupto ha provocado que sus sistemas de cogitación fibrilen?
Telemechrus no lo sabe. Todo esto le resulta nuevo. No hay ningún tecnosacerdote cerca. Quiere que Justarius se despierte de una vez para preguntárselo.
¿Esto es normal? ¿Qué significan esas trazas de código corrupto? Se siente atrapado. Siente ansiedad. Lo siguiente será el miedo.
Se da cuenta de que los sistemas de hibernación intentan devolverlo a la inconsciencia a la que pertenece. Se esfuerzan por evitarle el dolor y la rabia. «No es necesario que os despertéis. Os despertasteis demasiado pronto. No necesitáis estar despierto».
Los tecnosacerdotes se equivocan.
Un dreadnought no teme al dolor.
Es al silencio. Al olvido. Al sueño.
A la imposibilidad de escapar de uno mismo.