[MARCA: -15.02.48]
A Criol Fowst le han entregado un cuchillo, pero el arma demuestra ser muy poco práctica. Prefiere utilizar su pistola. A los oblatos hay que matarlos de un modo rápido y limpio. No hay tiempo para andar tonteando con un cuchillo.
Los oficiales que ha escogido se encuentran fuera del refugio y están animando a los soldados para que canten. El cántico llena el aire. Los han animado a que toquen con violas y qatars, tambores, gaitas, trompas y campanas. Se supone que debe sonar como si estuvieran celebrando algo: la víspera de una batalla, el encuentro con unos aliados honorables, la impaciencia por participar en actos gloriosos, todas esas tonterías. Se supone que debe sonar algo alegre.
Y así es, pero Fowst es capaz de captar el ritmo ritual dentro de aquel cántico ruidoso. Lo oye porque sabe que se encuentra allí dentro. Palabras antiguas. Palabras que ya eran viejas antes de que la humanidad aprendiera a hablar. Palabras poderosas. Se pueden insertar en cualquier ritmo o melodía, incluso en la letra de un himno de batalla del ejército. Funcionan sin importar dónde.
El cántico es ruidoso. Es todo un alboroto. Sólo en ese rincón de los campamentos hay seis mil soldados. Suena con el volumen suficiente para apagar por completo el sonido de los disparos.
Aprieta el gatillo.
La pistola de color gris mate ruge y se le encabrita en la mano después de disparar una bala contra la sien en la que está apoyado el cañón. Salta un chorro de sangre y de tejido que le mancha la chaqueta. El individuo que estaba de rodillas se desploma hacia un lado, como si el peso de su cabeza agujereada lo arrastrase hacia el suelo. En el aire se mezcla un leve tufo a fyceleno, el olor de la sangre pulverizada y el hedor a carne y fluidos quemados.
Fowst baja la mirada hacia el hombre al que acaba de matar y musita una bendición, una plegaria de la clase que se reza por un viajero que se embarca para emprender un viaje largo y difícil. La plegaria casi llega demasiado tarde en esta ocasión: los ojos del muerto ya han comenzado a fundirse.
Fowst hace un gesto de asentimiento y dos de sus oficiales se acercan para arrastrar el cadáver hacia un lado. Los cuerpos de los oblatos ya son siete, y yacen sobre una tela aislante extendida en una de las esquinas.
El siguiente individuo da un paso adelante, con el rostro impertérrito, imperturbable ante el hecho de que su muerte es inminente. Fowst lo abraza y lo besa en la mejilla y en los labios. Luego da un paso atrás.
El hombre, lo mismo que los siete que lo han precedido, sabe lo que debe hacer. Está preparado. Se ha desvestido hasta dejarse puesto sólo la camiseta y los pantalones. Se ha quitado todo lo demás, incluso las botas. La Hermandad del Cuchillo utiliza toda clase de equipo que le suministran o puede conseguir: cotas, armaduras personales, chalecos antibalas, a veces incluso camisas de malla. Siempre disponen de algún abrigo o capa o chaquetón con el que protegerse del mal tiempo, inevitablemente de color gris oscuro o negro. El individuo ya no necesita equipo de combate alguno, por lo que ha entregado el abrigo de buena calidad que usaba, los guantes y la armadura a aquellos que puedan utilizar esas piezas más tarde. Sus armas también. Lleva una botella en la mano.
Es una botella de vidrio azul con un tapón. Su oblación flota en el interior. El individuo que murió justo antes que él utilizó una cantimplora. El anterior, un paquete de hidratación de un botiquín del medicae.
Abre la botella y deja correr el agua a través de los dedos para que el trozo de papel que hay en su interior le caiga en la palma de la mano. En el momento que sale de la suspensión del fluido hidrolítico, en el momento en el que entra en contacto con el aire, comienza a calentarse. Los bordes empiezan a echar humo.
El individuo deja caer la botella, da un par de pasos y se arrodilla delante del aparato comunicador. El teclado ya está listo.
Mira el trozo de papel y tiembla mientras lee los caracteres escritos en él. En uno de los bordes ya se acumulan volutas de humo blanco.
Con mano temblorosa comienza a pulsar las teclas una por una para escribirlos. Es un nombre. Al igual que los siete que se han escrito antes, se puede escribir con letras humanas. Se puede escribir en cualquier sistema de lenguaje, lo mismo que se puede cantar con cualquier melodía.
Criol Fowst es un hombre inteligente. Es uno de los pocos miembros de la hermandad que se ha esforzado de un modo activo para que llegara este momento. Nació y se crió en Terra, en el seno de una familia acaudalada de mercaderes, y continuó el negocio familiar entre las estrellas. Siempre había ansiado algo. En el pasado creyó que se trataba de éxito y de riquezas. Luego creyó que era el conocimiento. Por último, se dio cuenta de que el conocimiento no era más que otro mecanismo para conseguir poder.
Vivía en Marte cuando el Cognitae se fijó en él y lo reclutó. Al menos, eso era lo que ellos creían que habían hecho.
Fowst ya conocía al Cognitae. Había estudiado el tema de las órdenes ocultas, las sociedades secretas, cabalas herméticas de misterios y de conocimientos escondidos. La mayoría eran muy antiguas, de la época de la Era de los Conflictos o incluso anteriores. La mayoría no eran más que mitos, y casi todas las que quedaban las componían charlatanes. Había acudido a Marte en busca de los iluminati, pero resultaron ser una completa invención. Los cognitae, en cambio, sí que existían. Hizo demasiadas preguntas y visitó a los comerciantes de datos buscando obras restringidas. Ese comportamiento hizo que se fijaran en él.
Si el Cognitae fue en el pasado una orden secreta de verdad, aquellos individuos no lo eran. Como mucho, eran un primo bastardo lejano de la verdadera línea de sangre del Cognitae. Sin embargo, sabían cosas que él desconocía, por lo que se conformó con aprender todo lo que pudo de ellos mientras soportaba sus ritos teatrales y sus pomposos rituales de secretismo.
Diez meses más tarde, Fowst compró un pasaje en una nave que se dirigía hacia el borde exterior de la galaxia. Lo hizo en posesión de varios volúmenes de valor incalculable llenos de pensamientos e ideas transgresoras que antes habían sido propiedad de los miembros del Cognitae. No lo persiguieron para intentar recuperar su propiedad porque Fowst se había asegurado de que no fueran capaces de hacerlo. Nadie encontró los cuerpos, ya que los lanzó al interior de un conducto de disipación de calor del reactor de una colmena de Korata Mons.
Fowst se dirigió hacia los sectores restringidos, donde todavía se estaba librando la Gran Cruzada, y se alejó de la seguridad de los sectores que ya estaban sometidos. En concreto, se dirigió hacia los Planetas Sagrados, donde la majestuosa XVII Legión, los Portadores de la Palabra, estaban reclutando con afán ejércitos de voluntarios en los sistemas conquistados.
Se sintió especialmente interesado por los Portadores de la Palabra. Le intrigó la visión tan particular que tenían. Aunque eran una de las dieciocho, una de las Legiones Astartes, y por tanto una parte fundamental de la infraestructura del Imperio, eran los únicos que parecían mostrar algo parecido a un fanatismo espiritual.
Fowst opinaba que la Verdad Imperial era en realidad una mentira. El Palacio de Terra se había esforzado de un modo tenaz en imponer una visión racional y pragmática de la galaxia, pero hasta el más estúpido era capaz de ver que el Emperador confiaba en ciertos aspectos de la realidad que eran claramente irracionales. Por ejemplo, en aquellos con dones mentales. En el empíreo. Sólo los Portadores de la Palabra parecían aceptar que todo eso era algo más que una serie de anomalías útiles. Eran las pruebas de la existencia de un misterio mayor, pero del que se negaba esa misma existencia. Eran pruebas de alguna clase de realidad trascendente más allá de esta realidad, quizá de una divinidad. Todas las Legiones Astartes poseían una fe inquebrantable, pero sólo los Portadores de la Palabra habían puesto su fe en lo divino. Adoraban al Emperador como un aspecto de un poder mayor.
Fowst estaba completamente de acuerdo con ellos en todo salvo en un detalle. El universo albergaba seres que merecían ser adorados y reverenciados. Lo que ocurría simplemente era que el Emperador, a pesar de todas sus capacidades, no se merecía esa adoración.
Fue en Zwanan, en el Velo de Aquare, un planeta santo todavía humeante por la campaña de sometimiento de los Portadores de la Palabra, donde Fowst se unió a la Hermandad del Cuchillo y comenzó a servir al primarca de la XVII.
Era un individuo capacitado. Había recibido una formación académica esmerada en Terra. No era un pagano procedente de un mundo atrasado al que motivaba un fanatismo primitivo. Ascendió con rapidez en el escalafón, desde el grado de soldado hasta llegar a ser suboficial, para luego ser nombrado supervisor y, finalmente, oficial de confianza. El nombre para ese cargo era majir. Su mentor y superior era un legionario de los Portadores de la Palabra llamado Arune Xen, y gracias a él, Fwost se había visto honrado al ser recibido en varias audiencias privadas por Argel Tal de los Gal Vorbak. Había asistido a diversas ceremonias, donde había escuchado los discursos de Argel Tal.
Fue Xen quien le entregó su cuchillo ritual. Es un athame bendecido por los apóstoles oscuros. Es el objeto más hermoso que jamás ha poseído. Cuando lo empuña, unos dioses bastardos e ilegítimos le susurran desde las sombras.
La Hermandad del Cuchillo no tiene este nombre porque prefiera utilizar esa arma en combate. No se trata de un nombre literal. En el dialecto de los Planetas Sagrados, la hermandad se llama Ushmetar Kaul, el «filo aguzado con el que se puede cortar la falsa realidad para dejar a la vista al dios».
Fowst se ha distraído durante unos momentos. El oblato ha terminado de teclear el octavo nombre. El trozo de papel le arde en la mano. De entre los dedos le caen trozos de carne humeante. Se estremece mientras se esfuerza por no gritar. Los ojos se le han quemado dentro de las cuencas oculares. Fowst vuelve a la realidad. Alza la pistola para acabar con su sufrimiento, pero el cargador está vacío. Arroja la pistola a un lado y utiliza el athame que el hermano de batalla Xen le regaló.
Es un fin más pringoso.
Ya hay ocho nombres en el sistema. Ocho nombres enviados al flujo de datos del sistema de comunicaciones imperial. Ningún filtro ni ninguna barrera noosférica los bloqueará o los borrará, ya que sólo se componen de caracteres normales. No son un código tóxico. No son datos virales. Sin embargo, una vez se encuentren en el sistema, y sobre todo, mando hayan sido leídos y absorbidos por la noosfera del Mechanicum, crecerán. Se convertirán en lo que son. Dejarán de ser combinaciones de letras y se convertirán en significados.
Cáusticos. Contagiosos. Indelebles.
Son ocho en total. El número sagrado. El Octeto.
Y puede haber más. Ocho veces ocho veces ocho veces óctuplo…
El majir Fowst se aparta mientras se limpia la sangre de la cara y le da la bienvenida con un beso al siguiente hombre que se acerca al aparato comunicador.