[MARCA: -19.12.36]
El Holophusikon. Resulta que sí que es un triángulo, igual que el icono.
Es una pirámide. En realidad, se trata de una pirámide que se alza sobre otras tres pirámides de menor tamaño que soportan la base de la pirámide grande. La han construido con ashlar pulido y con mármol amarillento. Ventanus se fija en que se trata de un edificio impresionante, tanto en tamaño como en diseño.
Incluso es posible que sea bello. No está seguro. No es un experto en este tipo de apreciaciones.
El edificio ya es visible desde una distancia de diez kilómetros. La autovía de Erud pasa al lado y se conecta a la red propia de carreteras que posee el Holophusikon y la ciudad creada por los edificios de servicio y las guarniciones. Ciudad Numinus se recorta con claridad en el horizonte formando un perfil reluciente.
El Holophusikon es inmenso, majestuoso, y se alza en el espacio abierto de las llanuras. Aunque a su alrededor se extiende un amplio conjunto urbano de edificios, sigue manteniendo un aspecto nuevo, como si acabaran de construirlo y simplemente esperara a que una ciudad surgiera a su alrededor.
O como si lo hubieran expulsado a un exilio en aquella región agreste a modo de castigo.
La lluvia ha dejado de caer durante un breve período de tiempo. El viento sopla con más fuerza ahora. La luz se refleja con intensidad en las paredes que las pirámides tienen orientadas hacia el sol. Las demás se encuentran envueltas en sombras. De ese modo, su geometría perfecta queda resaltada.
Los caminos de acceso son avenidas engalanadas con estandartes que se agitan y chasquean al viento. Los mástiles son dorados, el tejido bordado en oro, todo ello iluminado por las grandes farolas. Los estandartes muestran los símbolos heráldicos de los Quinientos Mundos de Ultramar, de Terra, del Imperio, de la XIII. Ventanus no ha visto tantos estandartes juntos en el mismo lugar desde la última vez que contempló las pictografías del Triunfo de Ullanor.
También se ven jardines. Son muy verdes. Los canales de irrigación han traído el agua desde el río Boros hasta estas llanuras áridas para crear un oasis. Las superficies de los estanques brillan. Los sistemas de hidratación llenan el aire de un vapor húmedo. Se forman arco iris en miniatura. Las palmeras asienten.
—Reduce la velocidad —ordena Ventanus.
Avanzan bajo los estandartes chasqueantes y luego atraviesan una fresca oscuridad cuando pasan por debajo de un enorme arco antes de adentrarse en un patio interior. Allí ven una gigantesca escalinata semejante a la avenida de entrada de un templo. De las paredes del recinto interior cuelgan más estandartes. Hay más vehículos en el lugar, y un buen número de personas empequeñecidas por la inmensidad del patio. Unas escaleras mecánicas con peldaños de ceramita fluyen en silencio a ambos lados de la escalinata principal.
Bajan del vehículo. El aerodeslizador se bambolea en el aire como un pequeño bote cuando el peso de ambos abandona el interior. Unos servidores con librea se aproximan para encargarse del vehículo.
Ventanas comienza a subir la escalera, con su sargento siguiéndole de cerca. Abre los sellos del casco y se lo quita. Luego respira el aire sin filtrar y nota el calor y la luz en la cara.
—El Holophusikon —dice Selaton.
—Un museo universal —responde Ventanus.
—Entiendo la palabra.
Ventanas tiene muy poca paciencia, o interés, respecto a lugares como éste. Está dispuesto a admitir que se trata de un defecto de carácter.
Llegan a la parte superior de la enorme escalinata. A un ser humano normal, incluso alguien en unas condiciones físicas excelentes, le faltaría el aliento al terminar aquella subida bajo el sol. Ellos incluso han acelerado el paso al final.
Una plataforma de mármol y una entrada amplia. Al otro lado se extiende un espacio aireado de piedra, iluminado por los rayos del sol que entran por unas rendijas en el techo. Es un lugar fresco. Se oye el eco de unas voces murmurantes.
Ventanas atraviesa la ancha entrada. Es una forma rectangular, muy amplia. Parece una enorme rendija. El borde superior de la abertura tiene una longitud de treinta metros.
Hay unos pocos visitantes más, unos pequeños grupos de figuras en aquel vasto espacio interior. Ventanas se queda sorprendido por el tamaño de aquel lugar, por el sonido vacío y hueco. En las paredes de aquella enorme cámara se ven los nichos, los podios, los plintos y las vitrinas. Supone que son piezas de exposición. Es ahí donde se encuentran los visitantes. ¿Para qué construir un recinto tan grande y luego colocar las pocas piezas de exposición separadas entre sí y en las paredes?
—¿Qué se supone que es esto? —le pregunta Selaton.
—No voy a fingir que conozco el arte de la conservación —le contesta Ventanus.
Se le acercan más sirvientes con librea.
—¿Cómo podemos ayudaros, mi señor? —le pregunta uno.
—Ventanus, capitán, 4.ª Compañía, Primer Capítulo, XIII —le contesta Ventanus—. Busco a… —ha memorizado los nombres— los senescales Arbute, Darial y Eterwin. En realidad, cualquier funcionario municipal de rango superior entre cuyas tareas se encuentre la administración del espaciopuerto.
—Todos ellos se encuentran en este edificio —le contesta el sirviente.
Es evidente que le están suministrando información por detrás de los ojos mediante alguna clase de sistema de datos conectado directamente a la retina. Ventanus se da cuenta por el aspecto levemente vidrioso que toman sus ojos cuando desenfoca la vista para verificar los nombres.
—¿Puedes traerlos? —le pide Ventanus.
—Todos ellos se encuentran reunidos esta tarde —le explica el sirviente—. ¿Es urgente?
Ventanas escoge con mucho cuidado su siguiente palabra. No es tanto la palabra en sí como la pausa antes de pronunciarla, una pausa que dice «llevo puesta una armadura de combate, estoy armado y estoy haciendo todo lo posible para ser amable».
—Sí —le responde.
Los sirvientes se alejan con paso presuroso.
Los ultramarines se quedan esperando.
—Señor, ¿ése no es? —empieza a decir Selaton.
—Lo es —lo interrumpe Ventanus.
El capitán se dirige hacia la figura lejana que ambos han reconocido. La figura está arrodillada delante de los zócalos de exposición. Los asistentes esperan desde una distancia respetuosa a que termine.
La figura arrodillada ve a Ventanus y se pone en pie. Las articulaciones y los motores de su armadura zumban. Es más alto que Ventanus, y más ancho de hombros. La mayor parte de su armadura forjada por artesanos está decorada con alas doradas, leones y águilas. Se apoya en una espada ancha que tiene la altura de un ser humano normal.
—Mi señor paladín —lo saluda Ventanus.
—Capitán Ventanus —le contesta el gigante.
No hace saludo formal alguno, le entrega la enorme espada a uno sus asistentes y rodea la mano envuelta en acero de Ventanus con las suyas.
Ventanus se siente halagado de que alguien tan venerado lo salude de esa manera.
—¿Para qué ha venido? —le pregunta el gigante—. Creí que te encargabas de la organización de Erud.
—Estáis bien informado, tetrarca —admite Ventanus.
—La información es victoria, hermano —le contesta el tretrarca, y luego se echa a reír.
Ventanus le explica la tarea que le han encomendado, la misión diplomática.
El tetrarca lo escucha. Se llama Eikos Lamiad. Su rango es el de tetrarca, y también el de paladín del primarca. Los cuatro tetrarcas representan los cuatro mundos principales que dirigen los feudos de Ultramar bajo la autoridad de Macragge: Saramanth, Konor, Occluda e Iax. El feudo de Lamiad es Konor, el mundo forja. Los tetrarcas son los cuatro príncipes de Ultramar y gobiernan los Quinientos Mundos. En la escala jerárquica se encuentran sólo por debajo de Guilliman, y por debajo de ellos están los señores de capítulo y los señores planetarios.
—Conozco a los senescales. Puedo presentártelos —se ofrece Lamiad.
—Os estaría muy agradecido, mi señor. Se trata de un asunto de cierta urgencia —le explica Ventanus.
La mitad de la cara de Eikos, la parte derecha, es de una belleza heroica. La otra mitad es una semimáscara de porcelana pálida incorporada a su carne sin que haya separación visible entre ambos materiales, y forma una estimación aproximada y elegante de la parte del rostro que le falta. El ojo izquierdo es un artefacto de pupila dorada que gira y rota sobre sí mismo igual que un instrumento óptico antiguo.
Lamiad fue herido de gravedad durante la defensa de Bathor. Varios proyectiles de un cañón aullador shuriken le destrozaron parte del cráneo y buena parte del cuerpo, pero los ancianos adoradores del Mechanicum de las forjas de Konor lo reconstruyeron como muestra de respeto a sus largos años de servicio y su buen gobierno de ese planeta.
Se dice que habría acabado acoplado en el interior del caparazón de un dreadnought sino hubiera sido por los cuidados de esos ancianos.
—¿Te gusta el Holophusikon, Ventanus? —inquiere el poderoso paladín.
Su séquito de servidores, portadores, asistentes y hermanos de batalla se mantienen en un silencio estoico. Todos ellos van vestidos con ropajes ceremoniales muy ornamentados.
—¿Si me gusta, mi señor?
—Bueno, ¿te ha resultado interesante?
—La verdad es que no me he fijado mucho, mi señor.
—Noto ciertas reservas al respecto, Remus.
—¿Puedo hablar con franqueza? —le pregunta Ventanus.
—Hazlo.
—Mi señor, he estado en muchos mundos, tanto imperiales como ajenos al Imperio. Creo que he perdido la cuenta de los depósitos de toda la sabiduría de la galaxia con los que me he encontrado. Cada planeta, cada cultura, posee su gran biblioteca, su archivo de conocimientos maravillosos, su almacén de datos, su tesoro oculto de sapiencia, su cofre con todos los secretos. Al final, ¿cuántos archivos de todo el conocimiento universal pueden existir al mismo tiempo?
—Pareces algo hastiado, Remus.
—Os pido disculpas.
—La tarea de archivar todos los elementos culturales es importante, Remus.
—La información es la victoria, mi señor.
—Así es —confirma Lamiad—. Debemos almacenar todos nuestros conocimientos. Durante la Gran Cruzada también hemos aprendido muchísimo al aprehender los archivos de datos de las culturas sometidas.
—Comprendo que…
Lamiad alzó la mano, pero es un gesto suave.
—Remus, no era una reprimenda. Aunque reconozco la importancia de una recopilación cuidadosa de datos, también estoy cansado del exagerado tono reverencial con el que se habla en todos sitios de éste. Ah, vaya, ¿qué dices, otro santuario sagrado de los secretos más secretos? Por favor, cuéntame qué secretos puede albergar que no conozca ya por los miles de criptas como ésta que he visitado.
Ambos se echan a reír.
—¿Sabes lo que me gusta de este lugar, Remus?
—No, mi señor. ¿El qué?
—Que está vacío —le responde Lamiad.
El Holophusikon fue encargado treinta años antes, durante el desarrollo de Ciudad Numinus. El edificio tiene menos años que ellos, menos que sus años de servicio. Las obras de construcción terminaron hace muy poco. Los cuidadores del museo han comenzado hace muy poco a llevar al lugar objetos y datos para almacenarlos y exponerlos.
—Normalmente son muy antiguos, ¿verdad? —comenta Lamiad—. Son polvorientas tumbas de información, cerradas y protegidas durante siglos con llaves y claves especiales, con rituales concretos para poder entrar y todos esos tediosos misterios. Lo que me gusta de este lugar es lo vacío que está. Su intención. En realidad, es una proposición, Remus. Es un gran proyecto que mira hacia delante, no hacia atrás. Está abierto, y preparado para recibir el futuro de la humanidad. Algún día será un museo universal, y quizá se alce, junto a las bibliotecas de Terra, como uno de los mayores depósitos de conocimiento de todo el Imperio. De momento es una ambición construida en piedra. Una declaración deliberada de nuestra intención de establecer una cultura poderosa y sofisticada, y de mantenerla, registrarla y medirla.
—Es un museo del futuro —dice Ventanus.
—Bien dicho. Un museo del futuro. De momento, eso es lo que es.
—¿Y por eso habéis venido aquí? —le pregunta el capitán.
Lamiad le señala con un gesto la pieza expuesta que estaba contemplando cuando Ventanus llegó. Dentro de un campo de suspensión estéril se encuentra la esquina estabilizada de un estandarte casi destruido por el fuego. El calor corporal activa una placa hololítica que informa sobre los detalles del origen de la pieza.
Se trata de parte de un estandarte que Lamiad enarboló en Bathor. Aquella pieza, una del primer centenar de objetos escogidos, lo honra tanto a él como a sus logros, y conmemora aquella gran batalla.
—Tengo planeadas varias misiones que me mantendrán alejado de Ultramar durante al menos diez años —le comenta Lamiad—. Me pareció que debía venir a verlo antes de embarcar. Verlo con mis propios ojos. —Se vuelve hacia Ventanus—. Bueno, con mi ojo orgánico y con el que el Mechanicum me fabricó.
Hablan durante un rato sobre la reunión y la organización de las tropas y la campaña que se avecina. Ninguno de los dos menciona a la XVII. Luego, Lamiad cambia de tema.
—Dicen que Calth será nombrado planeta principal dentro de poco. Se está desarrollando con rapidez, y sus puntos fuertes son más que evidentes. Los astilleros, las manufactorías… Su estatus no tardará en ser elevado de rango, y tendrá el mando de un feudo propio.
—No me sorprendería nada —asiente Ventanus.
—También tendrá su propio tetrarca —añade Lamiad—. Tendrá que tenerlo. Al ser un planeta principal, se verá obligado a designar un gobernador militar y a reclutar a un paladín y a una guardia de honor del paladín para acompañar al primarca.
—Sin duda.
—Se habla de Aethon, de la 19.ª, como posible candidato al puesto.
—Aethon es un buen candidato —admite Ventanus.
—Hay otro cuantos en los que están pensando también. Según me ha dicho nuestro amado primarca, existe un cierto arte en la elección de un tetrarca.
—Y ya no puede ser un tetrarca, ¿verdad? —apunta Ventanus—. Quizá todos acabarán convertidos en quintarcas una vez haya cinco en vez de cuatro.
Lamiad se echa a reír de nuevo.
—Quizá se inventen un término nuevo, Remus. Uno que no tenga que referirse a un número concreto. Calth no será el último, simplemente será el siguiente. Ultramar crece. Cuando nos reunamos en el futuro y llenemos este Holophusikon, seremos más de Quinientos Mundos y más de cinco feudos. Al igual que el vacío de estas estancias, debemos estar preparados para aceptar los cambios y las expansiones que se producirán.
Se da la vuelta. Unos individuos vestidos con unas largas túnicas de color verde claro se dirigen hacia ellos seguidos por varios asistentes.
—Aquí vienen los senescales —le avisa el paladín del primarca—. Deja que te los presente para que puedas acabar cuanto antes con este asunto.