[MARCA: -20.44.50]

Las gotas de lluvia cruzan de repente en el aire seco igual que si fueran proyectiles de bólter. Explotan como cristales negros contra la parte delantera del aerodeslizador que Selaton pilota a toda velocidad por la autopista de Erud.

Todo es polvo: una tierra reseca cubierta de polvo, el metal envuelto en una capa de polvo, una neblina provocada por el paso de los transportes, los aerodeslizadores y el resto del tráfico. El paisaje llano es pálido y está iluminado con una luz intensa. El cielo ha tomado un curioso color oscuro, opaco. Ventanus, sentado en el asiento del pasajero del aerodeslizador blindado, ve la lejana línea de colinas cubiertas de verde.

Desde el sur está llegando una tremenda tormenta. Las transmisiones ya hablan de un auténtico lodazal gigante en Caren.

Ventanus está convencido de que Erud no tardará mucho tiempo en convertirse en otro lodazal. El ambiente es muy extraño. El cielo está muy negro, pero la tierra está muy iluminada. Las gotas de lluvia se asemejan a cuentas de cristal, a lágrimas. Estallan a su alrededor, contra su armadura, contra toda la superficie del aerodeslizador. Las largas manchas de color negro cruzan la capa de polvo blanco que ha acabado cubriendo todas las superficies a lo largo del día.

Las gotas de lluvia impactan contra el suelo polvoriento, contra la autopista, contra el arcén desigual, creando millones de diminutas heridas punzantes, pequeños cráteres negros, pequeñas explosiones blancas. Mucho más lejos, las pequeñas líneas plateadas de los relámpagos brillan entre las nubes bajas, igual que vetas de un mineral relucientes incrustadas en carbón.

Selaton pilota de un modo insensato. El aerodeslizador es un robusto vehículo biplaza con armas montadas en la proa. El blindaje de color azul cobalto está cubierto de polvo y marcado por las melladuras y los golpes sufridos por el uso. La cabina está abierta. Las placas gravitatorias lo mantienen alejado del suelo, y la planta impulsora está sobrepotenciada para que sea capaz de hacer avanzar con mayor facilidad toda aquella masa blindada.

Se trata de un vehículo ligero de reconocimiento con la capacidad ofensiva suficiente como para abrirse paso y escapar de cualquier problema. Ventanus lo ha requerido para utilizarlo como transporte personal.

Y Selaton lo pilota de un modo insensato.

Lo ha acelerado prácticamente a la máxima velocidad horizontal y deja atrás una tremenda estela blanca de polvo a lo largo de la lis y recta autovía. La lluvia intenta humedecer el polvo para hacerlo volver al suelo, pero es demasiado espeso. La pantalla del rastreador de navegación que se encuentra a la izquierda de la posición del piloto, muestra una ruta parpadeante. La pantalla es de cristal blindado y la cubre una protección contra el desgaste. El aerodeslizador es un vehículo con el metal al descubierto en la mayor parte de las junturas.

Se supone que el icono parpadeante de la pantalla iluminada son ellos. La línea intermitente es la autovía. En la parte inferior de la pantalla hay una mancha, que es el puesto de Erud. Sobre la parte superior de la mancha se ve un icono triangular.

Un punto rojo que indica peligro aparece sobre la línea intermitente por delante del icono.

—Baja la velocidad —ordena Ventanus por el comunicador del casco.

—¿Voy demasiado deprisa? —le pregunta Selaton con un regocijo evidente en la voz.

Ventanas ni siquiera lo mira, y se limita a dar un par de golpecitos en la pantalla del rastreador de navegación.

Selaton la mira, ve lo que ocurre, y de inmediato reduce la velocidad. Se acercan a la retaguardia de un convoy de tropas. A pesar de haber frenado, se meten en la estela de polvo que levanta la columna en movimiento.

Selaton se desvía hacia un lado, cruza el centro de la autovía y comienza a adelantar a la columna. Los pesados transportes de tropas, los grandes vehículos de carga, las piezas de artillería motorizada, los transportes de tanques, todos cargados. Cada uno de aquellos voluminosos vehículos pasa velozmente a su lado y se queda atrás, y distingue durante un segundo a cada uno cuando los adelanta bajo la extraña luz, en un aire que está a la vez seco por el polvo y húmedo por la lluvia. Camión de tropas. Desaparece. Camión de tropas. Desaparece. Camión de tropas. Desaparece. Un coro de vítores y gritos procedente de un transporte cargado de soldados del ejército que los saludan con la mano al pasar.

Llegan a la altura de la artillería autopropulsada, que también pasa a toda velocidad, con los cañones apuntando hacia el cielo, como si lo olisquearan. Diez, veinte, treinta vehículos. La puñetera columna mide cuarenta kilómetros de longitud. Tanques superpesados Shadowsword y Minotaur. Nuevos blindados de la clase Infernus y transportes de tropas regimentales.

Ventanas contempla las gotas de lluvia, negras por el hollín, que recorren la parte delantera del vehículo en un constante trémolo.

Ha tenido que dejar a Sydance al mando en Erud, aunque también ha dejado a una serie de sargentos fiables con él, como Archo, Ankrion y Barkha, para apoyarlo. Tiene que resolver algo con los senescales de Numinus. Algo de política local. A Ventanus le disgusta la política local, pero la orden procede directamente del estado mayor del primarca. Ciertos problemas en el puerto, los plazos de carga. Diplomacia.

Ventanus sabe muy bien lo que debe hacer con un bólter.

Esto no es más que otro asunto sin importancia para enseñarles las otras habilidades que necesitarán en una etapa posterior de su vida. Cortesía, gestión eficaz, autoridad. Básicamente, todo lo que no tiene que ver con un bólter. Todo aquello es claramente obra de Guilliman.

Es la clase de asunto que Ventanus preferiría resolver con una rápida orden impartida por el comunicador, pero le han dicho que debe encargarse en persona. Así pues, ha desperdiciado cuarenta minutos en un viaje hasta el puerto para descubrir que los senescales a los que tenía que ver no estaban allí, y después otra hora viajando por la autovía de Erud para llegar a… ¿dónde era?

El Holophusikon. Holophusikon.

Ventanas no es estúpido. Sabe lo que significa esa palabra. Lo único que ocurre es que no sabe lo que es.

Un icono triangular en una pantalla de navegación.

Selaton hace un ruido. Suena como un murmullo de sorpresa. Está impresionado por algo.

Reduce todavía más la velocidad.

Se están acercando a un grupo de titanes. Son máquinas gigantescas que marchan en fila por la autovía en dirección al puerto.

Caminan con paso lento. Son inmensos. Varios vagones artillados de exploración y los aerodeslizadores de los skitarii provistos de luces de emergencia los rodean a la altura de los pies y hacen señales a Ventanus para que se aleje al pasar.

Avanzan bajo la sombra caminante de los titanes. Sombra, luz solar, sombra, luz solar. Cada sombra es una oscuridad semejante a la del submundo. Los gigantes están cubiertos de polvo. Tienen un aspecto cansado, parecido al de unos prisioneros metálicos destartalados, unos convictos enormes que caminaran con pasos cansados hacia la prisión militar.

O hacia el cadalso.

La extraña e intensa luz del sol se refleja en sus superficies y en los ventanales de las cabinas de control. Un resplandor en el ojo. Una mirada asesina. Son gigantes antiguos que han resistido a lo largo de todas las guerras y que marchan de un modo obediente hacia la siguiente.

Ventanas no puede evitar alzar la mirada para contemplarlos mientras pasa a su lado. Hasta él se siente impresionado. Cuarenta y siete titanes. Le llega el retumbar tectónico de sus pasos incluso por encima del aullido de los motores del aerodeslizador.

Los de mayor tamaño llenan la autovía. Una columna de vehículos de abastecimiento que viene en dirección opuesta se ha visto obligada a detenerse en el arcén y a esperar hasta que pasen. Los agentes no dejan de mover los bastones de mando y las linternas.

Selaton se ha desviado para apartarse con cierta prisa. Ahora adelanta a una serie de transportes inmoviles, así que se desvía aún más. Cruza la separación entre carriles de la autovía, el arcén, la alcantarilla lateral, y se sale de la ruta principal para avanzar por el terreno cubierto de hierba que se extiende al otro lado, donde acelera y levanta una estela de polvo grisáceo. Aumenta la potencia de los elementos antigravitatorios y el vehículo se eleva otros cincuenta centímetros para alejarse del suelo y disponer de un margen de seguridad más amplio. Por último, acelera de nuevo y vira. Los impulsores del deslizador aúllan. Avanzan en paralelo a la autovía.

Ventanas mira hacia atrás.

Tiene la impresión de que uno o dos de los titanes giran sus inmensas cabezas para mirarlos con un aspecto desdeñoso y gruñón. ¿Quién va en ese diminuto aerodeslizador a toda velocidad? ¿Por qué están tan impacientes?

¿Adónde van con tanta prisa?