[MARCA: -25.15.19]

Su transporte se ha visto retrasado. Han dicho algo sobre una tormenta que estaba azotando la provincia de Caren. El cielo oriental ha tomado un color malva, parecido a un moratón.

El sargento Hellock les dice que se echen un rato y que esperen a que los llamen. El transporte se ha retrasado, pero no tanto como para que puede permitir al soldado Bale Rane salir del campamento para ir a ver a su chica.

—Siguen vigentes las órdenes de espera, sin excepciones —declara el sargento. Luego se ablanda un poco—. Lo siento, Rane. Sé que lo esperabas.

Bale Rane se sienta y apoya la espalda en un contenedor de carga. Empieza a pensar que va a pasar el resto de la vida viendo la cara del sargento Hellock, y que jamás volverá a ver a Neve.

No puede estar más equivocado.

—¿Están cantando? —pregunta Krank.

Rane se pone en pie.

—Están cantando —le confirma.

Lo oye con claridad. A unos doscientos metros de ellos, al otro lado de una valla perimetral, se extiende uno de los campamentos ocupados por las unidades del ejército que han llegado con la XVII. Tienen un aspecto desharrapado. Son la clase de vagabundos procedentes de mundos de la periferia que uno se espera acudan acompañando a los fanáticos de los Portadores de la Palabra. El sargento Hellock lanzó una tremenda serie de comentarios críticos mientras desembarcaban, unas críticas que abarcaban tanto el estado de los uniformes, la falta de una formación estricta al desembarcar, el mantenimiento del equipo y la escasa disciplina al marchar.

—Es vergonzoso —comenta Hellock antes de encenderse un pitillo de lho mientras contempla cómo descienden de los transportes de tropas—. No parecen más que unos cabrones haraganes. Me recuerdan a esos cazadores retrasados de uno de esos mundos perdidos en el culo de la galaxia.

Lo cierto es que los soldados procedentes de otro mundo no tienen un aspecto muy prometedor. Su aspecto es calamitoso. Muestran una apariencia un tanto salvaje, como si los hubieran privado de algo esencial durante demasiado tiempo. Están muy delgados y tienen la piel pálida. Se asemejan a plantas que hubieran permanecido sin luz en una cueva. Parecen unos paganos impíos.

—Justo lo que necesitamos —declara Hellock—. Unidades auxiliares de mierda.

Están cantando, formando un coro de voces. No es un sonido atractivo ni agradable. Es atonal. De hecho, resulta bastante desagradable.

—Eso tiene que dejar de sonar —declara el sargento.

Aplasta la colilla del pitillo de lho bajo el tacón de la bota y cruza la explanada para tener una charla con el comandante de la otra unidad. El cántico lo inquieta.