[MARCA: -61.25.22]

Los diferentes señores de capítulo esperan a su primarca. Lo ven a través de los cristales blindados teñidos desde donde se encuentran, en la antecámara. Está sentado igual que una estatua conmemoratoria en una capilla por lo demás vacía. De vez en cuando ven que mueve la mano cuando realiza una anotación con la pluma antigua en la placa que flota en el aire cerca de él. El compartimento, el compartimento de Guilliman, es un lugar austero y de aspecto severo. Los suelos son de planchas de acero y las paredes están cubiertas por costillares de vigas de adamantium. La pared más lejana es una superficie de cristalflex a través de a cual se puede ver el espacio orbital. Las estrellas titilan. Del mundo radiante que se extiende a los pies del compartimento llega un brillo que atraviesa la oscuridad.

Marius Gage es el primer señor, el comandante del Primer Capítulo. Todavía no están todos. Hasta ese momento han llegado doce, y eso de por sí ya constituye toda una reunión. Para cuando acabe el día, serán veinte.

La XIII Legión, la más numerosa de todas la Legiones Astartes, está dividida en capítulos, un vestigio conservado procedentes de las antiguas estructuras regimentales de los guerreros del trueno. Cada capítulo está formado por diez compañías. La unidad básica de actuación es la compañía, compuesta por mil legionarios, más las unidades de apoyo, todo ello bajo el mando de un capitán veterano. Gage ha oído al primarca comentar muchas veces que una compañía era más que suficiente para cumplir la mayoría de las misiones. Existe una máxima muy popular entre los guerreros de la XIII. Quizá se trata de un dicho fanfarrón y arrogante, y existen ciertos oponentes, como los eldars y los pielesverdes, a los que no se le puede aplicar, pero este aforismo alberga una estimación cercana a la realidad: «Para tomar un pueblo, envía un legionario; para tomar una ciudad, envía una escuadra; para tomar un planeta, envía una compañía; para tomar una civilización, envía un capítulo».

Hoy en Calth, veinte de los veinticinco capítulos de la XIII se reunirán para comenzar una campaña. Doscientas compañías. Doscientos mil legionarios. El resto permanecerá como guarnición a lo largo de los diferentes puestos de los Quinientos Mundos de Ultramar.

Semejante reunión de tropas tiene precedentes, pero se trata de algo muy poco común. La XIII no se ha concentrado de esa manera para una misión desde los primeros tiempos de la Gran Cruzada.

Y a esa fuerza de combate hay que añadirle el equivalente a cinco compañías de la XVII Legión, los Portadores de la Palabra.

El exceso de potencia de combate es casi de risa. ¿Qué pensaba el nuevo señor de la guerra que guardaban en la recámara los pielesverdes de Ghaslakh?

—Espero —empieza a decir Kaen Atreus, señor del Sexto Capítulo—. Espero que lo que reventemos sea el corazón del mayor nido de pielesverdes de todo el espacio conocido —declara en voz alta.

—¿Es que tienes ganas de encontrarte con problemas? —le pregunta Gage con un tono de voz divertido.

—Comentario 56.XXI —dice Vared, de la 11.ª—. «Nunca desees el peligro. Al peligro no le hace falta ayuda alguna. No existe nada parecido a un destino al que haya que tentar, y la moral de la tropa jamás mejora mediante una búsqueda ansiosa del combate».

Atreus suelta un bufido.

—Preferiría tentar un poco al destino que perder mi tiempo para mayor gloria de otros —declara.

—¿En que otros está pensando? —le pregunta Gage.

Atreus los mira. Una cicatriz le cruza la cara desde la parte superior del ojo izquierdo hasta la comisura de la boca. Cuando sonríe, es un acto de sigilo.

—Esta campaña se ha planificado para conseguir dos objetivos, y ninguno de ellos es militar —dice—. Tenemos que proporcionar un poco de lustre a la reputación de torpes de los Portadores de la Palabra gracias a las operaciones combinadas, y también debemos demostrar la autoridad que posee Horus al lanzar al combate a veinte capítulos enteros por un simple capricho.

—¿Eso es una valoración teórica o práctica, Atreus? —le pregunta Banzor, y todos los señores de capítulo se echan a reír.

—Ya has visto los informes tácticos. No podemos tomar en serio a los pielesverdes de Ghaslakh. Algunos incluso dudan de que ni siquiera hayan llegado hasta Golsoria. Su capacidad de amenaza se ha exagerado, y mucho. Yo mismo podría llevarme una simple compañía de la reserva y sería capaz de aplastarlos en menos de una semana. Todo esto no es más que una glorificación y una demostración de autoridad. Todo esto no es más que Horus hinchando el pecho y dando órdenes.

Se oyen unos cuantos murmullos, muchos mostrándose de acuerdo.

—Horus Lupercal —dice Marius Gage.

—¿Qué? —pregunta Atreus.

—Horus Lupercal —repite Gage—. O primarca Horus, o señor de la guerra. Puede que no lo consideres más digno de ese rango que nuestro propio primarca, pero el Emperador sí, y ha sido a él a quien ha nombrado señor de la guerra. Incluso cuando hablemos de un modo informal, cuando hablemos entre nosotros, hablarás de él con respeto. Atreus, es el señor de la guerra, nuestro señor de la guerra, y si él dice que marchemos al combate, marcharemos al combate.

Atreus se envara, pero luego hace un gesto de asentimiento.

—Pido disculpas.

Gage responde con otro gesto de asentimiento, y luego mira a su alrededor. Ya son catorce señores de capítulo los que están allí reunidos. Se vuelve hacia las puertas.

Se abren. Los pistones hidráulicos situados bajo el suelo de la cubierta las separan.

—Entrad —les ordena Guilliman—. Veo que comenzáis a inquietaros ahí fuera.

Entran todos, con Gage a la cabeza. Sus séquitos y los veteranos se quedan en la antecámara.

Guilliman no levante la mirada. Efectúa otra anotación con su estilo. Las pantallas hololíticas situadas a su izquierda siguen desgranando página tras página de datos sin que nadie las mire. Ahora que todos están en el compartimento, la vista que se extiende al otro lado del cristalflex es todavía más espectacular. A los pies del grupo se extiende el enorme casco reluciente de la nave insignia bajo la luz estelar a lo largo de toda la superficie. La nave se llama Honor de Macragge. Son veintiséis kilómetros de ceramita pulida y de blindaje de acero. La flanquean, inmóviles en sus puntos de anclaje laterales, dieciocho barcazas de la flota, cada una de ellas del tamaño de una ciudad, y todas relucen igual que espadas de color azul plateado. En los puentes superiores, fijados mediante anclajes gravitatorios como si fueran lunas, se ven los centelleantes transportes de tropas, los cargueros, los navíos del Mechanicum, los cruceros, los cruceros pesados y los acorazados. Los huecos existentes entre ellos están plagados de naves más pequeñas y el tráfico de las lanzaderas, que zigzaguean a través de los amarraderos y los muelles.

Debajo de ellos, los trasladadores de carga suben contenedores repletos de suministros desde las plataformas orbitales. Se asemejan a hormigas cortadoras de hojas, o a escorpiones que cargan con unas presas enormes en sus pinzas.

Debajo de todo eso, una fragata efectúa una serie de prueba en los motores atracada en un espigón orbital.

Todavía más abajo, Calth brilla con tonos blancos y azulados bajo el reflejo de la luz solar. Dentro del propio brillo se distinguen algunos centelleos. Son lanzaderas procedentes de la superficie que destellan bajo el sol.

Gage carraspea.

—No queríamos molestaros, mi señor, pero…

—… todavía hay mucho por hacer —remata la frase el primarca. Mira a su primer señor de capítulo—. No he dejado de fijarme en el flujo de datos, Marius. ¿Es que crees que no los he visto?

Gage sonríe.

—No lo he dudado en ningún momento, mi señor.

Un centenar de tareas de forma simultánea. La capacidad multitarea del primarca es sencillamente asombrosa.

—Sólo queríamos estar seguros de que os habíais fijado en todos los detalle —le dice Empion, del Noveno.

Es el más joven de todos ellos. El recién llegado. Gage oculta una sonrisa. El pobre insensato todavía no ha aprendido a no subestimar al primarca.

—Creo que sí, Empion —le responde Guilliman.

—La Samotracia

—Necesita más revisiones de los motores —lo interrumpe Guilliman—. Ya le he dicho al señor del astillero Kulak que envíe servidores desde el espigón orbital 1123. Sí, Empion, lo he visto. He visto que la Mlatus tiene una sobrecarga de más de ocho mil doscientas toneladas, y he sugerido que los capataces de los muelles reasignen al 41.º de Espandor a la Ascenso Elevado. La reunión de tropas de la provincia de Erud lleva un retraso de seis minutos respecto a la planificación, así que Ventanus necesita que el senescal Arbute eleve el ritmo de entrega en Puerto Numinus. Esos seis minutos se alargarán a lo largo de los próximos dos días. Kolophraxis todavía tiene que poner en estado operativo a su nave. La provincia de Caren va adelantada sobre su horario de planificación, así que habría que felicitar al capitán Taerone de la 135.ª. Sin embargo, dudo que haya tenido en cuenta la tormenta que está prevista para esta tarde, así que hay que avisarlo de que las condiciones del terreno empeorarán. Y hablando de la 135.ª, uno de sus sargentos, Thiel, viene hacia aquí. Está marcado para recibir una reprobación. Mandádmelo en cuanto llegue.

—Se trata de un asunto disciplinario que puede solucionarse a nivel de capítulo, mi señor —le contesta Antoli. El Decimotercer Capítulo es el suyo, y debería ser él quien se encargara.

—Mandádmelo en cuanto llegue —se limita a repetir Guilliman.

Antoli mira de reojo a Gage.

—Por supuesto, mi señor.

Guilliman se pone en pie y mira al señor del Decimotercer Capítulo.

—Antoli, sólo quiero hablar con él. Y sí, Marius, de nuevo estoy gestionando ciertos asuntos de un nivel inferior. No me lo tengas en cuenta. Gestionar el embarque de todo un ejército es una ocupación precisa pero tediosa, y me gustaría un poco de entretenimiento.

Los señores de capítulo sonríen.

—¿Algún mensaje de nuestros invitados? —pregunta Guilliman.

—La flota del primarca Lorgar está efectuando la traslación al sistema desde esta medianoche, hora de Calth —le contesta Gage—. Los primeros destacamentos ya se están organizando. Según tenemos entendido, el primarca está cruzando el terminador del sistema y se acerca a una elevada velocidad de espacio real.

—Entonces, ¿a unas dieciséis horas de aquí?

—Unas dieciséis horas y media —le confirma Gage.

—Estaba redondeando hacia abajo, como suele hacer el ejército —comenta Guilliman.

Sus guerreros se echan a reír. El primarca mira a través de la pared de cristalflex. Entre las hileras de naves estelares que relucen igual que espadas pulidas ya se ven varios grupos dispersos de naves de un color más oscuro, semejantes a espadas manchadas de sangre que esperan ser limpiadas.

Son las primeras naves de combate de Lorgar, que atracan y maniobran en busca de sus huecos en las hileras de los elementos de la flota.

—Hemos recibido mensajes de llegada de los capitanes y los comandantes que han arribado al puerto —le informa Gage—. Erebus ha solicitado una reunión con vos cuando os sea posible.

—Puede esperar un poco —responde Guilliman—. Es un individuo bastante deplorable. Preferiría que los tuviéramos que soportar a todos de golpe.

Todos se echan a reír.

—Ese tipo de indiscreciones sólo se pueden permitir en este grupo —les recuerda Guilliman—. Esta campaña se ha organizado para demostrar la eficiencia de esta nueva era. Está pensada por completo para glorificar a mi hermano Horus y reforzar su autoridad.

Guilliman mira a Atreus, que sonríe, y a Gage, que aparta la mirada.

—Sí, Marius, os estaba escuchando. Y te diré una cosa: Atreus tiene razón. Todo esto es pompa y espectáculo, y básicamente se trata de una pérdida de tiempo. También te diré, sin embargo, que Horus es el señor de la guerra. Se merece esa glorificación y su autoridad necesita ese refuerzo. Marius también está en lo cierto, Atreus. Hablarás del señor de la guerra con respeto en todo momento.

—Como ordenéis, mi primarca.

—Un último asunto —dice Guilliman—. Se ha producido una interrupción en un mensaje hace seis minutos y medio. Tengo los detalles anotados. Probablemente se ha debido a una distorsión provocada por una llamarada solar, pero que alguien lo compruebe, por favor. Aunque parezca increíble, parecía que estaban cantando.