[MARCA: -109.08.22]

Remus Ventanus, capitán de la 4.ª Compañía, tiene el mando del reclutamiento y la organización de las tropas en la provincia de Erud. Se supone que se trata de un puesto de honor, pero a él no se lo parece.

A él le parece un trabajo de oficina. Le parece una tarea propia para un burócrata o un administrador. Le parece que el primarca le está dando otra valiosa lección sobre las responsabilidades que implican su condición de ser sobrehumano: la de aprender a enorgullecerse de la tarea de gobernar tanto como la de librar guerras. De ser un dirigente además de un líder.

Remus Ventanus lo entiende muy bien. Cuando acabe la guerra, y terminará acabando, cuando ya no queden más enemigos que matar ni más planetas que conquistar, ¿qué harán entonces los sobrehumanos que han levantado el Imperio?

¿Jubilarse?

¿Consumirse y morir?

¿Convertirse en un engorro vergonzoso? ¿Un recordatorio sangriento de antiguos días salvajes, cuando los humanos necesitaban a los sobrehumanos para forjar un imperio en el que vivir? La guerra es aceptable cuando se trata de una herramienta necesaria para la supervivencia. Cuando ya no es necesaria, el mismo hecho de que alguna vez lo hubiera sido se convierte en algo casi imposible de aceptar.

—Ésa es la tremenda ironía de las Legiones Astartes —había dicho Guilliman a sus capitanes y comandantes tan sólo una semana antes—. Han sido creadas para matar y así conseguir una victoria que traerá la paz, una paz de la que no podrán formar parte.

—¿Un fallo conceptual? —le había preguntado Gage.

—Una carga necesaria —sugirió Sydance—. Os construiré un templo, aunque no podré mostrar mi devoción por él.

Guilliman había meneado la cabeza en un gesto negativo dirigido a los dos.

—Mi padre no comete errores de semejante magnitud —les había contestado—. Los marines espaciales sobresalen en el arte de la guerra porque fueron diseñados para sobresalir en todo aquello que hacen. Cada uno de vosotros se convertirá en un dirigente, en un gobernante, en el señor del mundo que se os asigne, y puesto que ya no habrá más combates que librar, centrareis todas vuestras capacidades sobrehumanas en las tareas de gobierno y de la cultura.

Remus Ventanus sabe que su primarca cree en todo aquello de un modo sincero. Duda que primarcas como Angron o como Russ contemplen la perspectiva de una paz futura con tanto optimismo.

—¿Por qué estáis sonriendo? —le pregunta Selaton, que se encuentra a su lado.

Remus mira a su sargento.

—¿Estaba sonriendo?

—Estabais mirando la placa de datos y sonriendo, señor. Me preguntaba qué tendría de divertido una lista de carga de ochenta vehículos blindados superpesados.

—Muy poco —admitió Remus.

Al otro lado de la portilla de observación, las gigantescas máquinas de carga metían tanques de cuatrocientas toneladas en el vientre de las naves de transporte.