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Aeonid Thiel, ultramarine al que se ha condenado a sufrir un castigo disciplinario y una reprobación, sube a bordo del Stormbird de color azul y dorado que se encuentra en una pista de aterrizaje situada a dos mil kilómetros al sur de Ciudad Numinus. El sol, una estrella llamada Veridia, es un punto de color perla en el cielo pálido. Thiel ha oído decir que se trata de una estrella muy hermosa. Una estrella muy hermosa y un planeta magnífico.
Ante él se extienden las tierras bajas de Dera Caren, el distrito de manufactorías y cadenas de ensamblaje, todo ello de un color metalizado mate bajo la luz del sol. Los edificios, de aspecto limpio, sencillo y funcional, dejan escapar volutas de vapor blanco al cielo despejado a través de los conductos de escape giratorios y las chimeneas de ciclo. Entre las diferentes avenidas de finalización se han conservado zonas boscosas, donde los destacamentos de operarios pueden descansar y relacionarse entre los diferentes turnos de trabajo.
Hacia el oeste, con aspecto de ser un fantasma brumoso que flotara a baja altura, uno de los astilleros orbitales se alza por encima del horizonte. Thiel sabe que existen otros ocho. Calth no tardará en rivalizar con Macragge en capacidad productiva industrial, quizá dentro de dos o tres décadas más. Ya se habla del proyecto de una placa supraorbital. Al igual que Terra, que dispone de varias placas supraorbitales. Los planetas principales del Imperio poseen placas de ese tipo. Calth se unirá al grupo formado por Macragge, Saramanth, Konor, Iax y Occluda y será uno de los planetas principales del sector de Ultramar, y entre todos gobernarán una amplia franja del Segmentum Ultima. Calth se convertirá en uno de los puntos de anclaje de la civilización que se está creando.
Calth es el ejemplo perfecto de la recompensa que habían conseguido tras siglos de guerra.
Ésa es la razón por la que Calth no debe caer. Por su condición de planeta que forma parte de los dominios de Ultramar, no debe caer. Por su capacidad como planeta astillero y planeta forja, no debe caer.
Han recibido informes de inteligencia procedentes de Horus. Se ha identificado una amenaza teórica. Thiel considera que debe ser algo más que simplemente «teórica» si el agrupamiento de fuerzas de combate ha llegado hasta ese punto, a menos que el nuevo señor de la guerra esté impaciente por demostrar su autoridad. Movilizar a toda a XIII Legión, la de mayor tamaño de todas las legiones, es un esfuerzo de guerra bastante peculiar, y hacen falta pelotas para ordenarlo. Para decirle cómo debe cumplir su deber a Roboute Guilliman, el primarca que menos tiene que demostrar a nadie, hacen falta pelotas de adamantium. Para sugerir que Guilliman quizá necesitará ayuda…
Horus es un gran personaje. A Thiel no le avergüenza admitirlo. Lo ha visto, ha combatido junto a él, lo ha admirado. Su nombramiento como señor de la guerra tiene sentido y es lógico. Las posibilidades de elección estaban limitadas a tres o cuatro primarcas como máximo, por mucho que los demás se engañaran a sí mismos sobre su propio potencial para ello. ¿Alguien de ser capaz de convertirse en la personificación del Emperador, de ser su representante? Sólo podían serlo Horus, Guilliman y Sanguinius, y quizá Dorn. Cualquier otra reivindicación sobre el derecho a ser el señor de la guerra era un autoengaño. Incluso limitados a cuatro primarcas, Dorn era demasiado draconiano, y Sanguinius demasiado etéreo. Sólo podían ser Horus o Guilliman. Horus siempre había mostrado pasión, carisma. Guilliman era más pragmático, más retraído. Quizá fue eso lo que inclinó la balanza. También lo hizo, quizá, el hecho de que Guilliman ya tuviera una responsabilidad propia: un imperio a medio construir. Ultramar, con su propia administración, con su población, con su cultura. Guilliman ya había ido más allá de su condición de caudillo guerrero, mientras que Horus seguía siendo un exterminador de planetas y un sojuzgador de adversarios.
Quizá el señor de la guerra Horus es consciente de esta disparidad, que en el momento de su elección triunfante se ha visto superado por un hermano que ya ni siquiera desea el honor de ser nombrado señor de la guerra. Quizá por eso Horus necesita ejercer su autoridad y dar órdenes a la XIII Legión. Quizá por eso los ha agrupado con la XVII, una legión con la que jamás se han sentido a gusto.
O quizá el nuevo señor de la guerra es mucho más creativo que todo lo anterior, y ve la operación como una oportunidad para que la chusma de Lorgar consiga un poco de la gloria de Guilliman al asociarse con su legión y seguir su ejemplo.
Aeonid Thiel, ultramarine, ha expresado esos pensamientos en voz alta.
Ése no es el motivo por el que está condenado a sufrir un castigo disciplinario y una reprobación.