La lucha por la herencia era una de las aficiones favoritas de las gentes de la tierra a juzgar por la experiencia de Mariana; a tal punto llegaba la afición que las partes podían llegar a emplear en la contienda años y años de su vida en los que desarrollaban toda clase de tácticas tan complejas como el alma humana. Mariana había llegado a considerar la posibilidad de que la mayor fuente de satisfacción en estos enfrentamientos no fuera conseguir un botín mayor sino, ante todo y sobre todo, fastidiar al contrario. Y si al fastidiar al contrario uno se perjudicaba también a sí mismo, eso se consideraba el colmo del refinamiento y la satisfacción. Lo que en definitiva se ventilaba, de ser cierta su suposición, no era tanto el objeto de la herencia en cuestión, cuanto la libre suelta de rencores acumulados que podían datar desde la venida al mundo de cada uno de los litigantes. La última semana había sido pródiga en denuncias relacionadas con este aspecto de la relación humana interfamiliar.

—La verdad es que tú no pareces de esta tierra —le había dicho Mariana a Rafael— porque no creo que haya habido caso más simple que el tuyo con la herencia de tu tío. Porque había unos sobrinos segundos por ahí, ¿no?

—Los que se decían sobrinos se fueron por donde vinieron —le contestó él sin darle importancia al asunto.

—Dos no se pelean si uno no quiere, ¿no es así?

—Yo más bien diría que dos no se pelean sino que uno pone en su debido sitio al otro.

—Ah —había respondido Mariana, un tanto sorprendida.

Quizá por esa razón, Mariana pensó en hablar con Teodoro. Desde que Carmen pusiera el asunto Castro en movimiento, no dejó de rondarle como una sombra al caso la imagen de aquellos sobrinos lejanos venidos a husmear y vueltos a su procedencia de un día para otro sin decir palabra ni despedirse de nadie. Rafael, como tenía por costumbre, había obviado el interés de Mariana por el procedimiento de ignorar el hecho y la pregunta de ella. Este modo de hacer coincidía con la desaparición de los primos y eso le llamaba la atención. Cuando algo no le interesaba a Rafael actuaba siempre y con toda naturalidad como si ese algo no existiera. No le interesaba verlo y no lo veía. Una cualidad —pensaba Mariana— buena para manejarte a tu antojo por la vida, pero la realidad es tozuda y cuando se empeña en llevarte la contraria te arrastra por mitad de la corriente.

Teodoro era uno de esos hombres que se llevan bien con todo el mundo, pero a los que incomodan sobremanera las preguntas. A él lo que le gustaba era constatar, colaborar y callar. Su vida de relación, por esto mismo, era tan superficial como placentera. De manera que cuando Mariana le citó para hacerle unas cuantas preguntas acerca de su anterior amistad con Rafael Castro, se puso en guardia, pero no se negó a visitarla.

—Es curioso —había empezado por preguntarle ella— que habiendo estado casi un año juntos nunca des la impresión de conocerle; como si se te hubieran borrado de la memoria todos esos días en los que tú lo ayudabas a él y no sólo en el negocio de su tío, sino saliendo juntos e incluso adelantándole dinero, según me han informado.

—El dinero siempre me lo devolvió —dijo Teodoro por toda respuesta.

—Pero os llevabais bien, erais buenos amigos —dijo Mariana, que no estaba dispuesta a rendirse a las primeras de cambio.

—Sí, bien —respondió Teodoro—, como con otros.

Mariana afiló su siguiente pregunta.

—¿Os teníais confianza? ¿Os tratabais por igual, de tú a tú?

—Bueno… —Teodoro vaciló un instante—. Él tenía su carácter.

—Quieres decir que era dominante.

—Era un poco presuntuoso, sí, pero nada más.

—Es raro —dijo Mariana.

Se produjo un silencio entre ambos que Mariana sostuvo.

—¿Por qué raro? —dijo al fin Teodoro.

—Porque él no tenía un duro, o contaba que no lo tenía, y tú le financiabas de vez en cuando, por decirlo así. Lo lógico hubiera sido que él se ahormase contigo, no al revés.

—Bueno, cada uno es cada uno —respondió Teodoro, en cuya voz había empezado a asomar un mínimo recelo.

—Y luego, de golpe, se acaba la relación.

—No, de golpe no. Nos fuimos distanciando.

—Pero la distancia tuvo que ver con Vanessa —Teodoro hizo un movimiento involuntario de defensa y Mariana pensó que había pisado terreno peligroso.

—Perdona, yo no quiero meterme en las relaciones íntimas —se apresuró a decir.

—Yo tampoco en las de otros —contestó Teodoro con un levísimo temblor en la voz.

Esta vez la campanilla de alarma sonó dentro de Mariana. En realidad Teo no había dicho nada en concreto; quizá fuera ella misma la que, respecto de cierto asunto, podía pasarse de susceptible y, por último, no era concebible que un tipo tan discreto como Teodoro estuviese en posesión de información maledicente y aún menos que decidiera utilizarla, pero su contestación tuvo el efecto de aclarar en algo el interrogatorio y desviar la conversación del cauce por el que se había metido.

—Todo esto que te pregunto —Mariana había decidido tomar el control de la situación— es porque he conocido al famoso Rafael que trae a Carmen por la calle de la amargura y, en efecto, me ha dado la impresión de que es un tipo resuelto y mandón. E incluso algo altanero para proceder de donde procede y me preguntaba, y por eso quería confirmarlo contigo, si también era así cuando no tenía nada, al revés que ahora.

—Yo no creo que él haya cambiado mucho —dijo Teodoro por toda respuesta.

—Así que genio y figura… —comentó ella.

—Sí, puede que sí; yo sólo lo traté cuando vino aquí y no sé nada de antes.

—¿No te contó nada?

—No, nada.

—Es raro, saliendo a menudo de copas…

Se produjo un nuevo silencio. Teodoro no miraba al frente, a la Juez, sino que contestaba como de lado a partir del momento en que ella mencionó a Vanessa. Mariana pensó que quería decir algo y que no se atrevía y también que cada vez se encontraba más incómodo. Lo hubiera atribuido a su carácter, pero en su actitud había algo más que, por el momento, no alcanzaba a vislumbrar. Decidió estar alerta.

—Ahora —empezó a decir ella— se codea con la gente bien de la capital. De hecho lo conocí en una cena bastante selecta.

—Eso dicen —dijo Teodoro.

—Pero no es fácil, tú eres de aquí y lo debes saber bien; no es fácil entrar en ciertos círculos sólo porque se tiene dinero; eso es muy importante, pero hay que acompañarlo de algo más. De hecho, a la hermana de Carmen, por ejemplo, la tenemos casada con un constructor que está haciendo una fortuna y, sin embargo, no creo que lo vayan a admitir en círculos como los que frecuenta Rafael —«qué tramposa eres», comentó para sus adentros.

—¿Por qué le interesa a usted Rafael? —preguntó de pronto, como si se librara de un peso, Teodoro.

La pregunta le recorrió el espinazo a Mariana, que se obligó a rehacerse en décimas de segundo.

—Por Carmen, naturalmente. La veo, no sé si te lo parecerá a ti, demasiado obsesionada con este asunto; es como si lo considerara con una gravedad que yo no encuentro por ningún lado. Por cierto, que por eso me he permitido antes hacer una alusión a Vanessa y aprovecho para pedirte excusas si te ha molestado. La verdad es que me preocupa que Carmen se encele con este asunto y pierda la perspectiva, ¿sabes? —se preguntaba si Teodoro habría advertido su agitación, pero ahora ya se dominaba por completo—. Y… y estoy tratando de ver si hay algo, si asoma algo en Rafael que pueda justificar la inquina de Carmen, ¿me entiendes? Es que no sé qué pensar…

—Pues no lo piense —dijo Teodoro.

El aire huidizo de Teodoro se había convertido en una fuga tácita de la conversación al fondo de la cual se albergaba una sombra vaga, una especie de resentimiento, de reproche, quizá un rencor aún no apagado a causa de la pregunta que le había hecho acerca del robo de la novia por parte de Rafael que él había cortado en seco: quizá ese corte era justamente lo que le había puesto a la defensiva; porque Teo podía ser hombre de pocas palabras, pero no emitía ninguna clase de agresividad; era uno de esos tipos, había pensado Mariana alguna vez, que jamás tendrá una pelea en un bar, salvo que se interponga por un amigo, porque no molesta a nadie, no genera agresividad alguna.

—En fin, Teo, no te molesto más. Gracias por todo y perdona si te ofendí antes con mi pregunta.

—No tiene importancia —volvía a ser el Teo de siempre, quizá el alivio al dar por terminada la conversación lo relajara. Mariana le vio alejarse y se quedó meditando. Estaba en su despacho; le había pedido a Teodoro que se diera una vuelta por el Juzgado aprovechando que tenía que pasar por Villamayor. La culpa de todo la tenía Rafael. Había descubierto repentinamente el enorme vacío que había en su historia personal; un vacío o un espacio cerrado que no había forma de penetrar, lo cual la llenaba de incertidumbre.