—¡Mariana! ¿Estás en casa?
—…
—Agárrate fuerte y escucha: sé cómo se cometió el crimen.
—…
—¿Cuál crimen va a ser? ¡El del viejo Castro!
Teodoro llegaba en ese momento a su altura y, mientras la alejaba de la puerta del Arucas, le hizo señas de que bajara la voz.
—Que sí, Mar, que está todo claro, que ya estamos reabriendo la instrucción del caso. Te lo advertí.
—…
—Ahora no te lo puedo contar aquí en medio de la calle porque tengo a Teo encima diciéndome que me calle, que me van a oír, pero yo…
—…
—¿Yo debajo? Muy graciosa, Mar, muy graciosa. Te estoy hablando en serio. Mira: vamos para allá y te lo cuento. Nada, me da lo mismo lo que estés haciendo. Ahora mismo cogemos el coche. Pero te adelanto; ¿sabes cómo lo mató?: porque no tenía olfato, Mar, es increíble. No pudo oler el gas. El pobre se murió sin enterarse mientras el otro dejaba abiertos los quemadores. Sin enterarse un carajo. Es increíble.