Las farolas se encendieron de pronto. Aún quedaba luz y el contraste dibujó una zona ambigua que empalidecía el aire. Mariana y Carmen dejaron pasar unos minutos en silencio, mirando a su alrededor, terminando sus consumiciones. La noche estaba cerca.
—Bueno —dijo Carmen de pronto—. Hablando de todo… ¿adónde vas esta noche? Porque estás hecha un pincel.
—Nada. Tengo una cena que organiza Sonsoles. Nada especial.
—Con lo que a ti te gusta el fin de semana tranquilo y te vas a la capital de juerga. Vaya, vaya. Aquí hay gato encerrado.
—Aquí hay una amiga, que es Sonsoles, que da una cena. No te creas que me ilusiona mucho eso de andar de noche por la carretera, pero, en fin…
—¿Y no hay nadie más por medio? —preguntó Carmen con picardía.
—Siento defraudarte —contestó Mariana.
Carmen seguía luciendo su pelo corto rojo llama y Mariana se preguntó qué tal habría caído el cambio en el Juzgado de San Pedro.
—Si quería traer conmigo a Teo para que hablase contigo era por que te comentase algo que me comentó a mí. Sí —dijo adelantándose al ademán de protesta de Mariana—, ya sé que he sido descuidada y que este asunto me trae de cabeza, pero además es que tenía necesidad de transmitírtelo. En fin, te lo digo en dos minutos. Teo estuvo junto a Rafael Castro con el tío en vida y luego, una vez muerto éste, a sus órdenes durante un año o por ahí. Cuando Rafael heredó, Teo se convirtió por unos meses en su mano derecha: el que se ocupaba de negociar las tierras, el que contrató a los constructores del chalet que se hizo, el que lo acompañaba de un lado a otro para sus gestiones variadas, contactos… Se hicieron amigos, como te digo, cuando Rafael estaba viviendo con el tío; echaba manos y solían salir por las noches del fin de semana. Ya sabes lo que es la parranda, así que Teo ha oído decir muchas cosas a Rafael. Y me dijo que ni borracho se iba de la lengua un pelo más de lo que quería irse, que era muy calculador, que es de los que no dan puntada sin hilo y que odiaba a su tío, pero esperaba heredarlo.
—Y lo consiguió.
—Sí, lo consiguió. Sin embargo, no era el destinatario inicial de la herencia porque para su tío era un perfecto desconocido y, a pesar de su grado de parentesco más cercano, otros sobrinos en segundo grado, hijos de un primo, creo, estaban mencionados en el testamento. Y se las arregló para que el tío se lo dejara todo a él sin más explicaciones. ¿No te parece raro?
—Lo normal de raro. Primero: era su pariente más cercano; segundo: vino a trabajarse la herencia y la consiguió.
—Ya, pero… ¿por qué no apareció un testamento a su favor?
—No te entiendo.
—Pues es muy fácil de entender. Si el viejo era soltero y había anulado el testamento y Rafael era su pariente más directo, la herencia habría sido suya sin más. Bueno, puede que esos sobrinos segundos hubieran importunado un poco para ver si les caía algo si hubiera hecho nuevo testamento… pero sin testamento el heredero legal era él.
—No sé qué decirte. ¿Y si pensaba hacer otro reparto?
—¿Y por qué no lo hizo? Rafael era heredero universal salvo indicación en contrario. Reconoce que es raro. ¿Qué pensaba el viejo? ¿Cuál era el anterior testamento? ¿Les dejaba todo a los sobrinos? ¿Sólo una parte? ¿Y el resto? A mí me parece que al viejo le daría un ataque si se le iba la mitad de lo ahorrado en impuestos.
—Mira, Carmen, llevo vistos tales líos de herencia sólo aquí y en estos últimos años que no me extraña ni lo más mínimo que lo haya dejado en el aire aunque lo probable es que acariciara la idea de proveer a su sobrino, dilatara la decisión por pura desconfianza y, en ésas, le pilló la muerte. Por lo que me dices, no parecía ser persona fácil de enredar. Un verdadero avaro, Carmen, no cae en la redes de un sobrino recién aparecido. Yo me imagino que el hombre se vio solo, se encontró con alguien que respondía a sus necesidades y lo acompañaba, pero decidió aplazar la decisión a convertirlo en heredero hasta poner las cosas en claro, ver cómo se desenvolvían las cosas; al fin y al cabo, el otro no necesitaba testamento para heredar, así que lo normal era esperar. De haber querido hacer testamento habría sido para lo contrario, para privarle de algo; o de todo si las cosas no funcionaban como él quería; o para hacer un reparto que lo incluyera a él. Por lo oído, creo que era persona saludable. Lo raro de verdad —reflexionó— es que anulase el testamento anterior porque eso convertía automáticamente a Rafael en heredero universal.
—No se entiende. ¿Te parece razonable que en tan poco tiempo de trato anulase el testamento? No llegó a convivir con Rafael ni un año, Mar. Ni un año. Lo raro de verdad es que se diera tanta prisa en anular un testamento, no que lo anulase. Además: ¿quién o quiénes eran los beneficiarios antes de Rafael?
—Sería un avaro atípico —dijo Mariana, que deseaba terminar con la conversación.
—En fin, Mar, ya conocerás algún día a Rafael Castro y ese día sólo quiero que te fijes en sus ojos. Es muy simpático, ¿sabes?, y siempre parece estar pendiente de ti, muy educado y todo eso, pero —continuó con aire misterioso— a veces se le va la mirada. Sí, es como un relámpago, pero cuando lo ves no lo olvidas nunca porque en ese momento tan pequeño lo que sus ojos dejan ver es la maldad. Es un hombre que lleva el Mal dentro de él, Mar, te lo digo yo. Lo esconde como el doctor Jekyll escondía a mister Hyde, ¿te acuerdas, no?, y no asoma sólo porque se escape esa mirada por unas copas de más, por ejemplo; no, se manifiesta en cualquier momento, como si tuviera descuidos repentinos, como si en realidad su alma siguiera viviendo en el mundo del Mal porque pertenece a él y la imagen suya que vemos en este mundo fuese un fingimiento constante e imposible de mantener sin traicionarse en algún gesto. Ese hombre es una encarnación del Mal, por eso ha matado para hacerse con la herencia de su tío y sabe Dios cuántas cosas más. Teo también cree que hay algo malo en él, algo que la gente no ve, pero que quien ha estado a su lado durante un año sí ha tenido ocasión de ver. Nadie puede fingir ser otro sin un descuido. La convivencia destapa esos descuidos y Teo los percibió. No es que les diera importancia, claro, porque es un hombre más bien tranquilo y muy buena gente, pero yo le he apretado un poco y entonces ha empezado a caer en la cuenta de detalles, de…
—Es decir, que le has influenciado.
—De eso nada, le he sacado a la luz cosas que él tenía en sombra.
—Carmen, no me vengas con ésas que te conozco…
—Está bien, ya veo que, por ahora, contigo es imposible. Pero la que tiene un pie en el alero es mi sobrina y yo no voy a dejar las cosas como están.
La luz del atardecer se esfumó. Las dos amigas se levantaron y se fueron caminando hasta el lugar donde Carmen había aparcado el coche. Teodoro esperaba apoyado en el capó. Mariana se despidió de él cortésmente y de su amiga con un largo abrazo.
—Y que no te aburras mucho esta noche —le dijo Carmen con toda intención—, que yo también he convivido contigo y sé por qué te arreglas cuando te arreglas.
—¿Es que voy mal a diario? —preguntó divertida Mariana.
—Tú ya me entiendes —respondió Carmen.