Después de la cena y de recoger someramente la cocina, las dos amigas se acomodaron en la sala de estar. Mariana colocó en el reproductor de compactos un disco de Marin Marais y luego sirvió un orujo a Carmen y a sí misma un whisky con hielo.

—A ver si te gusta esta música para endulzar una conversación estable y relajada —dijo pulsando la tecla de inicio—. ¿De acuerdo?

—Eso quiere decir que no ves las cosas como yo las veo —dijo Carmen—. Lo que te conté.

—Pues… tengo que decirte que no hay sombra de duda sobre la versión oficial de los hechos; por lo menos en el sumario.

—No puedo creerlo, de verdad.

—Verdad o mentira, así es.

—Y ¿qué vamos a hacer, Mar?

—¿Tú qué propones? En el Juzgado no hay más información.

Carmen se quedó un rato meditando mientras daba vueltas a su pequeño vaso en la mano, mirándolo. Luego habló con decisión.

—Verás: yo creo que debemos ser nosotras quienes busquemos la información. Si en el Juzgado no hay más, la buscaremos fuera.

Mariana la miró con una sonrisa cariñosa y escéptica a la vez.

—¿Tú y yo? Carmen: te recuerdo que yo soy Juez aquí y tú la Secretaria del Juzgado de San Pedro. No tenemos el día para nosotras y, además, no me parece muy prudente, debido a nuestros respectivos cargos, andar por ahí interrogando a la gente acerca de un asunto que, como se sepa que nos interesa, va a levantar una polvareda que no necesito describirte.

—Nadie tiene por qué saber lo que estamos buscando.

—¿Nadie? Carmen, ¿en qué mundo vives? Te recuerdo que tú fuiste la primera en advertirme acerca de la manera más o menos sinuosa que tiene la gente por aquí de enterarse de lo que pasa alrededor. En cuanto interroguemos, aunque sea con toda la apariencia de casualidad, a la primera persona que decidamos interrogar, ésta habrá transmitido la noticia a la segunda de la lista antes de que nos podamos sentar a hablar con ella. No te hagas ilusiones: no habrá anonimato.

—Yo no me resigno, Mar.

—Nadie te pide que te resignes.

—¡Pero algo tenemos que hacer!

—Carmen: ése es un problema de índole familiar, no un asunto penal. No ha salido, por decirlo así, de la jurisdicción familiar y creo que no saldrá nunca. Lo que a ti te importa es tu sobrina y ése es un asunto que tendréis que resolver por dentro. Fuera sólo hay una sospecha bastante infundada y mediatizada por tu parte respecto a un hipotético crimen que no lo parece en absoluto según se recoge en el sumario. Si crees que puedes apartar al pretendiente, como tú lo llamas, de tu sobrina, encarga a un detective privado que le siga y le ponga al descubierto. Si es como dices, seguro que tiene un lío por ahí; o varios. Ese camino es bastante más seguro que el de implicarlo en un crimen. Y si ni por ésas tu sobrina decide apartarse de él, habrá boda y tú irás a la boda aunque sea tragando bilis y tendréis un convite y comeréis tarta. Ésa es la realidad y no le des más vueltas.

—¿Y si descubro algo?

—Me traes el indicio, lo estudio y te contesto. Mira: hemos cenado maravillosamente, tenemos el fin de semana por delante, en la vida hay que pasarlo bien y, por fin, tu sobrina es tu sobrina y tú eres tú y su vida es suya. Tú no puedes hacer más de lo que puedes hacer.

—¿Y si se casa con él, Mar?

—¿Y qué? ¿Y por qué va a casarse? ¿Y si no es eso lo que él busca? A mí me parece que te estás precipitando. Sale con él. Se acuesta con él. Eso es todo. Nadie te dice que sea para toda la vida, ni siquiera para casarse.

—Yo no sé si se acuestan.

—¿Serás simple?…

—Ella va a casarse con él, te lo digo yo.

—Pero si es casi una adolescente, Carmen. ¿Tú nunca has sido adolescente?

—Sí; y lo mismo me hubiera casado con él.

—Fantasías, Carmen. Llevas mucho tiempo sin salir de aquí. Te convendría un buen viaje y airearte. Insisto: ¿qué te parece si, por lo pronto, nos escapamos a Londres?